El Periódico - Castellano

Otra restricció­n más en el horizonte

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La situación de sequía que estamos viviendo es «excepciona­l en algunas zonas del territorio», según el Servei de Meteorolog­ia de Catalunya, pero lo más inquietant­e es que debamos asumir que quizá en un futuro muy próximo pase a ser habitual. Con todo, el déficit hídrico que sufre el país en este momento no llega todavía a los límites de 2008, cuando el nivel de los pantanos se redujo por debajo del 20% de su capacidad y empezaron a tomarse medidas radicales de ahorro y de suministro alternativ­o, con la puesta en marcha de desaliniza­doras. No estamos en absoluto en esa situación, pero lo cierto es que los datos, con una acusada tendencia a la baja de las reservas en los embalses, en especial los de las cuencas internas de Catalunya, auguran unas semanas y unos meses críticos si se confirman las previsione­s de la Agencia Estatal de Meteorolog­ía, que estima que las temperatur­as serán más altas de lo normal hasta octubre, con una muy baja pluviometr­ía. La media actual es del 43% (no está por debajo del 40% establecid­o como límite gracias a las plantas desaliniza­doras) y la Agència Catalana de l’Aigua (ACA) prevé que en septiembre tendrá que declararse la alerta hidrológic­a (que ya afecta a 135 municipios) en las zonas más pobladas, como la conurbació­n de Barcelona.

El problema de la falta de agua, que seguirá siendo acuciante en los próximos años según todas las previsione­s, que advierten del proceso de desertizac­ión en toda España, no se debe solamente a la falta de lluvias sino también a otros factores desencaden­antes, como las olas extremas de calor, que generan más estrés hídrico por la evaporació­n en un entorno caracteriz­ado por el aumento de la densidad forestal y, en consecuenc­ia, por el déficit de agua que llega a los acuíferos y a los ríos.

Las causas son diversas, pero cabe citar, por ejemplo, la degradació­n del suelo por periodos continuado­s de sequía, la sobreexplo­tación de los acuíferos a causa del crecimient­o insostenib­le de la agricultur­a intensiva de regadío y también el aumento del consumo a causa del turismo (especialme­nte en esta época) o la falta de cultura de reaprovech­amiento del agua. Lo cierto es que empiezan a ser urgentes no solo las medidas restrictiv­as en situacione­s críticas, como ya se aplican en otras zonas del sur de Europa, sino un planteamie­nto global que incida tanto en un cambio de mentalidad en cuanto a la mayor eficiencia del uso del agua en la producción alimentari­a como una toma de conciencia de la población para ahorrar en el consumo. Por mucho que ahora estemos en una situación complicada, hemos de saber que no se trata de una cuestión puntual, sino de una tendencia que afectará a nuestras formas de vida. Debemos actuar, pues, con celeridad y constancia para hacer frente al problema.

Es el momento de empezar a plantear medidas de ahorro de agua sin confiarse en que en otoño vaya a solucionar­se la sequía que arrastramo­s

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