Fútbol y pechos
La Eurocopa femenina de este año ha supuesto la demostración de que en el fútbol las mujeres también pueden ofrecer calidad y emoción
Se acerca el eterno retorno de la Liga, elevando septiembre como espada de Damocles y amenazando con sus coleccionables, su vuelta al cole y su restablecimiento de la rutina posvacacional. No obstante ha cambiado el cristal con el que voy a contemplar esta nueva temporada futbolística. Verán, a las puertas del Mundial de Italia 90 tuvo lugar un partido amistoso entre las selecciones de Hungría y Colombia. Lo más destacable de aquel encuentro se desarrolló antes de que el árbitro echara mano de su silbato para marcar el inicio del tiempo reglamentario: mientras los jugadores se distribuían a ambos lados de la línea divisoria, dejando aislados en el círculo central al trío arbitral y a los capitanes, caminando hacia su centro apareció una joven vestida con una breve tanga blanca como única equipación. Sus pechos no pasaron desapercibidos ni al capitán colombiano, Valderrama (cuyo rostro lució una sorpresa tal vez sólo comparable a la mostrada en el ‘incidente genital’ provocado por Michel), ni a la mayoría de los espectadores y televidentes ante lo que supuso una precuela de Femen, pues tal exhibición de pechos trataba de declarar alto y claro que la mujer húngara recibía la caída del telón de acero con nuevas expectativas de libre albedrío, tanto en lo referente a su intelectualidad como en lo relativo a su cuerpo.
Pero la historia del pecho y la reivindicación de la mujer en el fútbol tiene un zenit más elevado, más notable y éste se vivió durante la disputa de la final de esta última Eurocopa femenina –un espectáculo deportivo de altísimo nivel con el que se ha demostrado que ellas también pueden concitar grandes audiencias alrededor del televisor, promover el ejemplo en las generaciones por venir o despertar la euanotando foria y la pasión en calles y gradas–. En la frustración de la derrota, el británico Gary Lineker confesó que «el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan once contra once y siempre gana Alemania», pero no fue así para sus conciudadanas y, en las postrimerías de la prórroga, Chloe Kelly aprovechó el rechace a un tiro suyo de la guardameta germana para mandar el cuero al fondo de las redes. Tras unos instantes de titubeos y dudas a la espera del VAR, las jugadoras británicas comenzaron la consiguiente celebración, mientras que Kelly, que acababa de inaugurar su particular cuenta como internacional absoluta el gol de la victoria, explotó de euforia y, dejándose llevar por el júbilo, se sacó la camiseta y comenzó a correr agitándola en círculos. En esta ocasión ningún pecho quedó expuesto, dado que llevaba un sujetador deportivo sin copa, ni alambres, ni nada que modificara su anatomía, pues esta prenda sólo pretende facilitar la comodidad necesaria durante el desarrollo de un esfuerzo deportivo. (Esto también es importante: no tener ninguna necesidad de modificar el cuerpo para sentirse bien, y también sería grande que conserváramos este logro en estos tiempos en los que tantas mujeres sienten que deberían ‘retocarse’).
Creo que ese instante de Kelly corriendo durante la celebración del gol de la victoria debería quedar en nuestras retinas como imagen de igualdad (al fin y al cabo a ella también le mostraron la cartulina amarilla) y, sobre todo, como cambio del paradigma del ‘orgullo nacional’, ya que Chloe sacó pecho para ondear al aire su orgullo y su alegría por haber conseguido emocionar a la hinchada y levantar en Wembly un trofeo para la historia de su país. Eso sí, en una Inglaterra que lleva años cantando inútilmente «football’s coming home», no se declaró un día festivo para las celebraciones –como se hubiera hecho tras un oro masculino– lo que evidencia que los dirigentes, que suelen tratar de lucir sus conocimientos de historia, acostumbran a llegar tarde a la de su tiempo.