MUTACIÓN: NACE EL CINE NO PRESENCIAL
Los nuevos cinéfilos no siempre siguen los patrones ‘clásicos’ para acceder a las películas de estreno. Reivindiquemos la legalidad y las salas.
“Debemos cultivar el orgullo ancestral de acercarse a una sala, pagar la entrada y dejarse sorprender por lo que nos echen”.
Encuentro perturbador con dos estudiantes que se confiesan cinéfilos, aunque estudien Comunicación Audiovisual. No han cumplido 20 años, pero me abruman con un conocimiento del cine actual (asiático, de terror, experimental, comercial, clásico) que, más que impresionar, intimida. Para no perder por goleada, les pregunto cuántas veces por semana van al cine. Respuesta: No vamos al cine. Resulta que ya existe una generación decinéfilos formado sen la soledad de sus habitaciones y con un ordenador como única tecnología. Por supuesto que alguna vez van al cine, pero se lo reservan como un lujo. Esta cinefilia no presencial es un fenómeno que conviene no perder de vista a la hora de adivinar hacia dónde se dirigen el futuro y sus monstruosidades. Me armo de valor y les pregunto cómo han visto los miles de películas que se jactan de saberse casi de memoria. En su infancia consumieron muchos DVD, pero llevan diez años surcando océanos de plataformas de descargas en las que lo encuentran todo, incluso los títulos más descatalogados.
NUEVOS HÁBITOS BÁRBAROS
¿Se puede considerar cinéfilo alguien que casi nunca va al cine? Me temo que sí, y que, precisamente por eso, debemos cultivar el orgullo ancestral de salir de casa, acercarse a una sala, pagar la entrada, sentarse y dejarse sorprender por lo que nos echen. El mito de la experiencia, en el que tantas veces nos hemos refugiado, se ha visto superado por nuevos hábitos bárbaros. Al hablar (mal) de la televisión y de las alteraciones que provocaba, Federico Fellini denunciaba que el cine tuviera que desplazarse a los domicilios y perdiera la propiedad del escenario. Subrayaba la importancia de vestirse y prepararse para el espectáculo frente a la informalidad de pijama, zapatillas o calzoncillos que propiciaba la tele. ¿Y las interrupciones?
En el cine se preserva la continuidad de la atención mientras que, en una televisión, la pobre película tenía que superar obstáculos diversos y evitar que el espectador dejara de mirarla para zamparse unos espaguetis o rascarse los sobacos. Y Fellini añadía: No olvidéis que tenéis que comunicaros, contar vuestras historias secretas a gente que, precisamente porque está en su casa, tienen todo el derecho a hacer comentarios en voz alta, incluso a insultaros, o, peor aún, a ignoraros.
¿DEMOCRATIZAR?
La reflexión de Fellini (de 1980) se ha convertido en una profecía cumplida. Casi 40 años más tarde, incluso la televisión es anacrónica y, gracias a la impunidad que alimenta el negocio de las telecomunicaciones, Internet se atribuye el dudoso honor de llegar allí donde no llega el mercado convencional y de democratizar el acceso al cine. Y, hablando con estos dos cinéfilos- ciborgs, observo que el hábito de la gratuidad y de no tener que desplazarse les ha afilado la impaciencia. Eso sí: si les pregunto por su mejor recuerdo en una sala de cine, abandonan la lúgubre frialdad de joven perdonavidas y coinciden en un misma y luminosa epifanía: Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010).