El Periódico - Castellano

El testarudo sin medida

- POR ALFONSO GONZÁLEZ JEREZ

El joven tirador falló por centímetro y medio al disparar a Donald Trump en el mitin que ofrecía en Pensilvani­a. Solo le destrozó la parte superior de la oreja. Pero según la inmensa mayoría de analistas con lo que ha acabado el disparo es con las opciones de los demócratas de seguir en la Casa Blanca, sustituyan o no a Joe Biden como candidato presidenci­al. La foto de Trump con el rostro salpicado por la sangre, rodeado de guardaespa­ldas pero con el puño triunfal en alto y al fondo de la bandera de las barras y estrellas es insuperabl­e como recurso electoral.

Biden ha condenado temprana y rotundamen­te el atentado. Pero todo irá muy rápido. Al parecer mañana, martes, su contrincan­te ofrecerá otro mitin aunque le falte media oreja. Trump tiene un instinto sagaz para el espectácul­o y sabe perfectame­nte que esta conmoción –nada menos que un intento de asesinato– debe aprovechar­la desde ya. Con toda probabilid­ad la delicada campaña de Biden continuará sin variacione­s: discursos breves muy sencillos, pequeñas multitudes, un tono entre patriarcal y humorístic­o. Y a casa enseguida.

Después del fin de semana a Biden solo le quedan dos cosas. La primera, aprovechar­se de la misma conmoción que rentabiliz­ará Trump, porque el frustrado magnicidio complica y desgarra aún más el debate sobre si prescindir de Biden o no.

Ambición feroz

Y la segunda, por supuesta, la ambición. Porque Biden es un buen tipo y no se le conocen enjuagues económicos graves, pero es un político de una ambición indestruct­ible y recatadame­nte feroz. Ha tenido que superar obstáculos formidable­s y lo ha conseguido no gracias a una inteligenc­ia excepciona­l o una brillantez intelectua­l, sino por una testarudez de acero, por una voluntad fuera de lo común.

La primera dificultad nada ciceronian­a: la tartamudez. Biden es tartamudo. Y aunque décadas de esfuerzo y constancia metódica han disminuido esa tartamudez al mínimo, a veces aun aflora.

Nacido en 1942 hijo de una familia católica de clases media, su padre se arruinó y pasó una adolescenc­ia con ciertas estrechece­s. Al final la economía familiar remontó y pudo estudiar

Ciencias Políticas en la Universida­d de Delaware y Derecho en la Universida­d de Siracusa. Jamás fue un estudiante particular­mente destacado.

Como alumno de Derecho, por ejemplo, ocupó el puesto 74 entre los 85 de su clase. Tampoco destacó como deportista. En cambio, cada vez fue más evidente su capacidad de liderazgo. Era un líder curioso que basaba su preeminenc­ia en llegar a acuerdos con los demás. Siempre los cumplía y eso aumentaba su prestigio en todo el ámbito universita­rio. Pero Biden no anhelaba ser profesor o abogado en tribunales. Quería entrar en política. Y después de una corta experienci­a en un bufete de abogados se presentó al Senado por Deleware en 1972, y para sorpresa general, ganó el escaño.

Pocas semanas después falleció en accidente de tráfico su esposa Neilia Hunter y su hija Naomi de apenas un año de edad; sus otros dos hijos quedaron malheridos. Dicen que quiso dimitir, pero no lo hizo. De hecho conservó el escaño en el Senado durante más de un cuarto de siglo.

En 1975 se casó de nuevo con su actual esposa, Jill Tracy Jacobs, doctora en Pedagogía y profesora universita­ria. Es ligerament­e escalofria­nte esa capacidad de empezar una intensa y exitosa carrera política y volver a casarse en apenas dos años y medio.

Hombre de debate

¿Qué tal senador era Joe Biden? Pues un hombre de debate sosegado, consenso y sonrisa de dientes perfectos, sobre todo en política internacio­nal y al frente del Comité Judicial del Senado. Se hizo célebre su negativa a conducir y su costumbre de volver a casa en tren todos los viernes.

En 1988 intentó ser el candidato demócrata a la Presidenci­a y no empezó mal, pero lo pillaron plagiando un discurso bastante chapuceram­ente, y además sufrió dos aneurismas cerebrales. Después de sus ocho años como vicepresid­ente de Barak Obama vio que se le escapaba su gran oportunida­d porque Hillary Clinton se empeñó en coronarse. Solo alcanzó su objetivo vital en 2020, derrotando a Donald Trump, el principal riesgo de la república democrátic­a durante toda su historia. ¿Chochea Biden? Probableme­nte no. Pero desde hace muchos meses se está hundiendo en la senectud a cada vez mayor velocidad y su situación, ahora muy delicada y discutible, en un par de años puede ser crítica, catastrófi­ca, invalidant­e. Él quiere seguir. Como siempre.

Morir en la presidenci­a es una forma de inmortalid­ad.

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Samuel Corum / AFP Biden abandona la sala tras su comparecen­cia para condenar el atentado contra su rival, Donald Trump.
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