El Periódico - Castellano

El portero más caro del mundo

- MARCOS LÓPEZ

Ese portero era Vítor Baía, un ídolo en su país. Llegó el 4 de julio, ya de noche, a Barcelona tras unas complejas negociacio­nes. Tan complejas que ese mismo veraniego jueves, pero por la mañana, caminaba ufano y feliz otro guardameta por la grada del Camp Nou, observando orgulloso lo que sería su nueva casa. Era Andreas Köpke, portero internacio­nal de la selección alemana, héroe en esa Eurocopa de 1996. Tenía entonces 34 años y se asomaba a la gran oportunida­d de su vida. Había viajado para firmar su contrato con el club azulgrana. No sabía él, sin embargo, que Baía también había hecho las maletas camino del Camp Nou. En un solo día, dos porteros, y un solo lugar. Se quedó el meta portugués, claro.

No hizo falta ni siquiera esperar a que apareciera Joan Gaspart de madrugada (era ya la una y media, justo en la puerta del restaurant­e Vía Veneto, en la zona alta, el mismo que suele usar ahora Joan Laporta como despacho alternativ­o) para confirmar su descarte. Antes incluso se escuchó la voz de Mourinho. «El Barça se quedará solo con un portero. Y desde el primer momento tuvimos claro que Vítor Baía era el número uno, pero existieron problemas y trabajamos con otras opciones», dijo el ayudante de Robson sin citar, en ningún momento, al alemán. No se presentó por su cuenta en Barcelona.

Oporto

Alguien le hizo venir, pero para nada. Pasó incluso la revisión médica y se reunió el portero con Gaspart antes de un acto de conciliaci­ón con el Stuttgart, con quien tenía un acuerdo previo, pero con garantías para invalidarl­o porque él pertenecía al Eintracht, pero quedó libre por su descenso a la Segunda División alemana.

Se fue Köpke a Fráncfort para cerrar el litigio y nunca más volvió a Barcelona. «Me he caído de las nubes. Ahora solo me siento vacío», confesó el alemán al diario Bild, aturdido porque ni siquiera su condición de guardián de la Alemania campeona de la Eurocopa de 1996 le abrió las puertas del Camp Nou. Ese cráter tenía ahora nuevo inquilino. Un portugués. La cena fue larga en el Vía Veneto porque se estaba abordando una operación inusualmen­te cara. El

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