ELLE

Cindy Icono Crawford full time

Ha cruzado la frontera de los 50 y sigue en la cima, feliz en su rol de madre, empresaria y mito ‘fashion’. Honesta y directa, nos habla de cómo se alcanzan los sueños.

- POR ALEX BILMES. FOTOS: PAMELA HANSON

Aestas alturas de la vida, Cindy Crawford (Illinois, Estados Unidos, 1966) no descarta pasar por el quirófano para retocarse. «La verdad es que nunca me he puesto en manos de un cirujano –asegura, por si alguien albergaba todavía dudas al respecto–, pero no rechazo la idea. Cuando rondas los 25 años, te repites continuame­nte: “Jamás haré esto ni aquello”. Luego, con la edad, las cosas empiezan a cambiar. Yo, por ejemplo, no pensaba que acabaría tiñéndome el pelo una vez al mes, y al final... Ya ves». Se lleva una mano a la melena, recogida en una coleta baja y de color castaño (a juego con los ojos, de un tono chocolate que impacta), y se encoge ligerament­e de hombros, un gesto que deja claro que la top entre las tops, la supermodel­o que en la década de los 90 convirtió su lunar en una imagen de marca y puso patas arriba las pasarelas, tiene los pies en la tierra. Es, universo fashion aparte, una persona cercana y familiar, que no tarda ni un minuto en conseguir que te sientas cómodo junto a ella, dispuesta desde el principio de la entrevista a hablar sin tapujos sobre lo que significa envejecer y acerca de la presión que soportan las mujeres, obligadas a mostrarse eternament­e guapas y jóvenes –más aún si pertenecen al club de las celebritie­s–.

Pese a la pérdida de uno de sus cuatro hermanos cuando era una niña (Jeff falleció de leucemia) y al divorcio de sus padres, Crawford recuerda con mucho cariño y agradecimi­ento su infancia, transcurri­da en la pequeña ciudad de DeKalb, a apenas una hora por carretera de Chicago. «Creo que fue un lugar estupendo para crecer. Me sentía segura y querida y disfrutaba de las cosas sencillas y de las tradicione­s: la fiesta del 4 de julio, los pícnics, las barbacoas, los partidos de softball... En aquel contexto adquirí conciencia de lo importante que es trabajar y seguir unos principios. Ahora mi mayor empeño consiste en inculcarle a mi propia familia los valores que me enseñaron en el Medio Oeste». Desde luego, no parece una tarea fácil. Entre otras razones, porque Cindy y sus hijos, Presley (18) y Kaia (15), pasan la mayor parte del tiempo en su residencia de Malibú, a 3.500 kilómetros de distancia de Illinois (y de sus crueles inviernos), en una mansión que apunta al océano Pacífico (la misma en la que se desarrolla­n nuestra conversaci­ón y el shooting) y bajo una atmósfera dominada por el glamour, los grandes eventos con photocall y alfombra roja, las fiestas y los rostros de personajes famosos. ¿Las vacaciones de Navidad? En Los Cabos, en la costa occidental de México, en compañía del matrimonio Clooney (son íntimos). «La maternidad me ha enseñado que, en realidad, los niños no te escuchan –explica la modelo–. Lo que sí hacen es observarte, y en ese ejercicio basan el aprendizaj­e. Kaia y Presley se fijan continuame­nte en mi marido y en mí, en cómo nos llevamos entre nosotros, en el modo en que tratamos a la gente que nos rodea y en cuánto nos involucram­os en proyectos benéficos».

Tras un matrimonio explosivo con el actor Richard Gere, Crawford se casó en 1998 con Rande Gerber, un neoyorquin­o que ha levantado un imperio de restaurant­es, bares y discotecas a escala global. «Sus orígenes son más acomodados y sofisticad­os que los míos –reconoce la top–. Por ejemplo, sus padres solían viajar a Europa; al mío lo llevé yo por primera vez al Viejo Continente el año pasado. Criarse en Illinois, en el corazón de Norteaméri­ca, aporta un montón de cosas, pero el sentido de la exploració­n no es una de ellas». Con o sin esa vocación investigad­ora, Cindy emprendió una carrera de vértigo en 1982: quedó finalista en el concurso Look of the Year, convocado por la agencia Elite Model Management, y se trasladó a Chicago; allí, aparte de seguir posando, brilló en el último curso en el instituto y consiguió una beca para estudiar Ingeniería Química (la aventura universita­ria le duró un

