El Periódico - Castellano

La experienci­a de abrazar

Parece que el mundo necesita un achuchón aún más que Yolanda Díaz. Más de 70 personas se abrazaron a este hombre en una hora. ‘The hug experience’, se llama su proyecto.

- ANA SÁNCHEZ

«Si te sientes triste o agobiado, estoy aquí para darte un abrazo». Un cartel callejero invita a estrujar a un tipo de casi dos metros. Tiene los ojos vendados, los brazos bien abiertos. Enseguida se forma un corrillo de transeúnte­s que cuchichean. Caras de perplejida­d, móviles grabando, «creo que lo he visto en TikTok». Unos pocos segundos de duda y se lanzan a los brazos del desconocid­o con más confianza que si estuvieran en First Dates. Uno tras otro, apenas lo dejan solo. Como si el mundo necesitara de repente un achuchón aún más que Yolanda Díaz tras su debacle europea. Hay quien no lo suelta en dos minutos. «No estamos tan perdidos», sonríe un chico al ver los abrazos en bucle. Se dieron más de 70 en apenas una hora.

«Parece que me he drogado», se ríe Alexandre tras la maratón de achuchones. «La oxitocina», justifica. Es «la hormona de los abrazos», así la denominan los divulgador­es científico­s. El Mr Wonderful de las moléculas, sí. «La hormona de la felicidad». Por internet ya circulan más estudios sobre los beneficios de los abrazos que memes de Julio Iglesias.

No es el primer desconocid­o que reparte por las calles abrazos a discreción. Hace 20 años que apareció este movimiento social: Free Hugs, Abrazos gratis. Tiene entrada en Wikipedia y hasta día internacio­nal (el primer sábado de julio). Pero aparte de regalar abrazos, Alexandre también enseña a darlos. The hug experience, ha bautizado él su proyecto. «La experienci­a de abrazar». Organiza talleres basados en la neurocienc­ia.

Alexandre Roudaut, se llama este nuevo abrazador con sede en Barcelona. 36 años. «Vengo de Bretaña –se presenta–, de donde vienen Astérix y Obélix». Que no te engañe su cara de Astérix –advierte–, él tiene el mismo saque que Obélix. 1,87 m de vikingo. Francés de madre portuguesa y padre alemán. Enseguida te descubre sus «cicatrices» vitales con la calma de quien lleva encima mucha terapia: familia disfuncion­al, padre ausente, madre violada, padrastro alcohólico, enumera. Hizo un pacto con su abuela antes de morir: le prometió que iba a intentar «hacer de este mundo un sitio más bonito».

Se formó en una escuela de negocios hasta que se cruzó en su camino la neurocienc­ia. Empezó a investigar, a investigar, y acabó dejando el retail para montar su propia empresa: Happy Circle. «Inteligenc­ia emocional y comercial», resume su web. «Cómo atender y entender las emociones de los empleados –detalla– para alinearlas con las necesidade­s de las empresas». Eso quiere decir que lo mismo te enseña a dar abrazos que a gestionar la frustració­n con el boxeo. «¿Hay talleres de abrazos?». Se lo preguntó hace años. Quería ir de alumno, eliminar bloqueos. «Aprender a dar abrazos. A sentir». Pero no encontró. Y luego llegó el covid. «La gente estaba como perdida, necesitaba un ancla emocional». Así que en agosto pasado decidió montarlos él mismo: talleres de abrazos basados en la neurocienc­ia. Llevará unos 40, calcula. Intenta organizar uno cada dos, tres meses.

Empezó con 45 minutos. Ahora duran 90. «Están hechos de manera pragmática –asegura Alexandre– para que la gente con bloqueos se sienta bien». Hay momentos de team building, juegos de confianza, mucha dinámica con antifaz. «Apagas un sentido para reactivar el tacto –justifica Alexandre–. Y el sistema de prejuicio que tenemos se apaga». Más adelante quiere asociarse con psicólogos.

«Es sanador»

«Ha sido liberador», confiesa el abrazador tras la maratón callejera. Es la primera vez que Alexandre sale a abrazar por las calles. Habrá más, promete. Casi todos los que pasan por sus brazos le dan las gracias tras el chute de felicidad gratuita.

«Pude escuchar su corazón», sonríe Yanci. «Ha sido más largo de lo que me esperaba», se sorprende Yadira. «Es sanador», dice Hary. «Te trae paz –concluye Juan Pablo–, aunque sean 10 segundos. Es difícil de encontrar».

Josefina se marcha llorosa tras un macroabraz­o de dos minutos. «Estaba con un nudo. Sosteniend­o mucho y muy sola», se encoge de hombros. «Es tan difícil el contacto humano… Todo son redes».

Se le abrazan jóvenes, mayores, niños, un perro, algún socio del Barça en busca de consuelo. Uno sonríe instintiva­mente al acurrucar la cabeza, aunque sea sobre unos hombros extraños. 1, 2, 10, ¿30 segundos? Da un poco de pudor. «Es lo que debe durar cada abrazo –recomienda Alexandre– para que tu cuerpo pueda sentir su beneficio».

«Ves la duda: ‘Me paro, lo pienso, ¿voy o no?’ –describe Miriam, amiga de Alexandre y espectador­a de excepción. Hoy ha grabado uno a uno los más de 70 abrazos–. Esa alegría, esa necesidad de conectar… La gente necesita ese contacto humano».

«Hacen falta más abrazos», insisten todos los que pasan por los dos metros de brazos de Alexandre. «Un abrazo siempre nos llena de vida y felicidad», asegura Esteban. «Te recarga», garantiza Candela. «Yo me he sentido protegida», sonríe Mónika. «Un abrazo –justifica Beatriz– puede decir más cosas que las palabras». Ella estudia psicología.

¿Que cuántos abrazos se necesitan? «8 al día», suele recetar el neurocient­ífico Paul J. Zak. «8 abrazos al día y serás más feliz, y el mundo será un lugar mejor», garantiza en una de sus virales charlas TED. «4 al día para sobrevivir –puntualiza Alexandre– y 12 para estar mega guay». Se encoge de hombros al verte poner los ojos en blanco. «Imagínate lo mal que vamos».

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Zowy Voeten Alexandre Roudaut, con los ojos vendados y los brazos abiertos, ofrece abrazos entre Arc de Triomf y la Ciutadella.
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