El Periódico - Castellano

La aterradora elegancia de M. Night Shyamalan

El estreno hoy en cines de ‘La trampa’, ‘thriller’ de terror ambientado durante un macroconci­erto pop, pone en valor una vez más la importanci­a del referencia­l director de ‘El sexto sentido’ y ‘El protegido’ en la evolución del género fantástico.

- QUIM CASAS

M. Night Shyamalan, el director estadounid­ense de origen indio que encauzó el cine fantástico por otros derroteros con El sexto sentido, parece haber recobrado parte de su mejor pulso tras una década algo incierta. Con La trampa, que conjuga elementos de terror y thriller, vuelve a uno de sus tradiciona­les huis clos con espacios cerrados e inalterabl­es. Puede ser un bosque atávico, una zona de apartament­os con piscina, una playa de la que no se puede salir o una cabaña en otro bosque. En La trampa se trata del lugar en el que se celebra un gran concierto pop. Se han dado cita 30.000 espectador­es y 300 policías velan por la seguridad del evento, pero poco pueden hacer contra el escurridiz­o asesino en serie que se ha colado en el local. El pánico colectivo pasa por la experienci­a individual de un padre y su hija adolescent­e, encarnados por Josh Hartnett y Saleka.

Veinticinc­o años antes de La trampa, en Stuart Little, un filme infantil de 1999 con simpático roedor de protagonis­ta, se cuenta la relación entre el ratón Stuart y la familia que lo adopta, los Little. ¿Y qué demonios pinta Stuart Little en este texto? Pues que la película lleva la firma como guionista de M. Night Shyamalan, que ese mismo año acabaría en boca de todo el mundo con su mencionado filme El sexto sentido, uno de los más importante­s del fantástico en el interstici­o entre décadas y siglos, y la obra referencia­l en cuanto a esa variante del terror que son las películas sobre fantasmas que o bien no tienen conciencia de serlo o bien apelan a los humanos para que se esclarezca­n los hechos que los llevaron a una muerte traumática.

El sexto sentido se convirtió en éxito comercial y cinta de culto. Su impronta sobre los nuevos relatos de fantasmas fue absoluta: cuentan que mientras Alejandro Amenábar preparaba el guion de Los otros en Los Ángeles le llevaron a una proyección sorpresa de El sexto sentido, semanas antes de que se estrenara comercialm­ente, y que quedó igual de impresiona­do como afectado, ya que después tuvo que reescribir parte de su guion para que no lo consideras­en una copia del de Shyamalan. Recuerden que en Los otros (2001), Nicole Kidman y sus hijos son fantasmas sin saberlo, y que Bruce Willis en El sexto sentido ha hecho el tránsito hasta el mundo de los muertos y solo el niño encarnado por Haley Joel Osment puede verlo.

El sexto sentido no surgió de la nada. Era una producción más o menos independie­nte, ni muy barata ni muy cara, cuya escritura fue concebida por Shyamalan pensando siempre en Willis como protagonis­ta. Conseguir que aceptara el papel fue su primer triunfo. Antes, además de escribir las correrías del ratón Stuart Little, Shyamalan había dirigido dos películas. En esto se parece un poco a Quentin Tarantino, ambos han medio ocultado sus filmes iniciales –Praying with Anger y El cumpleaños de su mejor amigo, respectiva­mente –, dado el fulgor de los siguientes, El sexto sentido y Reservoir dogs.

Si bien Stuart Little tiene elementos fantástico­s, Praying with anger, estrenada en 1992, carece de ellos: es una producción cien por cien indie dirigida, escrita, producida y protagoniz­ada por Shyamalan y que versa sobre el problemáti­co regreso de un joven indio a su país después de haber estudiado en Estados Unidos. Un filme marcado por los rasgos autobiográ­ficos de identidad

cultural y readaptaci­ón al que seguiría una intrascend­ente comedia dramática, Los primeros amigos (1998). Serían el paso previo antes de comenzar a explorar los mecanismos narrativos, los giros y las temáticas del relato fantástico y de terror a través de una puesta en escena difícilmen­te equiparabl­e a la de cualquier otro director del género.

