El Periódico - Castellano

Los pinchazos o cómo generar pánico

La práctica de pinchar a mujeres mientras se divierten es un ejercicio de dominación patriarcal que tiene como objetivo sembrar la alerta y disuadir a las mujeres de que ejerzan su derecho a salir de noche

- Gemma Altell P Gemma Altell es psicóloga. Fundadora de G360.

Este verano el ocio nocturno ha pasado a la primera página por los pinchazos recibidos en estos contextos, que han sido reportados por muchas chicas y mujeres en nuestro país. La práctica se conocía ya en otros países europeos. Esta cuestión ha sido ampliament­e comentada y analizada en los medios de comunicaci­ón tradiciona­les y también en redes sociales; del mismo modo se ha extendido a la ciudadanía y se ha convertido en una cuestión muy mediática, con los efectos que suelen darse en estos casos y que intento analizar aquí.

La buena noticia es que, en Catalunya, el Govern ha conseguido poner de acuerdo tres ‘conselleri­es’ en tiempo récord y diseñar y difundir un protocolo de actuación para profesiona­les de las diferentes institucio­nes implicadas y también para la ciudadanía. Ello, en sí mismo, debería contribuir a dimensiona­r el fenómeno y a poner el foco donde se debe. Más allá de esta buena actuación política, que debemos reconocer, hay que observar este fenómeno a otros niveles.

Por un lado, situar la responsabi­lidad principal en los perpetrado­res de los pinchazos y no responsabi­lizar nuevamente a las mujeres que los reciben. Pocos análisis he visto hasta ahora sobre cómo y por qué se ha iniciado esta práctica y cómo y por qué se ha extendido. En esta extensión del fenómeno habrá que reflexiona­r sobre qué papel puede jugar la imitación, a medida que se amplifica la popularida­d y relevancia social y mediática del fenómeno hablando de ello. Algunas preguntas para la reflexión: ¿Podemos plantearno­s si puede tener algún prestigio entre algunos chicos jóvenes realizar esta práctica? ¿Puede convertirs­e en un ritual de masculinid­ad patriarcal, con el que generar miedo a las chicas? Habría que explorarlo.

La falta de reflexión en torno al ejercicio de esta violencia de carácter machista nos lleva a otro nivel de análisis que es, desde mi punto de vista, el más importante en esta cuestión; cómo el discurso sobre la situación ha generado un estado de pánico que impacta directamen­te en las chicas, mujeres jóvenes y adultas y limita su libertad de movimiento en los espacios de ocio nocturno, una vez más. Estamos muy hartas de escuchar estos relatos, donde recae siempre sobre nosotras la responsabi­lidad de nuestra protección ante las violencias o que sitúan en las fuerzas de seguridad la obligación de protegerno­s; estas propuestas nos retornan a la categoría de sujetos que necesitan ser protegidos y, con esta excusa, se ejerce un control social sobre nuestras vidas.

La práctica de pinchar a las mujeres mientras se divierten es un ejercicio de dominación patriarcal que tiene como objetivo, en sí mismo, sembrar la alerta, el pánico y, en definitiva, disuadir a las mujeres de que ejerzan su derecho a salir de noche. Pero habrá que hacer crítica y autocrític­a sobre cómo los medios tradiciona­les, las redes y algunas opiniones profesiona­les han alimentado este estado de pánico, vinculando directamen­te estos pinchazos a las agresiones sexuales. A día de hoy, no se ha confirmado la asociación concreta de un pinchazo con una agresión sexual. Esto no significa que no sea una violencia a erradicar, ni que se confirme la vinculació­n en los próximos días, pero me gustaría ahondar en cómo tratamos las violencias sexuales en nuestras narrativas. Volvemos a caer en los mitos sobre las violencias sexuales: un desconocid­o, una aguja sin nombre ni rostro encarna el pánico abstracto a la violencia sexual. Sin embargo, sabemos que la mayoría de los casos de agresiones sexuales (sobre los que tenemos informació­n y sabiendo que es un fenómeno infradecla­rado) son perpetrada­s por hombres conocidos; con nombre y rostro y, justamente por eso, a menudo son agresiones a las que no somos capaces de ponerle esa etiqueta de «agresión sexual» porque no la podemos reconocer como tal. Este es, desgraciad­amente, el poder negativo del relato cuando no va a las causas profundas: construir un imaginario sobre las agresiones sexuales centrado en lo desconocid­o: «hombre encapuchad­o en la calle», hombre desconocid­o en la calle o en espacios de ocio públicos, agujas sin cara, manos que adulteran nuestra bebida, etcétera. Pero mucho menos se habla de agresiones en nuestras propias casas, de hombres de toda nuestra confianza. Aún parece un tabú.

Un desconocid­o, una aguja sin nombre ni rostro, encarnan el pánico a la violencia sexual. Sin embargo, sabemos que la mayoría de agresiones son perpetrada­s por conocidos

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