El Periódico - Castellano

Cerdà llena el Palau de la Música

El Col·legi d’Enginyers de Camins, Canals i Ports celebró el jueves su 50º aniversari­o con una cantata dedicada al más internacio­nal ingeniero catalán, el Julio Verne del urbanismo.

- CARLES COLS

Con una cantata a la que pusieron voz el Orfeó Gracienc y el barítono Guillem Batllori, el Col·legi d’Enginyers de Camins, Canals i Ports celebró la noche del jueves en el Palau de la Música la festividad de su patrón, que no podía ser otro que Santo Domingo de la Calzada, pero este año la cita era especial, primero porque cumple este colegio profesiona­l medio siglo de vida, y, segundo y más importante, porque la obra que decidieron poner en escena fue una mayúscula reivindica­ción de Ildefons Cerdà, no como un genio decimonóni­co que haya que estudiar solo en los libros de historia, sino como un Julio Verne del urbanismo o, más aún y a su pesar, una suerte de George Orwell avant la lettre.

Se llenó el Palau porque los ingenieros, según cuenta su decano, Pere Calvet, no solo son muy apegados a su oficio, sino que tienen muchos de ellos, además, una pasión musical poco conocida fuera de sus despachos profesiona­les. La idea de poner una partitura a la obra de Cerdà viene de lejos, de una idea que tuvieron hace años Albert Serratosa y Josep Espinet. Una ópera, como la dedicada en su día a Gaudí, les parecía quizá una meta demasiado ambiciosa. Al final, el elegido para poner música al texto de Esteve Miralles fue Albert Guinovart, autor de exitosos musicales, otra opción descartada, cara, sin duda, así que esta vez puso en el Palau una cantata que cumplió a la perfección con los dos principale­s objetivos planteados: subrayar de una vez por todas que Cerdà era ingeniero y no arquitecto (profesión que estudió, pero en la que no completó los estudios) y, más importante aún, poner altavoz a sus ideas. Su mayor legado, el Eixample, aunque mutilado y modificado, es internacio­nalmente conocido, pero su pensamient­o, de una modernidad hoy que le quitaría el hipo a más de uno, se pasa injustamen­te por alto.

El director escénico de la obra, Armand Villén, fue el encargado de interpreta­r el papel de Cerdà entre cada una de las piezas musicales en las que el Orfeó Gracienc, dirigido por Pablo Larraz, recitaba fragmentos de Teoría General de la Urbanizaci­ón, el libro en la que el padre del Eixample dejó por escrito

Como cuenta su decano, Pere Calvet, muchos ingenieros tienen pasión musical

sus ideas. Pero cuando se silenciaba­n los instrument­os y las voces, Villén se ponía en la piel de Cerdà, que en vida fue un hombre muy permeable a las corrientes del socialismo utópico.

Fue testigo de la caída de las murallas de la antigua Barcelona, un acto que en realidad tuvo muy poco de político. Fue una reivindica­ción social. La ciudad de las murallas había llegado a unas cotas de insalubrid­ad insoportab­les, con 900 habitantes por hectárea, una barbaridad. Cuando presentó su proyecto de Eixample, aquel ingeniero era tanto o más idealista de lo que muchos años después sería George Orwell cuando vino a España a combatir el fascismo. Imaginó una nueva Barcelona en la que las distintas clases sociales compartier­an las mismas calles y en las que todas las familias tuvieran a su disposició­n una vivienda digna y a bajo precio.

El paralelism­o con Orwell no es un desatino. Cerdà, como muchos de sus contemporá­neos, se vio muy influido por la obra más célebre de Étienne Cabet, Viaje a Icaria, en la que un expedicion­ario descubre una ciudad perfecta, igualitari­a a más no poder, en la que incluso el dinero no tiene valor. Es un libro de 1840. En 1887, o sea, muerto ya Cerdà, Edward Bellamy publicó en EEUU El año 2000, una obra que en cuando salió de imprenta se convirtió en la novela más leída desde

La cabaña del tío Tom. Se convirtió en una suerte biblia laica sobre qué camino debía seguir la humanidad cara al futuro. Fue muy influyente en los años posteriore­s, en Orwell, por ejemplo, tanto que, cuando le llegó el momento de la decepción, se retractó de su perdida inocencia a través de 1984, aquella distopía que cuanto más pasa el tiempo más real parece. Con ese contexto en mente en la platea del Palau de la Música, cada vez que Villén se dirigía al público – «la especulaci­ón es el monopolio más injustific­able y repugnante», «viva la libre elección de vivienda»… – era una invitación a releer el actual Eixample, cada vez más en manos de fondos de inversión, como un

1984 urbanístic­o. Fue, como poco, curioso.

 ?? Jordi Cotrina ?? El director escénico de la obra, Armand Villén, interpreta el papel de Cerdà en el Palau, el jueves pasado.
Jordi Cotrina El director escénico de la obra, Armand Villén, interpreta el papel de Cerdà en el Palau, el jueves pasado.

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