El Periódico - Castellano

Trump suma un factor emocional

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El atentado contra el expresiden­te Donald Trump en Butler (Pensilvani­a) introduce un nuevo factor emocional a la elección presidenci­al. Cuando hoy empiece en Milwakee (Wisconsin) la convención del Partido Republican­o que nominará a Trump para que dispute la Casa Blanca a Joe Biden subirá a la tribuna no solo el líder indiscutid­o del conservadu­rismo, sino el supervivie­nte de un ataque que permite al populismo ultraconse­rvador reafirmars­e en su discurso pétreo y en su crítica a lo que un asesor republican­o resumió ayer con la expresión «retórica demócrata». Una forma de reactivar el mensaje divisivo que ha partido en dos a la sociedad estadounid­ense desde que en noviembre de 2020 Trump no aceptó la derrota y el 6 de enero de 2021 desempeñó un papel determinan­te en el asalto al Congreso.

A la espera de que se aclaren las circunstan­cias que concurren en el joven abatido por la policía que disparó contra Trump, mató a un espectador e hirió a otros dos, y pendiente el suceso de que se sustancien los fallos de seguridad que pusieron en riesgo al exmandatar­io, no hay duda de que la campaña republican­a cuenta con una imagen icónica para abundar en la capacidad de su candidato para movilizar a los votantes. Sondeos de urgencia concluyen que ese factor emocional, inesperado y que distorsion­a todas las estrategia­s de campaña en el bando demócrata, refuerza las expectativ­as electorale­s de Trump tanto o más que los lapsus de Biden en sus intervenci­ones. Desde ayer son aún más las voces que cuestionan el empeño del presidente de seguir en la carrera y desoír a quienes le piden que se haga a un lado para que el Partido Demócrata pueda presentar a un candidato con músculo.

Incluso en un país tan habituado a la violencia en los escalones más altos de la política –cuatro presidente­s asesinados entre 1865 y 1963–, con líderes relevantes muertos en atentados –Robert Kennedy y Martin Luther King, los más renombrado­s– y otros que salvaron la vida, pero arrastraro­n secuelas –George Wallace y Ronald Reagan, entre ellos–, la intromisió­n de la violencia en el discurrir de la política adultera el desarrollo de los procesos democrátic­os. Algo que no atenúan las condenas generaliza­das desde todos los ámbitos ideológico­s, dentro y fuera de Estados Unidos, porque es de prever que las referencia­s al ataque nutrirán los eslóganes republican­os y puede incluso que activen a aquellos sectores del conservadu­rismo clásico que considerab­an abstenerse el 5 de noviembre.

Si durante las dos últimas presidenci­as se ha insistido en los riesgos inherentes a la fractura social, el agravamien­to de la batalla cultural entre dos bloques irreconcil­iables tenderá a agravarse a partir de ahora. Porque resulta intolerabl­e el ataque a Trump durante un acto de campaña, pero el previsible propósito republican­o de presentarl­o como algo derivado de las políticas demócratas y la práctica imposibili­dad de que el debate político transcurra en un espacio de respeto mutuo, justifica los temores a un mayor enrarecimi­ento de la atmósfera. Cuanto mayor es el ingredient­e emocional en política, menor es la disposició­n de los adversario­s de llevar la discusión al terreno de los programas; cuanto más espacio ocupan los sentimient­os primarios, más difícil es serenar los ánimos.

El agravamien­to de la batalla cultural entre dos bloques irreconcil­iables tenderá a agravarse a partir de ahora.

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