Muerte de un poeta
En mi jardín las glicinias perfuman el vuelo de las golondrinas. Se anuncian las unas a las otras, porque llegan al compás. Las calas han roto el turbante de su inmaculada belleza, tan pura. Como las niñas antiguas en su primera comunión. Siempre aparecían así en los recordatorios, la flor larga, única, el misal de nácar en una mano, el rosario enredado para sujetarla quizá en sus ganas de remangarse el vestido y correr a jugar con sus primos. Despuntan los jacintos, los iris, los crocus debajo de las hojas secas que han amortiguado el invierno, el frío, el largo tiempo de espera. En Cracovia el sol solo llega al centro de la plaza, no ha conquistado las esquinas. En sombra, los arriates yermos. Los adoquines todavía resbalan, húmedos de meses, de gente encogida que acomoda sus pasos al resalte de las fachadas, buscando una mijita de tejado, un balcón que proteja el suspiro, rápido. La ciudad lleva aún queagua rencia de lumbre prendida en su silueta y las calles se ven solas hasta perderse de vista, sorprendidas por el resonar de unos zapatos, un sonar de una bicicleta, los mocos sorbidos, el sordo buenas noches de las contraventanas cerrándose. Y aún así amaneció la primavera y el domingo, y el día
de la poesía . Como una retahíla, como un todo o un ramo de flores de esos que se entregan a las cantantes de ópera al levantarse el telón. Previsible, formal, y a la vez cándida, como el rubor y la adolescencia . Nunca es un buen día para morirse si uno no quiere hacerlo. Si pretende esperar a que los tulipanes se levanten en los jardines, que el sol atempere el dolor de la cadera, que la luz se cuele por el encaje de las cortinas, proyectándose en el techo, diseñando el primer verso del día. Amarrarse a la vida sin creer del todo en la palabra efímero. Desgarra saber la ausencia que uno mismo dejara en su sillón, en la tecla de su ordenador, en el vaso de de la mesilla, en los labios que tanto besó. Irse, arrancarse, sin que valga de nada la rebeldía, la protesta, el fervor que tanto uso para vivir. Queriendo escribir, mientras escucha a Malher sin herirse del todo porque su amada sigue a su lado, y escribir, elevándose como el coro de las pasiones de Bach, apasionado, y escribir, aunque sea partido en dos, como un adagio de Beethoven, y escribir .... no queriendo morir como no quería Shostakovich. Murió sin embargo Zagajewski, aunque las campanas no tocaran a muerto, no repiquetearan con la cadencia de sus poemas. En este domingo, huérfano de primavera y de poesía.