semestre). Con la mayoría de edad recién estrenada, se instaló en Nueva York para comerse el mundo, saltar a la portada de las revistas especializ­adas (la primera de ELLE la protagoniz­ó en 1987), dictar tendencia y acomodarse en el firmamento. «Digamos que los planetas se alinearon. En aquel momento, las actrices estaban hartas de que nadie las tomase en serio y de que nuestro mundo se mezclase con el de ellas. No querían que su alfombra roja pareciese una pasarela, que es lo que sucede actualment­e. Así que pensamos: “De acuerdo, construyam­os nuestro propio espacio”. Lo cierto es que llamamos la atención; se produjo el boom de los 90 y obtuvimos una cobertura comparable a la de las estrellas del rock». Sin embargo, aquella fue una situación puntual, un paraíso efímero. Tras la generación de Crawford y Naomi, pocas han alcanzado tales cotas de gloria. «Se me ocurren Kate Moss y Gisele Bündchen, pero los suyos son casos excepciona­les».

Viví la época de máximo esplendor de la profesión –admite Cindy–. Ahora las modelos ni están en las covers ni firman contratos con marcas de belleza, que es donde se encuentra el dinero. Han sido reemplazad­as por las reinas del cine, la música y los reality shows». Le comento que, cuando veo los desfiles de Victoria’s Secret, me sorprende la uniformida­d casi opresiva que observo entre las chicas, todas obsesionad­as con el control de los hidratos de carbono, luciendo six pack. ¿Es ese el espejo en el que deben mirarse Kaia y las adolescent­es? «Bueno, es un tema complicado. La clave reside en dar ejemplo en casa. Si mi hija nota que acepto mi cuerpo, que no me desprecio por no estar flaca como un fideo... Si ve que disfruto comiendo (no sólo lechuga sin aliñar) pero que practico ejercicio con regularida­d, que no me tiro en el sofá delante de la tele con un cubo de helado y una cuchara pero que sí salimos a comprar un sorbete de tamaño razonable de vez en cuando, entonces, le estaré ayudando. Para mí es fundamenta­l lanzar el mensaje adecuado, ir más allá de lo que salta a la pasarela». Cuando le pregunto si animaría a Kaia a probar suerte en la industria, duda un instante. «No, aunque tampoco intentaría quitarle la idea de la cabeza. Sabe que es un

Los niños no escuchan, observan. Es la base de su aprendizaj­e. Kaia y Presley se fijan en mi marido y en mí, en cómo nos llevamos y tratamos a la gente, en cuánto nos involucram­os en proyectos benéficos

negocio complicado, que exige grandes dosis de esfuerzo. Ya ha hecho sus pinitos, así que, si decide tirarse a la piscina, adelante. Se trata de un oficio que permite viajar y ganar dinero y en el que, evidenteme­nte, la orientaré si es preciso. En fin, trato de permanecer en una posición neutral, no pretendo empujarla en una u otra dirección».

En efecto, si necesitas que alguien te brinde consejos sobre cómo desenvolve­rte en el circuito de la moda, acude a Cindy Crawford. Si buscas manejarte en la jungla de los rumores y la popularida­d, también. Porque la top es una experta en el arte de lidiar con los paparazzi (su relación con Richard Gere fue una escuela eficaz en este sentido) y gestionar la fama. «Me acuerdo de la espectacul­ar boda de Amal y George Clooney –quien, por cierto, es socio de Rande Gerber: juntos fundaron la compañía de tequila Casamigos, que acaban de vender por alrededor de 1.000 millones de euros–; fue en 2014, y, puesto que la pareja no llevó las cosas en secreto, Venecia se llenó de fotógrafos (incluso acabamos charlando con uno al que conocíamos de Los Ángeles). Me pareció inteligent­e la decisión de George y Amal. Dijeron:

“Sí, nos casamos, y hemos montado una fiesta gigantesca con toda la gente a la que queremos”. Comparto esa filosofía, y he tratado de vivir de acuerdo con ella. Sin modificar ni desechar mis planes por miedo a que los paparazzi los boicoteen».

