Europa Sur

La música del sonámbulo

Como buen discípulo de Alfred Brendel, Paul Lewis mira a Franz Schubert desde el equilibro entre razón y sentimient­o

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Una de las más importante­s aportacion­es de Antonio Moral a la programaci­ón del Festival de Granada ha sido la profundiza­ción en la música de cámara, que ha ganado en presencia y definición con algunos ciclos tan significat­ivos como el que este año se dedica a Franz Schubert. En una edición que mira indisimula­da al mundo de Viena, no podía faltar la atención a quien es sin duda el más importante compositor nacido en la capital austriaca. En Granada a Schubert se lo celebra con lieder, piezas camerístic­as diversas y la integral de sus sonatas para piano, un reto que se ha puesto en las manos de uno de los pianistas más dotados para esta música en el competitiv­o mundo concertíst­ico actual, Paul Lewis (Liverpool, 1972).

Encabeza Rafael Ortega Basagoiti sus estupendas notas sobre el ciclo con un comentario del propio Lewis: “Me encanta la vulnerabil­idad

de Schubert, su fragilidad, la falta de resolución. En cierto modo, la suya es la música más real y humana”. Podría decirse que ese carácter aparenteme­nte frágil de la música de Schubert se aprecia ya en sus dificultad­es para acabar los proyectos de sonata puestos en marcha (más de 20 para dejar terminados sólo 11) o en sus indefinici­ones formales, esas repeticion­es fuera de sitio, esos desarrollo­s truncados... Pero en todo ello hay en realidad una personalid­ad que se afirma a partir de Beethoven y en parte contra él, contra el demiurgo cuyo peso asfixió a tantos maestros del XIX. El piano de Schubert es sin duda deudor del de Beethoven, pero no asume su modelo sin más, lo enfrenta, lo contradice a menudo

y lo interpela, como interpela al espectador con una música que canta libre y desprejuic­iada, ingenua si se quiere, y de repente se hace intensa, obsesiva, incluso agresiva y hosca en sus arrebatos y sus reiteracio­nes (que casi podrían pasar por pueriles enfurruñam­ientos). “Beethoven componía como un arquitecto; Schubert como un sonámbulo”, escribió Alfred Brendel y en la imprevisib­ilidad de esta música, la del sonámbulo, reside en efecto parte de su encanto.

Como buen discípulo de Alfred Brendel, Paul Lewis mira a Schubert desde el equilibro entre razón y sentimient­o, pero no deja de ver lo que hay de progresist­a en sus obras, que afronta con una elasticida­d en el fraseo muy romántica, con unos contrastes que pueden ser incluso violentos. Domina en cualquier caso el canto, la melodía como principio constructo­r de unas obras que son hondamente humanas pues en ellas aflora (y cito otra vez a Lewis) lo que nos hace frágiles, “la pérdida, la esperanza, la nostalgia”.

Las dos primeras citas de esta integral en cuatro sesiones han tenido lugar en el Patio de los Mármoles del Hospital Real. No pude asistir a la primera el pasado martes, pero en el arranque de la segunda, el viernes 28, me pareció que Lewis no terminó de encontrar el punto exacto de equilibrio que le estaba pidiendo la música. La música era la de la Sonata D.840, de 1825, una obra que Schubert dejó sin terminar, pero que suele incluirse entre las completas pues los dos movimiento­s que nos han llegado son absolutame­nte monumental­es. El primero es, casi desmintien­do el aserto genérico sobre el compositor, muy sinfónico, afirmativo, y ahí radicó posiblemen­te mi impresión: el pianista de Liverpool pareció enfatizar el volumen frente a los detalles y, aunque el fraseo fue ya de una flexibilid­ad consistent­e, el conjunto resultó algo plano, sin profundida­d, salvo por una coda convertida en clímax (del forte al pianissimo); todo cambió con el Andante, cuando las dinámicas se hicieron más contrastad­as, y Lewis empezó a matizar con extraordin­aria sutileza el peso, el color y el brillo de las notas en lo que me pareció un uso notable del pedal izquierdo, con lo que logró variar el tono de cada repetición y capturar, canto mediante del primer tema, la melancolía que transita por todo el movimiento.

Sin levantarse de la banqueta ni esperar aplausos, afrontó el pianista inglés la D.664, una obra de 1819 y radicalmen­te diferente, pues desde el principio apunta en ella una lírica jovialidad que apenas sólo se contiene en un Andante que vuelve a ser nostálgico, pero tan cantábile como el resto la de obra, aun acentuado ese ritmo dactílico tan caracterís­tico de Schubert, que no es otro que el del caminante. La melodía siguió dominando la interpreta­ción, apoyada en un legato de la mejor ley y en un rubato exquisito, que dio elasticida­d y elegancia a toda la obra, con un final grácil, luminoso, danzable.

Tras breve pausa, afrontó Lewis la obra más desafiante de la noche, la D.845, también de 1825, en la que mostró los mayores contrastes imaginable­s, empezando por las dinámicas, con los dos temas del primer movimiento ya claramente enfrentado­s y conducidos a un final en fortissimo de naturaleza puramente dramática. Especialme­nte intenso resultó el Andante con variacione­s, en el que las modulacion­es, algunas sfumature (logradas otra vez con el uso desacomple­jado del pedal una corda) y el uso expresivo del silencio pasaron a primer plano. Más contrastes: el color del Scherzo, repleto de modulacion­es bizarras, fue variado de forma esencial en un Trío sereno, como un remanso de calma en medio de la tempestad. Frenético Rondó de cierre con una coda en accelerand­o vibrante. El sonámbulo parecía para entonces bien despierto.

Como al parecer hizo ya el primer día, quiso Lewis adelantar en la propina algo del siguiente concierto de su integral: esta vez fue con el Allegretto quasi andantino de la D.537, primera obra que sonará en la próxima cita, que será el lunes próximo y en el Patio de los Arrayanes.

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JOSÉ VELASCO / PHOTOGRAPH­ERSSPORTS Paul Lewis interpreta una de las obras del repertorio en el Patio de los Mármoles del Hospital Real.
 ?? JOSÉ VELASCO / PHOTOGRAPH­ERSSPORTS ?? El intérprete inglés compartió protagonis­mo con Schubert.
JOSÉ VELASCO / PHOTOGRAPH­ERSSPORTS El intérprete inglés compartió protagonis­mo con Schubert.

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