CUANDO UNA PELÍCULA DIVIDE FAMILIAS Y ROMPE MATRIMONIOS
El impacto de ‘La La Land’ no nos abandona, porque se ha instalado en nuestras vidas obligándonos a posicionarnos a favor o en contra. “Por culpa de ‘La La Land’, padres e hijos a la greña, y perros y dueños que ya no se dirigen ni la palabra ni el ladrid
El tópico sostiene que las familias catalanas se están rompiendo por culpa del independentismo. Pues bien: no es nada comparado con la que está liando La La Land (Damien Chazelle, 2016). Nunca vi nada igual: padres e hijos a la greña, matrimonios al borde del divorcio, y gemelos univitelinos que ya no se soportan porque a uno le encantó la película y el otro la considera una mediocre imitación de los grandes musicales. Perros y dueños que ya no se dirigen ni la palabra ni el ladrido, porque al dueño, alérgico a la película, le duele que su mascota mueva metronómicamente la cola cada que suena La
Dichosa Canción.
¡HAYA PAZ!
La fractura es, me temo, irreparable. Me consta que algunos intentan actuar como tercera vía, pero, en tiempos de odios anónimos, la mediación está condenada a fracasar. Yo mismo he intervenido en peleas familiares cuando la sangre estaba a punto de llegar al río. Para pacificar la situación, he recurrido al viejo truco de subrayar los valores ajenos a la película. A saber, que La La Land ha llenado las salas de un público que en su mayoría era más habitual de la piratería o de la cinefilia no practicante que de pagar una entrada para encerrarse durante dos horas en una sala oscura. Durante unos minutos, conseguí que los enemigos se sentaran a negociar unas palomitas de la paz, pero enseguida volvieron a enfrascarse en amenazas puertohurraquianas, agravadas con la lotería, especialmente escandalosa este año, de los Oscar.
EL CASO BEATTY & DUNAWAY
En un medio rendido a las servidumbres del odio a granel, el que se llevó la peor parte fue Warren Beatty. En realidad, fue el más listo de todos, ya que dejó en manos de Faye Dunaway la escandalosa papeleta de meter la pata. Pero Beatty siempre ha sido un caballero, y asumió una culpa ajena, igual que los cinéfilos más sistemáticos asumimos la culpa de que nos haya gustado (o no) La La Land esperando que esta epidemia inquisidora pase de largo. ¡Cómo añoro los tiempos en los que estar pendientes de los Oscar nos parecía el summum de la convencionalidad reaccionaria!
LA TEORÍA SANDERS
Ahora, en cambio, imponen su dictadura y excitan el espíritu más competitivo del personal. En cuanto a su credibilidad, yo me sigo ciñendo al sulfúrico criterio de George Sanders, que, en sus memorias, sostiene que a Hollywood le encanta admirar a los actores que ganan un Oscar, pero contratar a los que dan dinero sin que lo primero y lo segundo sea siempre compatible.
Y define así la ceremonia: Es una ceremonia extremadamente emocional que hace temblar a hombres hechos y derechos y transforma a actrices egocéntricas en sollozantes y ruborizadas vírgenes. El procedimiento correcto para cada ganador consiste en negar todo mérito por la victoria y parecer estupefacto, transportado por la incredulidad y extáticamente sorprendido. Es el momento en el que uno utiliza al máximo sus reservas de talento histriónico.