Con el MAZO dando
Vivimos en un universo inmenso lleno de galaxias, estrellas y planetas. En el insignificante borde de una insignificante galaxia en un insignificante sistema planetario de un insignificante sol de segunda generación está nuestro planeta y vivimos nosotros.
A unos ojos iluminados por la tenue y fría luz de la mera ciencia somos una casualidad inaudita que por el cumplimiento casual de una probabilidad entre billones existimos en este pedazo de roca que flota por el vacío inerte del espacio.
Pero en el corazón del hombre que habita este planeta al que llama “hogar” surge algo que la más fría de las ciencias no logra acallar: la intuición de que hay Alguien que le ha pensado, le ha amado y le ha creado: la intuición de que no es un átomo perdido en un universo casual.
A los fríos ojos de un hombre desengañado por su mirada reductiva, esta intuición le parece un fútil error de un cerebro que ha evolucionado demasiado, y se ríe de ella como si fuese el despojo de una época arcana ya superada que hay que dejar atrás cambiándola por el nihilismo.
Pero en el hombre de hoy, bajo toda la capa de superficialidad y materialismo que recubre su corazón, resuena en el fondo la misma intuición, que vuelve a asomar aquí y allá, cuando alguna circunstancia vital le pone precisamente ante su propia insignificancia.
Es entonces cuando la pretensión cristiana aparece, no como algo descabellado, sino como la única respuesta lógica al anhelo del corazón. La intuición de que mi vida no es una casualidad, sino que una mano invisible vela por mí, suscitan la única respuesta adecuada: la fe.
Cristo vino para enseñarnos que este anhelo de nuestro corazón, este deseo de “más”, no es la pretensión desmedida de un mono evolucionado, sino el designio eterno del amor de un Dios que desea compartir su propia vida con el hombre que ha creado.
Por eso cuando uno descubre a Cristo y su verdad, todas las piezas del puzzle encajan; sólo entonces la mirada sobre el universo se vuelve completa, y uno alcanza a comprender que antes estaba ciego pero que ahora por fin ve. Y ya nadie puede arrebatarle esta dicha.