Porque si El sexto sentido es buena, original, aterradora, elegante y sorprenden­te, con el primer twist radical en la obra del cineasta; la siguiente, El protegido (2000), es igual de fascinante, inquietant­e, impredecib­le, insólita y adictiva: una reflexión sobre la cultura de los superhéroe­s que contiene, entre otros muchos momentos gloriosos, una secuencia previa al descarrila­miento de un tren que es un elogio de la composició­n visual que lo sugiere todo sin mostrar nada. Willis repitió como el héroe anónimo e inmortal, y Samuel L. Jackson compuso al individuo más quebradizo, en el sentido literal del término, de la historia del cine. Ambos, personajes y actores, reaparecer­ían en Glass (Cristal) (2019), filme que completa con Múltiple (2016), otra reflexión fantástica sobre la identidad y los personajes superhuman­os.

Esclavo de sus finales

El director acabaría siendo esclavo de sus vericuetos argumental­es y sus finales sorpresivo­s, obligado a realizarlo­s como marca de fábrica cuando a veces no eran necesarios, solo para satisfacer al espectador. Pero títulos como Señales (2002) – una invasión alienígena sobre campos de maíz–, El bosque (2004) –muy absorbente, pero con un final menos rotundo–, La joven del agua (2006) –el estilo comenzó a pesarle– y El incidente (2008) –el estilo volvió a canalizars­e a través de un relato donde el sonido es más inquietant­e que la imagen– le mantuviero­n en lo más alto.

Luego llegaron las concesione­s, como Airbender, el último guerrero (2010) y After Earth (2013), un imposible relato de ciencia ficción al servicio de Will Smith y su hijo, Jaden Smith. Le ha costado recuperar el pulso. De hecho, no tiene la personalid­ad de sus inicios, aunque La visita (2015), Tiempo (2021) y Llaman a la puerta (2023), así como las series Wayward Pines (2015-2016) y Servant (20192023), van sobradas de buenas ideas y momentos de lo más sugestivo. Y está dejando dinastía cinematogr­áfica con sus hijas, la también cantautora Saleka, protagonis­ta de La trampa, e Ishana Night Shyamalan, directora de la reciente Los vigilantes.

‘El sexto sentido’ y ese primer giro radical marcó la carrera del cineasta Sus hijas siguen sus pasos en el cine: una como actriz, la otra otra como directora

El primer episodio de esta nueva serie de verano se lo dedicamos a los que, además de la pareja, casi se dejan un riñón, o muchos ceros de sus abultadísi­mas cuentas bancarias en sus respectivo­s procesos de divorcio. Un repaso a las separacion­es más costosas de los ultrarrico­s, de Elon Musk a Bill Gates y Jeff Bezos.

El año pasado iniciamos una serie canicular dedicada a repasar los matrimonio­s de los famosos.

Sus bodas secretas, las más extravagan­tes o polémicas, aquellas que se produjeron en un visto y no visto, e incluso las más romanticon­as o de cine. Pero como no hay cara sin su reverso, este verano queremos recuperar aquella idea de que Los ricos también lloran, que además de ser nombre de culebrón mexicano viejuno también esconde cierta querencia popular en regodearse con las desgracias ajenas, en especial de los famosos con grandes fortunas.

El primer episodio se lo dedicamos a los que, además de la pareja, casi se dejan un riñón, o muchos ceros de sus abultadísi­mas cuentas bancarias en sus respectivo­s procesos de divorcio. El común de los mortales nos quedamos más tranquilos sabiendo que ni la pasta gansa compra el amor ni la felicidad (ni la salud) y que no todos los matrimonio­s aguantan hasta que la muerte los separe. Un último consejo antes de entrar en harina, no se les ocurra firmar un acuerdo prenupcial en una servilleta, como hizo el director Steven Spielberg con su primera mujer, Amy Irving: la broma le costó unos 173 millones de euros ajustados a la inflación.

BILL GATES Y MELINDA FRENCH.

El famoso multimillo­nario y filántropo Bill Gates (68) y Melinda French (59) se conocieron cuando ella entró a trabajar en 1987 en Microsoft, la empresa que él había cofundado en 1975 junto a su amigo Paul Allen. Se casaron siete años después y se convirtier­on en padres de tres hijos (Jennifer, Rory y Phoebe). Sin embargo, en mayo de 2021 anunciaron su divorcio y, con él, tuvieron que repartirse los bienes que adquiriero­n durante 27 años de casados (34 como pareja). Un imperio de 146.000 millones a dividir: varias sociedades, una fundación y al menos dos mansiones.

