LE NCI A A G DE B PORTADA
La relación del genio de Getaria y HARPER’S BAZA AR fue clave en el éxito internacional del creador. El historiador y crítico JOSEP CASAMARTINA I PARASSOLS recuerda su historia.
La exposición Carbón y terciopelo del Museo Cristóbal Balenciaga de Getaria culmina con una gran vitrina repleta de lujosas revistas de moda estadounidenses, donadas a la institución por Hubert de Givenchy. Harper’s Bazaar es la principal protagonista, con las icónicas portadas que le dedicó. Incondicionales del creador vasco desde el principio, Carmel Snow y Diana Vreeland, entonces almas mater de la cabecera, supieron ver su genialidad, contribuyendo de forma decisiva a su éxito mundial indiscutible. Una década antes de que consagrara a Christian Dior y su New Look, Snow ya había introducido a Balenciaga en el mercado americano y, por extensión, en el internacional. En 1937, España estaba de moda (la Guerra Civil contribuyó tristemente a ello) y, mientras Picasso presentaba el Guernica en el Pabellón de la Segunda República de la Exposición Internacional de París, el modista abría puertas en la elegante avenida Georges V. Con su amplio conocimiento de la moda francesa y su bagaje español, el dominio absoluto del ofcio y el soporte de su compañero Wladzio d’Attainville, que conocía al tout París, arrasó. Hasta que, en 1968, cerró sus casas de París, Madrid, San Sebastián y Barcelona. En España, Balenciaga fue muy parco con la prensa, apenas publicaba nada, ni en las revistas ni en los periódicos. Tenía su exquisita clientela y eso le bastaba. No hacía publicidad, no invitaba a sus desfles. Todo transcurría con una discreción absoluta. Desde el punto de vista público, sus creaciones solo aparecían en producciones cinematográfcas, sobre todo en las películas dirigidas por Luis Marquina, aunque tampoco se publicitaba su participación. Era más una cuestión de amistad y de las buenas relaciones que tenía su hermana, encargada del negocio en Madrid. En Estados Unidos y París, sin embargo, era un icono universal gracias a la prensa especializada, más allá del terreno privado y exclusivo de sus habituales y riquísimas clientas. Harper’s Bazaar fue la primera difusora y cronista de este éxito, así como de todas las innovaciones del maestro y de su estética, magnifcente y a la vez austera y atrevida. Y lo siguió de cerca hasta el fnal, poniendo a su servicio los fotógrafos más relevantes. Ya en 1939, Georges Hoyningen-Huene hizo uno de los primeros y amplios reportajes sobre él, con fotografías tan célebres como la de la modelo frente a un enorme cuadro de Joan Miró o la del vestido inspirado en las infantas velazqueñas. La prolífca Louise Dahl-Wolfe fue la autora de las instantáneas de la espléndida y distante Suzy Parker en las calles parisinas, amén de muchas e insólitas fotografías en color. El gran Richard Avedon, uno de los más asiduos, contribuyó con sus espléndidas portadas y reportajes con Dovima y demás modelos fetiche del maestro. Por no hablar de Tom Kublin, uno de los fotógrafos favoritos del propio creador; Cecil Beaton, que dio a conocer el entorno privado de Mona Bismark, y, fnalmente, el entonces joven Hiro (Yasuhiro Wakabayashi), discípulo de Avedon, que realizaría en 1967 las imágenes abstractas y contundentes de las últimas colecciones de Balenciaga y que signifcaron su despedida y su legado a la modernidad más radical.