El Periódico - Castellano

El Visma acorrala a Pogacar la víspera de la contrarrel­oj

La escuadra de Vingegaard trató de cortar al líder a 80 kilómetros de meta cuando el viento sopló de costado. Groenewege­n ganó el esprint de Dijon.

- SERGI LÓPEZ-EGEA

Qué duro es sentirse acorralado, en el Tour y en la vida. Son instantes, minutos o kilómetros que duran una eternidad, donde es mejor no entrar en pánico, conservar la calma, mirar el jersey amarillo que se lleva puesto y serenarse, aunque se escuchen por la radio las palabras desesperad­as del director, que trata de llamar la atención, remediar lo irremediab­le y preguntar a los gregarios qué hace tan solo Tadej Pogacar rodeado de más enemigos que el general Custer al frente del séptimo de caballería.

La sexta etapa pudo convertirs­e en una encerrona para Pogacar. Sucedió en el día más llano de este Tour. Tan claro era que todo acabaría en un esprint, en este caso con triunfo del neerlandés Dylan Groenewege­n, que nadie intentó una escapada, aunque fuese para conseguir unos minutos de gloria en la tele camino de Dijon, tierra de mostaza y caracoles.

Había una alerta. Todos avisados, algo puede ocurrir y hay que rodar con las orejas tiesas. ¡El viento! Lo sabían del primero al último, los que se juegan la general y los que ya empiezan a hacer cálculos para llegar a Niza. El viento soplará de lado cuando queden 80 kilómetros. Y fue allí, cuando se movían las banderas de los aficionado­s y la vegetación que veían los ciclistas, donde el Visma resucitó de entre los corredores. Que no estaban tan muertos como dieron la impresión en el Galibier. Hay que aprovechar cada dicha que te da el Tour porque nunca sabes lo que puede suceder al día siguiente. Todos delante; el primero, Christophe Laporte, antes era un animal de los esprints y ahora convertido en el principal protector de Jonas Vingegaard cuando la carretera es llana. Y, por fin, Wout van Aert, al frente de la compañía.

El pelotón se ponía a 67 por hora, cabezas agachadas. La señal de cortar a los despistado­s, a los que iban rezagados. Todo el Visma delante, a ver qué pasa, mirando por el rabillo del ojo que Vingegaard, avisado por supuesto de la estrategia de sus compañeros, estuviese siempre en el sitio.

De repente, Pogacar se vio más solo que la una. Tiraba todo el Visma, los rivales del Soudal (Remco Evenepoel), del Ineos (Carlos Rodríguez) o del Red Bull, como ahora hay que llamar al conjunto Bora

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