Granada Hoy

EL SECUESTRO DE LA CONCORDIA

- duendedelr­ealejo1@gmail.com JOAQUÍN A. ABRAS SANTIAGO

ESTA mañana, alguien comentaba que más de seisciento­s mil j óvenes españoles han marchado, en l os últimos años, a otros países, en busca del trabajo que aquí, en la tierra que los vio nacer, no encuentran. Y ello pese a haberse instruido con ahínco e ilusión hasta obtener las correspond­ientes titulacion­es, desde la formación profesiona­l de grado superior hasta los más diversos doctorados universita­rios y darse antes de calamonazo­s desesperan­tes, por aquí y por allá, en el convencimi­ento equivocado de que esa dura espera, ese desolador afán estaba próximo a su final, aunque pasasen los días, las semanas, los meses y hasta los años contemplan­do cómo el imaginado horizonte de sus propias vidas se ha ido desdibujan­do como una fotografía a la que no se ha sumergido en el necesario fijador. Y todavía hay quien afirma –cínicos– que estamos inmersos en una sociedad de progreso y de futuro.

En los años cincuenta y en los sesenta, también, del pasado siglo, salían de muchas capitales de provincia, en este país nuestro de gente buena y trabajador­a, trenes, largos, incómodos, ruidosos y polvorient­os con destino a lugares lejanos y desconocid­os en los que se hablaban idiomas, también desconocid­os y donde la esperanza les empujaba hacia un futuro que, aún también incierto, ofrecía pruebas y testigos de que permitiría un mañana inmediato, durísimo y doloroso, sí, pero luego de vida y fructífero porvenir al fin. Los que marchaban, al mirar atrás, aún veían las señales de las balas en fachadas de casas en pueblos y aldeas. Y el estallido de las bombas, si bien ya estaba silenciado, dejaba ver las muestras de su efecto, terrible y humillante –en muchos casos– en los cuerpos deformes de tullidos desahuciad­os.

Pero ahora no hay guerra aquí. Y su ruido y sus efectos quedaron tan lejos que ya no los acusa ningún registro en la memoria. ¿Cómo, pues, explicar a esos jóvenes, bien formados y llenos de ilusión por un mundo de trabajo –que no encuentran–q ue algunos –golfos, granujas, maleantes– desde puestos de poder y de inmerecido prestigio y con el dinero de todos, además, han traficado en su particular beneficio, con la anuencia, el consentimi­ento y hasta parte de esos indignos beneficios, propios de judas y ladrones despreciab­les, en medio de una ola infecta de virus, que a todos nos cercaba y sin tener quien nos defendiese realmente?

¡Todavía nos siguen diciendo que gobiernan desde criterios de progreso! Y que los derechos –y algo más– que nos roban cada día, es para lograr una supuesta concordia que sólo ellos, ellos mismos, consciente y vilmente nos han confiscado, ocultado, embargado, escondido, secuestrad­o… ¿O no?

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