El Periódico - Castellano

«Quiero sentir que no vivo encerrada»

- EVA CORREDOIRA

LUNES

21.00. Hora de la cena. Cierro el balcón porque el sonido que proviene de la terraza del bar es molesto. Un runrún repetitivo que se convierte en taladro cuando los clientes ríen a carcajada limpia. El sonido se multiplica: la calle es estrecha y hace de altavoz. El sonómetro marca 70 decibelios. Sí, tengo que cerrar. El ruido me altera. El ruido incesante de ayer, hoy y mañana y el de pasado y el otro. Sus risas, mis nervios. Vaivén de gentes que compran comida para llevar y la consume en la plaza. Botellón en la escalera de la parroquia de Sant Joan. 70 decibelios más o menos. Noche sin aglomeraci­ones. Me duermo. Balcón cerrado, aire acondicion­ado, tapones: toda cautela es poca.

MARTES

Se repite lo del lunes. El sonómetro marca entre 65 y 70 decibelios desde las nueve de la noche, cuando empiezo a mirarlo, hasta que me voy a dormir. Más de lo permitido y de lo recomendad­o por la OMS. Estando ya dormida, con el balcón cerrado, el aire encendido y los tapones en los oídos, gritos y risas me despiertan sobre las dos de la madrugada. ¿Será pasajero? Inspiro, expiro. Oigo cómo suben a las bicicletas del Bicing y pedalean. Me levanto, abro el balcón y les ruego silencio. Ni caso. Un par de sorrys pero se quedan. Los sorrys vacíos de los borrachos. Los falsos sorrys. Y viene el insomnio. Y se queda. Y no llamo al 112, eso me altera aún más.

Aturdida aprovecho para redactar alegacione­s contra la ordenanza del medio ambiente: a la hora de planificar medidas para la reducción de la contaminac­ión acústica de Barcelona no se ha considerad­o ni la plaza de la Virreina ni las calles adyacentes como zona residencia­l y, en consecuenc­ia, el nivel de decibelios permitidos es excesivo. ¿Por qué no la califican como residencia­l o zona zona acústica de régimen especial (ZARE)?

MIÉRCOLES

Como todos los miércoles, más gentío, más murmullo, más botellón en las escaleras de la iglesia: preludio de lo que será el fin de semana. A las 23.55, la Guardia Urbana desaloja las escaleras. Me sorprende y me alegra. No veo que requisen las latas ni que sancionen. El haber dormido poco la noche pasada y la paz tras el desalojo me ayudan a dormirme al instante. No sé qué pasará fuera, si vendrán nuevos botelloner­os.

Vecinos de otras plazas de Gràcia comentan en el grupo de WhatsApp que se han reunido en la sede del distrito para conocer el dispositiv­o de seguridad previsto para las fiestas de Gràcia. Compruebo con estupor que hay plazas que no van a tener dispositiv­o y los vecinos están que trinan y con razón: no todos tienen la suerte de poder huir como yo durante el mes de agosto.

JUEVES

Madrugo algo más de lo habitual y reviso los datos del sonómetro y, sí, la noche anterior fue tranquila: hasta medianoche, los decibelios fueron más altos de lo permitido, pero tras el desalojo no hubo problemas. Abro los balcones, quiero poder sentir que no vivo encerrada. Dejo la casa abierta mientras voy a trabajar. Vuelvo a las nueve de la noche. Cierro volando, con el bolso aún colgado. El doble vidrio mitiga parcialmen­te la sensación de tener dentro de casa a la gente que está en la plaza, en las escaleras de la iglesia, en los bancos, en las terrazas, consumiend­o. Le pido a Bach que me eche una mano: la suite para orquesta número 3 no falla y me ayuda a abstraerme del mundanal ruido. A las once abro otra vez los portalones para regar las plantas y compruebo que, si bien hay gente y bullicio, hay menos de la esperada: muchos barcelones­es han salido ya de la ciudad y hoy en la Virreina no hay guiris. Con el trío doble vidrio, aire y tapones, mis mejores amigos de la noche, puedo descansar.

VIERNES

Cuando se acerca el fin de semana me pongo en alerta. Suele ser cuando más aglomeraci­ones hay y más desatadas están las personas en la plaza. Compruebo a la vuelta del trabajo y sin que me sorprenda lo más mínimo que en la plaza hay un escenario y muchísimas mesas y sillas para celebrar no sé qué a costa de nuestra salud. Muchas sillas: la cena será multitudin­aria. Escenario: esto se va a alargar. Me enerva que desde el distrito no se nos informe: acordamos que se nos irían comunicand­o las licencias que se fueran dando y a qué daban derecho, a quién se la concedían y el horario de la actividad. Pues no, sin noticias.

Averiguo que la fiesta la organiza la Fundació de la Festa Major de Gràcia. El chat de las plazas echa humo. Los sonómetros se disparan. Hoy quería descansar: la semana laboral ha sido dura y necesitaba reponerme. Pues no: será noche de documental­es de animalitos con el volumen a 80. A las once, un vecino llama al 112 y no le saben informar de la hora de fin del concierto. La Guardia Urbana se persona en la fiesta ante las diversas llamadas del vecindario y los organizado­res tienen que bajar el volumen. Me alegro y ya no solo por los residentes, sino porque entre los comensales de la cena figuran ciertos políticos del distrito. A medianoche me voy a dormir. El sarao sigue, pero caigo rendida.

«Hoy quería descansar: ha sido una semana dura. Pero no, otra noche de documental­es»

SÁBADO

He podido dormir hasta tarde, esa es mi suerte. La tarde-noche pasa como las de siempre: gentío comiendo y bebiendo, grupos de jóvenes y no tan jóvenes haciendo botellón, exceso de ruido también por las terrazas. Se nota que los que hacen botellón tienen normalizad­o el hacerlo. Se les ve bien, disfrutand­o: todos ríen y chillan como si no hubiera un mañana. Salgo con amigos (sí, los que protestamo­s contra el ruido también salimos y bien que nos gusta) y a la vuelta, sobre las tres de la madrugada, veo feliz que la plaza está tranquila. Duermo.

DOMINGO

Día bonito. La tarde y la noche discurren en paz. Se respira aire de vacaciones: muchas personas ya han dejado la ciudad.

 ?? Jordi Cotrina ?? Terrazas llenas de clientes en la plaza de la Virreina, en Gràcia, la noche del sábado pasado.
Jordi Cotrina Terrazas llenas de clientes en la plaza de la Virreina, en Gràcia, la noche del sábado pasado.

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