Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Trinidad Patrimonio vivo

TEXTO / BY YENI MEDINA, DIRECTORA DE PROMOCIÓN DE LA OFICINA DEL CONSERVADO­R DE TRINIDAD Y EL VALLE DE LOS INGENIOS / PROMOTION DIRECTOR FOR THE CURATOR'S OFFICE IN TRINIDAD AND THE VALLEY OF MILLS / GISSELLE MORALES FOTOS / PHOTOS ARCHIVO EXCELENCIA­S LA

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Trinidad cautiva hoy con la misma magia que en épocas pasadas encontró asiento en las litografía­s de Laplante y en las disquisici­ones de Humboldt

L“… la hermosa Trinidad, sobre esta balsámica costa sur, vista desde el mar, a alguna distancia, como recortada sobre la falda de una montaña…”

Samuel Hazard: Cuba a pluma y lápiz (1928)

a villa de la Santísima Trinidad fue fundada en los primeros quince días del mes de enero de 1514, cerca de la Bahía de Jagua, dentro del actual territorio cienfuegue­ro. Pocos meses después fue trasladada definitiva­mente a su emplazamie­nto actual, donde se le otorga el título de ciudad en 1585.

Resguardad­a y casi incomunica­da gracias a las montañas de Guamuhaya, sufrió cuatro importante­s ataques corsarios en los años 1642, 1654, 1675 y 1702, pues la economía de la región se había estabiliza­do considerab­lemente como resultado del comercio de contraband­o.

El tráfico de cueros, carnes saladas, ganado en pie y tabaco, hacia puertos de Las Antillas era práctica cotidiana, y favoreció tanto a la región que según Moreno Fraginals, “Trinidad se convirtió en la rueda excéntrica de la máquina colonial española”.

A principios del siglo XIX, la ciudad asistió a su época de mayor auge y esplendor cuando comenzó el despegue azucarero. El intercambi­o libre con importante­s puertos de Europa y Estados Unidos, la implantaci­ón de una incipiente mecanizaci­ón de la industria y el fortalecim­iento de la trata negrera harían derramar una inmensa fortuna, sobre todo, entre un grupo de familias criollas que devinieron dueñas de un poderoso capital.

El espíritu librepensa­dor y aristocrát­ico de estas familias trajo consigo un acelerado proceso de mixtura y renovación de la cultura local, proceso que se vio reflejado en el impre-

Today, Trinidad enthralls visitors with the same magic of yesteryear, the ones splayed in Laplante's lithograph­s and Humboldt's findings

sionante patrimonio urbano y arquitectó­nico que legaron a las generacion­es futuras en las manifestac­iones artísticas, en las costumbres y hasta en la manera de concebir el mundo, elementos decisivos en la conformaci­ón de una idiosincra­sia que no solo quedó en las clases de abolengo, sino que trascendió los muros de las mansiones hasta llegar a toda la población.

Una centuria después, en la Cuba republican­a, los trinitario­s comenzaron a sentir la necesidad vital de salvaguard­ar su memoria. Durante la década de 1940 la ciudad se convirtió en epicentro de foros dedicados a la Historia, Antropolog­ía y a la Arqueologí­a, que reforzaron el orgullo localista necesario para mantener a buen recaudo las vetustas casonas. Luego se hizo tangible el milagro de una política verdaderam­ente consecuent­e y representa­tiva de los intereses de la comunidad, que siguió protegiend­o su patrimonio.

La ciudad invita a admirar sus volados aleros; los barrotes de madera que resguardan vanos y fachadas; los espacios decorados según la influencia del Neoclasici­smo; su sistema de plazas y plazuelas, conectadas por calles empedradas en un singular y rebuscado trazado urbano; así como sus imponentes sitios agroindust­riales y naturales del

Valle de los Ingenios, testigos fidedignos del proceso de fabricació­n del azúcar de caña.

Trinidad cautiva hoy con la misma magia que en épocas pasadas encontró asiento en las litografía­s de Laplante y en las disquisici­ones de Humboldt en su paso por la villa.

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