LA CASA DE LOS LIBROS
En 1916, el grupo de artistas de Bloomsbury, con Duncan Grant y Vanessa Bell a la cabeza, creó lo que hoy es el Festival Literario de Charleston. La escritora SUSIE BOYT cuenta cómo es peregrinar al lugar donde se celebra.
Los festivales literarios solían ser algo agotador y doloroso. Se asumía que una pequeña dosis de sufrimiento era parte del trato. Ibas, te sentabas en una caseta mal ventilada y te tomabas un bocadillo mientras un ansioso novelista, demasiado sensible para este mundo, leía su libro con pinta de estar pensando que preferiría que le devorasen los tiburones antes que seguir allí. He asistido a alguna lectura en este plan. Incluso la he dado yo misma. Cómo han cambiado los tiempos. Los asistentes a los eventos literarios que se prodigan este verano en Gran Bretaña podrán ahora disfrutar de escenarios de arrebatadora belleza, emplazamientos cargados de la historia de los escritores que pasaron por esos mismos lugares en ediciones anteriores y escuchar agudas revelaciones sobre los entresijos del proceso creativo de los artistas. Aunque lo que ha cambiado es, fundamentalmente, la naturaleza de las charlas. Hoy, resulta ya extraño ver a un escritor solo sobre las tablas y los festivales son más abiertos e imaginativos, atreviéndose a explorar otros formatos. En el Festival de Teatro de Hampstead de esta primavera, por ejemplo, participé en una dinámica abierta al público en la que entre todos inventábamos escenas sobre el Brexit, acompañados del dramaturgo Howard Brenton, toda una eminencia. Desde luego, los festivales literarios han ido acercándose cada vez más al teatro, algo que tiene sentido, ya que muchos autores piensan que crear personajes y dotarlos de vida no es muy diferente del trabajo actoral. Recuerdo que en el Festival de Port Eliot de hace unos veranos me senté sobre el escenario que había en un jardín e interpreté junto a otros dos actores una escena de terapia matrimonial sacada de una de mis propias novelas. Ese festival posee un sentido de la estética y el estilo maravilloso, conserva una elegancia de otra época que se mezcla con lo más vanguardista y penetrante, lo sórdido y lo duro... Lo mejor de los dos mundos.Tiene lugar en los idílicos terrenos de una casa señorial de Cornualles, construida en el siglo
XII, y todos los actos que se programan parecen recordar que hay que celebrar la vida por encima de todo. El cartel de esta edición (del 27 al 30 de julio) promete una colección de “artistas, músicos, escritores, cómicos, intérpretes, pensadores, creadores, protagonistas y agitadores”, según reza su apretada agenda, que incluye a la escritora Michèle Roberts, la chef y presentadoraThomasina Miers y la joven novelista Eimear McBride. Habrá también actividades dedicadas a la gastronomía, la moda, la ciencia y, según dicen, algo más que un guiño al 50 aniversario del Verano del amor de 1967. Y luego está el Festival de Charleston, en Sussex, que se celebra desde hace 101 años en la localidad donde vivieron parte de los miembros del popularmente conocido como Grupo de Bloomsbury, formado por intelectuales y creativos (entre ellos, la escritora Virginia Wolf, el flósofo Bertrand Russell o la artista Dora Carrington). De hecho, tiene lugar en la misma mansión donde vivió la pareja formada por Vanessa Bell y Duncan Grant, fundadores originales del grupo. Como escritora, es imposible no emocionarse al llegar allí y que te sirvan el té en la misma cocina en la que, con muy ligeras reformas, lo tomaban ellos. Pueden imaginar que sentarse en ese espacio con una selección de artistas y autores contemporáneos podía resultar algo peliagudo. Es una mansión que ha estado siempre habitada por gente muy talentosa, pero también muy tensa. Así que el comentario más inocente puede parecer escandaloso y es posible incluso quedarse sin respiración cuando se escucha a alguien decir algo como:“A.S. Byatt no vino a mi charla, así que no iré a la suya”. ¡Vaya! Leí allí un relato, hace un par de años, sobre dos octogenarias en un hogar para gente del showbusiness que recordaban su viaje vital desde Halifax hasta Hollywood, pasando por Broadway. No me había dado cuenta de que la historia era divertida hasta que escuché cómo la habitación se partía de la risa. Aquella sí que fue una experiencia de lo más alentadora.
Virginia Woolf, Roger Fry o T.S. Eliot pasaron por esta mansión para conversar sobre literatura, arte y quién sabe cuántas cosas más