EL DON DE LA OPORTUNIDAD
Fracasó en el colegio, pero sus esfuerzos en la perfumería le llevaron a convertirse en la primera persona en liderar los aromas de la centenaria casa Guerlain ajena a la familia. La fidelidad es, según THIERRY WASSER, el secreto de su éxito.
Al hombre que ahora dirige la alta perfumería de Guerlain lo expulsaron del colegio por malas notas. En lugar de ir a clase,ThierryWasser (Montreux, Suiza, 1961) dedicaba su adolescencia a vagabundear por la montaña adyacente a su casa, en busca de hierbas para secar y envasar (“Un auténtico sinsentido”, concede hoy). Su madre, alarmada, no sabía qué hacer con el muchacho: era solitario, independiente y, encima, no tenía interés por los estudios.“Vivía en una preocupación constante, estaba segura de que acabaría desgraciándome, así que fue a una herboristería y pidió que me aceptasen como aprendiz”, explica el perfumista, cómodamente reclinado en una butaca de la tienda que Guerlain abrió el pasado enero en la concurrida calle parisina de Saint Honoré. “Uno nunca debe olvidarse de quien le ha dado oportunidades en la vida”, salta de repente. Mientras habla, rebusca en el móvil una imagen de Edmond Burri, aquel hombre que le dio, precisamente, la primera oportunidad:“Confó en mí cuando ni siquiera el sistema educativo me quería”, declara solemne. Pasó cuatro años a su vera hasta que, en 1979, leyó en una revista un artículo sobre Firmenich y Givaudan, dos de los mayores gigantes mundiales de la industria aromática, y les escribió una carta interesándose en la creación de fragancias. No esperaba nada, pero a vuelta de correo ambas compañías lo invitaron a conocer sus instalaciones en Ginebra.“Firmeninch me despachó enseguida, alegando que no tenía título universitario. Pero el maestro de la escuela de Givaudan, Jean Hadorne, me preguntó sobre música clásica (que adoro) y arte abstracto. Sin ni siquiera repasar mis méritos académicos, me pidió que hiciera un test olfativo”. El examen, por una vez, le salió bien. Pero como prácticamente no hablaba inglés, aceptó viajar a Londres a perfeccionar el idioma.A su regreso, un año después, le esperaban una beca de estudios y un contrato laboral.“Nada más empezar ya sabía que eso era lo que quería hacer el resto de mi vida. Me impactó el ambiente y disfruté muchísimo descubriendo las materias primas”, recuerda. En 1987, justo antes de que la cúpula internacional de Givaudan celebrase su cumbre anual en Ginebra,Wasser concedió una entrevista al diario La Suisse para hablar del proyecto audiovisual de uno de sus mejores amigos que carecía de relación alguna con la perfumería. “Debían ser días de poco movimiento informativo porque, sin saber muy bien cómo, acabamos en la portada del periódico con un repor- taje que titulaba en grande Una nariz asombrosa. Aunque había pedido permiso a Givaudan para hacerlo, estaba asustadísimo y convencido de que me despedirían”. Nada más lejos de la realidad. François Berthoud, por entonces presidente de la división francesa de la compañía, se fjó en él y le invitó a trabajar con el maestro Jean-Claude Ellena (“Uno de los perfumistas más creativos del mundo”, describe Wasser) en su sede parisina.“Y así fue como acabé encaminado hacia la alta perfumería, en lugar de los aromas para el hogar o las cremas”. El salto a Estados Unidos, mercado despiadado e instructivo donde los haya, se hizo esperar.Tras pedir el traslado por activa y por pasiva a Jean Amic (consejero delegado de Givaudan), en 1993 acabó por aceptar la oferta que le hacía Patrick Firmenich (sí, de la misma empresa que un decenio antes lo había rechazado por falta de credenciales académicas). "Si estás bien equipado mentalmente puede ser una gran experiencia, pero en mi caso fue horrible. La competencia, entre compañías y los mismos perfumistas, es feroz y yo no soy capaz ni de matar a una mosca”, arguye. En los nueve años que vivió allí tan solo desarrolló un puñado de fragancias.“Regresé a París aliviado y empecé a hacer perfumes buenísimos. El entorno ya no dañaba mi salud mental”. De esa época son Jil Sander Man, Hypnôse (Lancôme),Truth (Calvin Klein) y Guerlain Homme,que le permitió conocer a Jean-Paul Guerlain y acabaría por convertirlo, en 2008, en la primera persona de fuera de la familia Guerlain en capitanear los aromas la casa. Pasó de trabajar en una multinacional para muchas marcas a encargarse de cada materia prima que entraba en su laboratorio.Así que la ayuda de su predecesor (perfumista de cuarta generación) fue capital para su supervivencia. Durante el primer viaje que hicieron juntos, a Túnez, Guerlain le llevó a su fábrica de destilación de flor de naranjo y le confesó su pesadumbre por la poca producción que había. Menos de seis meses después,Wasser se plantó allí para llevar a cabo el proceso de extracción con sus propias manos (“Ahora conozco el nerolí como pocos otros”, bromea) y les animó a desarrollar un absoluto a partir de las aguas de la flor, porque ofrecía notas más complejas. Reclinado en esa butaca parisina,Thierry Wasser extiende el brazo hacia el singular capazo de paja en el que transporta sus notas y secantes con proyectos. De él saca una pequeña muestra de Néroli Outrenoir, la nueva fragancia de la frma:“Los ingredientes, de la misma flor aunque antagónicos, vienen de aquella fábrica que tanto preocupaba a Guerlain. Como ve, nunca me olvido de quien ha confado en mí”.