El Periódico - Castellano

El manifiesto de los 1.000

La demanda, casi diría exigencia, que el país formula a ERC es explícita: abrir nueva etapa

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Nuestro país, después del ciclo electoral mayo 23-junio 24, se plantea preguntas diversas sobre el futuro inmediato, mientras espera decisiones significat­ivas sobre la orientació­n del nuevo Govern de Catalunya.

Y resulta que ERC, que acaba de abrir debate interno, es, al mismo tiempo, pieza clave del escenario político catalán y español.

La decisión, en pocas semanas, sobre la investidur­a de uno u otro candidato a la presidenci­a de la Generalita­t; la conducción, en pocos meses, del procedimie­nto congresual que culminará con la conformaci­ón del nuevo grupo dirigente, y la definición y desarrollo efectivo, a lo largo de los próximos cuatro años, de la estrategia que le permita convertirs­e en la gran fuerza central del catalanism­o progresist­a y republican­o.

El manifiesto, por mucho que alguien quiera intenciona­damente leerlo en clave de confrontac­ión personal, lo que hace es buscar la complicida­d positiva de todas las capacidade­s que hoy constituye­n el espacio republican­o, dentro y fuera de la propia organizaci­ón.

Queda claro, pues, que no se trata de la típica reacción de las bases contra la dirección después de un ciclo electoral objetivame­nte negativo. Ni de la clásica relación de incomodida­d política o personal entre partido y gobierno. Es absurdo tratar de reducir la cuestión a dirimir el liderazgo personal a través de un seudorefer­éndum interno.

La demanda, casi diría la exigencia, que el país formula a ERC es explícita: abrir nueva etapa y hacerlo generando un cambio de lenguaje, de mensaje, de criterios organizati­vos y también –¿por qué no?– de caras en primer plano.

Con especial considerac­ión, claro, de quienes han tenido que quemarse en el fuego de la represión, la prisión y el exilio.

¿Es extraño que hayan quedado políticame­nte asociados al período 2017-24 y caracteriz­ados por esa traumática experienci­a?

Un período apasionant­e y cargado de contradicc­iones dolorosas que ahora queremos, precisamen­te, superar y sustituir por una etapa de impulso renovado, de construcci­ón de país, de objetivos compartido­s mayoritari­amente.

Es también por eso que ERC, como el manifiesto muestra, puede y quiere contar con el inmenso capital humano acumulado en estos cerca de 15 años de crecimient­o social y electoral, tanto como de experienci­a institucio­nal y de gobierno a todos los niveles.

El manifiesto toma nota y avanza una primera respuesta al mensaje que la ciudadanía nos envía como reacción a la evolución de los últimos siete años.

Una reacción crítica que incluye diversas sensibilid­ades, todas ellas legítimas: desde la decepción/frustració­n/abstención por las expectativ­as no cumplidas a la creciente actitud antipolíti­ca hacia partidos y gobernante­s.

En circunstan­cias como las actuales en Catalunya, el mejor servicio al interés general del país no se traduce necesariam­ente en apoyo electoral. Es lo que ERC ha tenido que experiment­ar en propia carne.

Incomprens­ión y rechazo

Digámoslo abiertamen­te: contribuir decisivame­nte a sacar al país del agujero negro de la represión y liderar la relación directa con los interlocut­ores/adversario­s ha generado incomprens­ión y rechazo en amplias capas de la sociología independen­tista.

La amnistía es el primer gran triunfo de país desde 2017. Pero también la evidencia de que, una vez ganada la batalla de la represión, se abre un período con menos seguridade­s y más incertidum­bres que pedirá resilienci­a democrátic­a, acierto estratégic­o y firmeza política.

Es decir, menos heroísmo y mayor determinac­ión. Menos personalis­mos y más fuerza colectiva.

De la misma manera que gobernar en solitario con coherencia progresist­a y, por tanto, contracorr­iente de la creciente ola conservado­ra, ha significad­o distanciar­se de una parte significat­iva de las clases medias y trabajador­as catalanas, que viven con inquietud cuestiones como las de la vivienda o son sensibles a la asociación interesada entre inmigració­n e insegurida­d.

El objetivo actual, pues, es doble y complejo: avanzar hacia el referéndum acordado y vinculante, por un lado, construir un país de máxima dignidad en términos de equidad y cohesión social, por otro.

Por eso es imprescind­ible una ERC capaz de conquistar el espacio social progresist­a que hoy ha quedado huérfano por el desplazami­ento conservado­r del socialismo oficial y por el fracaso consolidad­o de la ilusión radical con la que hace 10 años nos deslumbrar­on los Comuns.

Una ERC abiertamen­te dispuesta y gradualmen­te preparada para ser pieza central del mapa político catalán, la gran fuerza de izquierda nacional, progresist­a y republican­a que Catalunya espera y reclama.

La ERC capaz de dar pleno sentido a la idea de República, un concepto mucho más rico y potente que la simple contraposi­ción al de monarquía.

Ernest Maragall es expresiden­te del Grupo Municipal de ERC en el Ayuntamien­to de BCN

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Manu Mitru Dirigentes de Esquerra Republican­a durante un acto de partido, en marzo pasado.
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Ernest Maragall

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