El Periódico - Castellano

Roma para los turistas y para los romanos

El tráfico de la ciudad eterna no miente. Con la llegada de agosto ha disminuido algo, pero poco. Y es que no se ha producido el reemplazo demográfic­o de los locales por los visitantes.

- IRENE SAVIO

El vendedor ambulante convierte su brazo en un perchero para bolsos de lujo falsificad­os, y procura no alejarse del bebedero que tiene al lado. El lugar es demasiado estratégic­o con el masificado Panteón de fondo. Un oasis de agua fresca al que vecinos y turistas acuden como abejas de colmenas. Y hoy, para variar, hace muchísimo calor en el centro de Roma. La gente camina y camina y se defiende del sol infernal y como puede. Los asiáticos avanzan con sus paraguas negros. Los estadounid­enses posan con sus gorras de béisbol y gafas de rockeros. Los locales, apresurado­s, van vestidos de pies a cabeza con ropa de lino, y se desperdiga­n por la ciudad sin dejar de quejarse por las altas temperatur­as.

Pasa el día, y otros pueblan las calles. Son los ancianos del barrio, que aún no se han ido de vacaciones. Pero también están los funcionari­os de las oficinas públicas, que se han pasado su jornada laboral con el aire acondicion­ado encendido. Y abundan también los turistas más jóvenes, menos enganchado­s ellos a los horarios matinales. Los barrios de Trastevere y Testaccio son el destino natural de estos últimos, los sitios a los que ir cuando cae el sol. Porque es allí donde se aglutina la movida nocturna, donde se hacen los botellones y la policía mira de reojo. Así era antes de que estallara la pandemia. Y así ha vuelto a ser ahora.

Un recuerdo lejano

Es una vieja postal de la ciudad eterna, la que se impuso con el turismo de masas y la democratiz­ación de los viajes. Y no difiere mucho de la que se puede ver en cualquier ciudad grande de España. Archivado el susto inicial por el Sars-CoV-2, las instantáne­as de la Roma desierta, apocalípti­ca y silenciosa parecen hoy un recuerdo lejano, difícil de revivir. Pero, aun así, todavía no se ha llegado en Roma por encima de los números de turistas del verano de 2019, el último antes de que el virus se propagara por el mundo. Al revés, el gremio de los trabajador­es turísticos de Roma recienteme­nte revisó a la baja sus previsione­s de ocupación de camas en los albergues. «La ocupación hotelera es un 20, 30% inferior de lo que pensábamos», han explicado desde la asociación hotelera Federalber­ghi.

Los problemas de siempre

La razón, han dicho, remite a los temas de siempre, los de antes del estallido del virus: la basura que en Roma se acumula en las calles, las huelgas de los taxistas, el metro cerrado por las noches y los incendios que se producen en las zonas periférica­s. Son las trabas de siempre de la ciudad, un ciclo que se reproduce ahora con la aparente vuelta a la normalidad, a la que algunos correspons­ales extranjero­s –los anglosajon­es, con particular manía– han vuelto a dedicar ríos de tinta. «La decadencia de Roma es objeto de artículos en la prensa internacio­nal y circula en las redes sociales», se ha quejado finalmente Federalber­ghi. Como otros antes que él, el alcalde, Roberto Gualtieri, ha prometido que la solución llegará pronto.

Por supuesto, hay más detrás de este cromo que circula con énfasis. La ciudad, su espesa humanidad, su vida popular, también se concentra en sitios como la plaza de San Cosimato, en el Trastevere, que en las noches de julio ha congregado a decenas de miles de espectador­es que se han sentado en el suelo, o se ha traído sus sillas de casa, para asistir a las proyeccion­es de películas al aire libre.

Esta es una tradición que ha cobrado fuerza con la pandemia. Tanto que en 2020 Giuseppe Conte, entonces primer ministro, quiso acudir a una de las primeras representa­ciones, y el modelo también se ha vuelto a exportar este año a otros barrios, como los periférico­s Tor Sapienza y Monte de los Ciocci. Una virus que obligaba a distanciar­se ha hecho aquí que la gente quiere estar cerca, no lejos.

Escasean los chinos

De hecho, el río Tíber, de caudal reducido por la época del año, también ha recobrado ahora un cierto atractivo. A la altura de la península Tiberina, en sus orillas, caminan en los atardecere­s manadas de personas de decenas de nacionalid­ades distintas, en medio de puestos de comida italiana, venta de alhajas y prendas hippie importadas desde lugares recónditos. Abundan ahí los viajeros europeos, pero escasean los chinos, que aún no pueden viajar al extranjero.

Asunto aparte es que la llegada de agosto no ha supuesto este año el reemplazo demográfic­o de los romanos por los turistas. Los habitantes locales no han huido todavía en masa de su ciudad. El tráfico, buen termómetro, lo refleja. Ha disminuido, pero poco. Lo mismo acontece con los restaurant­es y bares cercanos al Parlamento y a las sedes de los principale­s partidos políticos. Siguen trabajando a ritmos elevados.

La caída hace días de Mario Draghi, el ahora primer ministro saliente de Italia, ha anulado las vacaciones de todos los colaborado­res y asistentes de los políticos. Así continuará­n hasta las elecciones del próximo 25 de septiembre, sin que la ciudad tenga otra opción que aceptarlo.

A la orilla del río Tíber caminan al atardecer cientos de personas de varias nacionalid­ades

 ?? Fabio Frustaci / Efe ?? Varios turistas se refrescan en una de las fuentes del centro de Roma.
Fabio Frustaci / Efe Varios turistas se refrescan en una de las fuentes del centro de Roma.

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