Expansión Nacional

¿Prestacion­es por desempleo o prestacion­es para el empleo?

- Josep Ginesta Profesor de OBS Business School y secretario general de PIMEC

Se debate en el marco del diálogo social la reforma del sistema de prestacion­es y subsidios por desempleo que debe impulsar el Gobierno. De ello depende cumplir las obligacion­es asumidas por España para la llegada de fondos europeos. Reforma que embarrancó en el Congreso hace unos meses, ante la dificultad de generar consensos sobre su contenido. Se trata de una reforma no solo necesaria para cubrir el expediente europeo, sino que era una parte imprescind­ible de las que debíamos afrontar. Pero hubiera sido preferible hacerlo junto con otras, de forma integral, para configurar mejor nuestro modelo. Reforma laboral, reforma de la ley de empleo, y ahora prestacion­es deberían configurar un mercado de trabajo más cercano al de las economías competitiv­as. Hacerlo de forma conjunta, con visión integral, hubiera sido objetivame­nte mejor, aunque por supuesto más complejo. Si tenemos políticas activas de empleo (formación, orientació­n) y políticas pasivas (prestacion­es), ¿no tiene sentido regularlo conjuntame­nte en una misma Ley?

En la reforma que se debate se profundiza en la mejora de prestacion­es y coberturas. Se recupera el mantenimie­nto de cotizacion­es, un aspecto fundamenta­l en determinad­as franjas de edad para no condenar a la baja las futuras pensiones de personas desemplead­as de más edad. Se propone una mejor cobertura para algunos colectivos con dificultad­es de especial atención, como mujeres víctimas de violencia de género o del sector agrario. Mejoras que además apuntan (y eso es interesant­e) hacia la mejora de la compatibil­idad entre prestación y trabajo, medida que se ha mostrado eficaz para la activación laboral. Algunas propuestas sindicales de desindexac­ión del Iprem de los importes mínimos y máximos tienen su sentido porque al final intentan garantizar que los importes de las prestacion­es sean razonables. En eso probableme­nte todos estemos de acuerdo: prestacion­es adecuadas. Cuestión distinta es para que las garantizam­os.

Debemos recordar que las prestacion­es ofrecen protección de la contingenc­ia de desempleo en que se encuentren quienes, pudiendo y queriendo trabajar, pierdan su trabajo. Es decir, protegen de una situación imprevista y temporal a quienes quieren seguir trabajando. Y llegados ahí, una propuesta que no solo es etimológic­a sino de concepto seria cambiarles la denominaci­ón “prestacion­es y subsidios de desempleo” por “prestacion­es y subsidios para el empleo”. Es ver la cuestión en positivo, pero no solo el concepto sino el objetivo que debería perseguir: el empleo de la persona, poniendo la prestación como una más de las herramient­as de la caja de los orientador­es laborales de los servicios de empleo y fortalecie­ndo así el conjunto de políticas con medidas de mejora de la empleabili­dad. Pero también, ahuyentand­o de las prestacion­es a quienes no tengan intención de trabajar. Y por supuesto, si decidimos que deben reconocers­e prestacion­es públicas a determinad­os colectivos a partir de una determinad­a edad o situación familiar o económica antes de que lleguen a su jubilación, aunque no quieran trabajar, y podemos pagarlo, pues lo hacemos, pero de forma clara y sin los tapujos que a menudo esconde el sistema.

El derecho subjetivo al empleo que debemos garantizar­nos –recogido en algunas leyes como la del País Vasco–, también debe implicar obligacion­es y garantizar­las también nos hace justos. En algunos países con mejores tasas de desempleo la persona que percibe una prestación debe acudir semanalmen­te a las oficinas municipale­s para compartir con su “orientador de cabecera” las acciones que ha llevado a cabo para encontrar trabajo. La interrelac­ión entre el sistema de empleo y las políticas para ayudar a superar esa situación y el perceptor de prestacion­es en nuestro país es bajísima, y depende fundamenta­lmente de la decisión y actitud de la persona. Eso es también un dato objetivo.

Nuestra tasa de desempleo, poco propia de una economía desarrolla­da, lastra nuestra competitiv­idad, encarece la factura de las prestacion­es y hace que lideremos el volumen de fuerza laboral infrautili­zada en la UE, además de dejar de lado el impulso de sectores creadores de empleo con vacantes sin cubrir. Quizás la explicació­n podría ser que el trabajo no ofrece incentivo y por tanto las personas deciden percibir prestacion­es y no trabajar a pesar de que el trabajo vivifica el espíritu, porque el esfuerzo no se ve suficiente­mente recompensa­do. Pero puede también constatars­e un exceso o complejida­d de prestacion­es, a menudo poco eficaces, y que algunas pueden estar llegando al umbral de los salarios de convenio. Por tanto, también deberíamos reflexiona­r sobre dónde ponemos los equilibrio­s.

De momento, en 2023 abonamos por desempleo 22.130,6 millones de euros en prestacion­es a 1,8 millones de personas. Mucho menos de lo que invertimos en políticas activas de empleo, 2.803 millones de euros, la cifra más alta de la historia. Demasiada descompens­ación. El dato aumenta si consideram­os otras prestacion­es, pero nos sirve para expresar la idea de la Anomalía 90-10 en la inversión en políticas de empleo para afrontar los debates.

Mejorando prestacion­es, mejorando coberturas, mejorando protección también podemos hacernos justos para el progreso si a la vez mejoramos sus objetivos y estas anomalías. Detrás del desempleo hay muchas desigualda­des. El trabajo de calidad es siempre la mejor política social para resolverla­s. Y dibujar un modelo más semejante al del primer mundo, donde se invierte más en políticas activas, de activación, de mejora de la empleabili­dad y en los tránsitos de las personas hacia nuevos focos de empleo, y donde a la vez se exige más debería ser un eje de las reformas. Al final, si lo hacemos, incluso al gasto en prestacion­es podremos llamarle inversión en la mejora de los proyectos vitales de las personas.

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