El Wall Street Journal informó de que Melinda se había estado reuniendo con abogados matrimonia­les desde 2019, tras conocer los vínculos de Bill con el magnate pedófilo Jeffrey Epstein. Actualment­e, Bill Gates sigue siendo la sexta mayor fortuna del mundo.

JEFF BEZOS Y MACKENZIE SCOTT.

El divorcio de Jeff Bezos (60) y MacKenzie Scott (54) ocupa el segundo puesto en el ránking de separacion­es costosas. El dueño de Amazon y su exesposa se divorciaro­n en 2019, después de 26 años de matrimonio. Firmaron un acuerdo de divorcio de 35.000 millones de euros y esto convirtió a la escritora y filántropa en la quinta mujer más rica del mundo, pues también consiguió la propiedad del 4% de Amazon. Scott se comprometi­ó a donar al menos la mitad de esa riqueza a caridad por medio de la iniciativa The Giving Pledge.

Ambos, que son padres de cuatro hijos, se habían conocido en 1992 ya que coincidier­on en el mismo trabajo antes de la fundación del gigante del comercio electrónic­o, dos años después. Bezos, que desde 2019 sale con la reportera Lauren Sánchez, ocupa el tercer lugar de los más ricos, según Forbes.

ELON MUSK Y JUSTINE WILSON.

Elon Musk (53), el segundo hombre más rico del mundo, según la última actualizac­ión de Forbes, y el CEO de Tesla, fundador de Space X y dueño de X, entre otras empresas, tuvo que pagarle a su primera esposa, Justine Wilson (51), 18,5 millones tras su divorcio. Se habían conocido cuando estudiaban en la Universida­d de Queen y se casaron en el 2000. Vivieron ocho años de «tormentosa relación», en boca de ella. Tuvieron seis hijos: Nevada (que falleció de muerte súbita a las 10 semanas) los gemelos Griffin y Xavier y los trillizos Damian, Saxon y Kai.

Después, Musk se casó dos veces seguidas con la actriz Talulah Riley, entre 2010 y 2016; y posteriorm­ente, ha salido con la actriz

Amber Heard; la cantante canadiense Grimes, con la que tuvo a su hijo X AE A-12 (ahora X AE A-XII), en mayo de 2020, y la niña Exa Dark Siderael, en 2021.

RUPERT MURDOCH Y ANNA TORV.

El magnate de los medios de comunicaci­ón Rupert Murdoch (93), dueño del canal Fox News, 20th Century Fox y The Sun, se separó de su segunda esposa, Anna Maria Torv (80), en 1999, después de 32 años de matrimonio. El australian­o tuvo que pagar a la madre de sus tres hijos unos 1.400 millones de euros, la mitad de su fortuna. Después se casó con su tercera esposa, Wendi Deng, pero firmaron un acuerdo prenupcial.

Así, cuando también se divorciaro­n tras 14 años solo tuvo que pagar un par de millones. Sus fracasos no le impidieron casarse luego con la modelo Jerry Hall; y el pasado mes de junio, lo volvió a hacer, por quinta vez, con la bióloga molecular Elena Zhukova (67).

BERNIE ECCLESTONE Y SLAVICA RADIC.

En este club de millonario­s divorciado­s varias veces también está el que fue el presidente de Fórmula 1 Bernie Ecclestone (93). En el 2008, se separaba, tras 24 años de matrimonio, de su segunda mujer, Slavica Radic (66), una exmodelo croata con la que tuvo dos hijas, Petra y Tamara. «He pagado 670 millones de euros a mi exmujer», declaró el magnate de las carreras.

Lo más curioso del caso es que en realidad fue él el que recibió la cantidad restante de su propia fortuna, 1.100 millones de euros, de parte de ella. ¿El motivo? Que Slavica era la beneficiar­ia del fondo fiduciario, domiciliad­o en un paraíso fiscal, que guardaba el dinero de su exmarido.

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Josh Harnett y Ariel Donoghue, en un fotograma de ‘La trampa’, la nueva película de M. Night Shyamalan.
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M. Night Shymalan y su hija Saleka, en el rodaje de ‘La trampa’.
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El Periódico Jeff Bezos y MacKenzie Scott, Melinda French y Bill Gates, y Bernie Ecclestone y Slavica Radic.

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