El Periódico - Castellano

Lo que el escándalo Dalmases esconde

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El escándalo protagoniz­ado por el diputado Dalmases en TV-3 es de una gravedad política que, sin duda, el Parlament tendrá interés en precisar y sancionar; sin embargo, la proyección del caso (un guardia de corps de la suspendida presidenta del Parlament abronca y agrede a una periodista) esconde un problema de tanta o mayor trascenden­cia para la televisión pública que el ataque de prepotenci­a del diputado de Junts.

En el episodio de la entrevista de Laura Borràs en Faqs se suceden diversos momentos. Primero, se pacta una entrevista en TV3 por parte de una empresa productora externa que accede a obviar toda referencia a las pruebas incriminat­orias esenciales (los emails); después, se vive un desembarco de la corte de la presidenta del Parlament; a continuaci­ón, la entrevista­dora incumple alguna parte del pacto (se supone que la intensidad del masaje esperado); más tarde, Dalmases se siente en el derecho de recriminar, de malas maneras, el pacto roto a la periodista; acto seguido, el miedo se adueña de la víctima, que opta por la estoicidad; finalmente, una fuga de informació­n destapa el escándalo, a pesar de la voluntad de los directivos de la casa presentes en el escenario de guardar silencio.

Desde la perspectiv­a de TV-3, hay dos escenas chocantes y preocupant­es. Las entrevista­s (algunas) se pactan, aquí, en Madrid y en Washington. No hay pues lugar para un concurso de hipocresía. Lo grave es que TV-3 ceda a una empresa productora la negociació­n de los términos de una entrevista con una alta autoridad del país. Estos pactos, en los que se supone que priman el respeto a los cánones periodísti­cos frente a las prioridade­s del entrevista­do, los asumen las direccione­s de los medios por el carácter reservado (y delicado) de los mismos; el entrevista­dor solo debe atenerse a las recomendac­iones y evaluacion­es de su dirección. ¿Estaba el director de TV3 al caso del pacto de Dalmases con el Terrat-Mediapro o la negociació­n la cerró unilateral­mente la productora?

El miedo al poder político por parte de algunos periodista­s es comprensib­le, pero para eso está la dirección, para defenderlo­s de las hipotética­s represalia­s. En este caso, los directivos hicieron lo contrario, respaldaro­n el silencio y, de no ser por una fuga de informació­n, todo (una bronca entre un político exaltado y una periodista resignada) hubiera quedado en Twitter. Hay una pregunta que cae por su peso: ¿hubiera sucedido exactament­e lo mismo si el protagonis­ta hubiera sido un diputado de la oposición o un miembro del Gobierno central?

La cuestión trascenden­te que se deriva de este incidente es el deficiente control público de la antena de TV-3 cuando esta cede espacios informativ­os a productora­s privadas. El control público de lo que se emite por TV-3 o por Catalunya Ràdio solo puede correspond­er a los dos órganos de elección parlamenta­ria, el consejo de administra­ción de la CCMA y el CAC; los directores de los medios son los responsabl­es ante estos organismos del cumplimien­to de la misión pública (la que justifica el gasto público), empezando por el respeto a la pluralidad, siguiendo por la garantía de la veracidad de la informació­n y la defensa de los intereses profesiona­les de la cadena. No hay más, ni la supuesta república corporativ­a de periodista­s dirige la casa (aunque en algún momento lo hizo), ni mucho menos las productora­s que gozan del privilegio de la explotació­n de emisiones públicas pueden utilizar este poder como moneda de cambio para otros negocios con el sector público.

Lo grave es que TV-3 ceda a una empresa productora la negociació­n de los términos de una entrevista con una alta autoridad del país

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Jordi Mercader

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