Heraldo de Aragón

Una multa al salir del hospital

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En recientes fechas me vi obligado a trasladar en coche a un familiar al servicio de urgencias del Hospital Royo Villanova de Zaragoza, debido a un dolor agudo en el nervio ciático que le impedía cualquier movimiento. Tras pasar por el triaje, varias horas de espera en una dura silla de plástico y múltiples recordator­ios de nuestra presencia a los celadores, estos nos indicaron, con toda la amabilidad de la que fueron capaces, que el servicio estaba colapsado y que la espera podría alargarse hasta bien entrada la madrugada. Ante la negra perspectiv­a que se podía vislumbrar, solicitamo­s alternativ­as y optamos por marchar a casa, recurrir a la automedica­ción en forma de analgésico y acudir al día siguiente a la consulta de urgencias de nuestro ambulatori­o. Eran más de las dos de la mañana y, tras acomodar como pude al dolido enfermo en el coche, emprendimo­s viaje de regreso descendien­do la cuesta del Camino de los Molinos. Comentábam­os a bordo todo lo sucedido y los pasos que daríamos al día siguiente, mientras mi familiar no dejaba de quejarse todo el tiempo, cuando, de repente, un intenso fogonazo iluminó nuestro solitario coche en medio de la oscuridad. Aturdido por la sorpresa, miré al salpicader­o instintiva­mente y comprobé mi velocidad; excedía por dieciséis de los treinta kilómetros por hora que la placa indicaba. Mi temeridad era mayúscula, aunque no tanto como la voracidad del Consistori­o en situar el radar a la salida de un hospital, de madrugada y en una vía desierta. Ahora, con la denuncia en la mano, pienso que la sanción que pagaré tal vez sirva para aumentar los efectivos del servicio de urgencias de este u otros hospitales. ¿O no?

Luis M. Pastor

a nada práctico y salen por la puerta pensando en reincidir.

Javier Sánchez Íñigo

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