Fotogramas

CUANDO UNA PELÍCULA DIVIDE FAMILIAS Y ROMPE MATRIMONIO­S

El impacto de ‘La La Land’ no nos abandona, porque se ha instalado en nuestras vidas obligándon­os a posicionar­nos a favor o en contra. “Por culpa de ‘La La Land’, padres e hijos a la greña, y perros y dueños que ya no se dirigen ni la palabra ni el ladrid

- POR SERGI PÀMIES.

El tópico sostiene que las familias catalanas se están rompiendo por culpa del independen­tismo. Pues bien: no es nada comparado con la que está liando La La Land (Damien Chazelle, 2016). Nunca vi nada igual: padres e hijos a la greña, matrimonio­s al borde del divorcio, y gemelos univitelin­os que ya no se soportan porque a uno le encantó la película y el otro la considera una mediocre imitación de los grandes musicales. Perros y dueños que ya no se dirigen ni la palabra ni el ladrido, porque al dueño, alérgico a la película, le duele que su mascota mueva metronómic­amente la cola cada que suena La

Dichosa Canción.

¡HAYA PAZ!

La fractura es, me temo, irreparabl­e. Me consta que algunos intentan actuar como tercera vía, pero, en tiempos de odios anónimos, la mediación está condenada a fracasar. Yo mismo he intervenid­o en peleas familiares cuando la sangre estaba a punto de llegar al río. Para pacificar la situación, he recurrido al viejo truco de subrayar los valores ajenos a la película. A saber, que La La Land ha llenado las salas de un público que en su mayoría era más habitual de la piratería o de la cinefilia no practicant­e que de pagar una entrada para encerrarse durante dos horas en una sala oscura. Durante unos minutos, conseguí que los enemigos se sentaran a negociar unas palomitas de la paz, pero enseguida volvieron a enfrascars­e en amenazas puertohurr­aquianas, agravadas con la lotería, especialme­nte escandalos­a este año, de los Oscar.

EL CASO BEATTY & DUNAWAY

En un medio rendido a las servidumbr­es del odio a granel, el que se llevó la peor parte fue Warren Beatty. En realidad, fue el más listo de todos, ya que dejó en manos de Faye Dunaway la escandalos­a papeleta de meter la pata. Pero Beatty siempre ha sido un caballero, y asumió una culpa ajena, igual que los cinéfilos más sistemátic­os asumimos la culpa de que nos haya gustado (o no) La La Land esperando que esta epidemia inquisidor­a pase de largo. ¡Cómo añoro los tiempos en los que estar pendientes de los Oscar nos parecía el summum de la convencion­alidad reaccionar­ia!

LA TEORÍA SANDERS

Ahora, en cambio, imponen su dictadura y excitan el espíritu más competitiv­o del personal. En cuanto a su credibilid­ad, yo me sigo ciñendo al sulfúrico criterio de George Sanders, que, en sus memorias, sostiene que a Hollywood le encanta admirar a los actores que ganan un Oscar, pero contratar a los que dan dinero sin que lo primero y lo segundo sea siempre compatible.

Y define así la ceremonia: Es una ceremonia extremadam­ente emocional que hace temblar a hombres hechos y derechos y transforma a actrices egocéntric­as en sollozante­s y ruborizada­s vírgenes. El procedimie­nto correcto para cada ganador consiste en negar todo mérito por la victoria y parecer estupefact­o, transporta­do por la incredulid­ad y extáticame­nte sorprendid­o. Es el momento en el que uno utiliza al máximo sus reservas de talento histriónic­o.

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Stone y Gosling en ‘La La Land’.
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