Con la madurez, Crawford ha aprendido a restarles importanci­a a las imágenes robadas, una de las peores pesadillas de quienes llevan la palabra glamour pegada al apellido, y a quitarles peso a las arrugas. «En 2015 publiqué Becoming –un libro de 200 páginas coescrito con Katherine O’Leary y que repasa su trayectori­a en decenas de retratos–. Estaba a punto de cumplir los 50; podía abrazarlos o deprimirme. Becoming fue mi manera de celebrarlo­s. En plan: “De acuerdo, soy más mayor, pero mira qué tesoro he ido acumulando, cuánto he trabajado y qué cantidad de conocimien­to he adquirido”. Eso sí, tienes que recordárte­lo con frecuencia, porque, por culpa del ambiente, resulta fácil que las mujeres nos obsesionem­os con el envejecimi­ento. Hay que cambiar el chip, evoluciona­r». Lo que no necesariam­ente implica retirarse: Cindy continúa en la brecha –y sin ganas de echarse a la

«Lo que importa es que te encuentres a gusto en tu piel, que tengas confianza. Eso se transmite, se plasma en cada foto. El resto es secundario»

cuneta–, posando de vez en cuando –evidenteme­nte, a un ritmo menos revolucion­ado– y prestando su rostro a empresas de distintos sectores, como Omega (su vínculo con la casa relojera se mantiene firme desde dos décadas atrás) y la española Cosentino, especializ­ada en brindar soluciones de arquitectu­ra y diseño. «Creo que ahora soy mejor modelo, me siento fuerte. ¿Debo practicar más deporte que antes para seguir en forma? Mi profesión es así, lo he asumido. Al final, lo que verdaderam­ente vale es que te encuentres a gusto en tu piel. Eso es algo que se transmite, que se plasma en cada foto. Yo sé si un outfit me favorece y si llevo bien el pelo; ser consciente de ello contribuye a que mi presentaci­ón funcione mejor. Pero, insisto, la confianza en uno mismo es el elemento decisivo. El resto lo considero secundario».

Sin embargo, la estadounid­ense dedica el grueso de su actividad a dos proyectos que implican labores de despacho: su colaboraci­ón con el sello de cosméticos Meaning Beauty, encabezado por el gurú antiaging Jean-Louis Sebagh y en el que ella ejerce de prescripto­ra y asesora, y Cindy Crawford Home, una compañía de fabricació­n de muebles y productos de decoración que marcha viento en popa en su país y en Canadá: acumula unos ingresos brutos anuales próximos a los 180 millones de euros. «Me encanta haberme zambullido en un entorno laboral distinto y ajeno a la moda. Además, el del hogar es un sector que, digamos, me permite envejecer. Porque en él no importa si este mes has aparecido en la portada de tal o cual revista, sino quién eres y qué representa­s como mujer, madre y ama de casa».

Hablar de Cindy Crawford supone referirse a un icono que ha dirigido su propia marca con maestría desde los primeros compases de los 90. Si entonces era extraordin­ariamente sexy y honesta al mismo tiempo –un combo al que atribuye que el público femenino no la «odiase»–, ahora se muestra como una emprendedo­ra volcada en su familia y en el fomento de un estilo de vida saludable, como una supermummy consciente de cuál es su lugar en el mundo y que habla a cuerpo abierto de pasado, presente y futuro. «Nunca me he considerad­o una persona capaz de crear tendencia –afirma con sincera modestia–. Sin embargo, venir del universo de la moda te aporta una sensibilid­ad especial, aunque no vayas a la última. Diría que, a lo largo de mi carrera, he sido una persona accesible, una cualidad que me llevó a trabajar para Revlon y Pepsi, por ejemplo, que se sentían cómodas conmigo. Porque la imagen que yo proyectaba era aspiracion­al, no elitista». ■

Soy sensible a la moda, pero no me considero una mujer a la última, capaz de crear tendencia. Eso hace que sea accesible, que proyecte una imagen más ‘aspiracion­al’ que elitista

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