Un motocarro con todas las letras
Se cumplen hoy 100 años del nacimiento de Luis GarcíaBerlanga, un pretexto inmejorable para visitar un pequeño garaje de Manresa en el que se halla el motocarro de ‘Plácido’, verdadero icono de la obra maestra que el genial cineasta valenciano rodó hace seis décadas en las calles de la capital del Bages.
El garaje de una pequeña vivienda unifamiliar de la calle de Gaudí de Manresa guarda un pedazo de historia del cine español. Y no es un pedazo cualquiera. Ahí permanece estacionado desde hace décadas el motocarro de Plácido. El auténtico. El triciclo ISO de 150 cc y 400 kilos de carga pintado de azul oscuro que el atribulado Plácido Alonso (personaje interpretado por Casto Sendra, Cassen) conducía por las calles de una ciudad de provincias en una fría Nochebuena mientras buscaba el modo de pagar la primera letra del vehículo para evitar el embargo. El Isocarro que entre los años 50 y 60 se convirtió en España en un modestísimo símbolo de lo que hoy llamamos emprendeduría y que ha quedado en la memoria cinematográfica como el icono más reconocible de la obra maestra que el hoy centenario Luis García Berlanga (1921-2010) rodó hace 60 años en Manresa: Plácido, la única película del genio valenciano que obtuvo una candidatura al Oscar de Hollywood.
En realidad, y salvo en los primeros planos, quien conducía no era Cassen, sino el auténtico propietario del vehículo, Enric Martí, un joven manresano que había comprado el vehículo después de volver de la mili en Sidi Ifni para ganarse la vida haciendo transportes. «Cassen no tenía ni idea de manejarlo, y al principio perdió el control dos o tres veces. Yo puse como condición que me dejaran conducir porque no quería que le pasara nada —explica Martí, que hoy tiene 86 años—. Piense que para mí este motocarro era una joya. Era mi medio de vida y mi medio de… todo».
Como el Plácido de la película, Enric Martí estaba en esos primeros meses de 1961 pagando las letras del ISO y no dudaba en aceptar todos los encargos que podía atender. Los trabajos se administraban desde una guarnicionería con teléfono situada en la Muralla del Carme y ahí estaba Martí esperando algún porte el día en que se presentó uno de los responsables de producción de Plácido interesado en alquilar un motocarro. «El guarnicionero, me señaló y dijo: ‘Pues este mismo’. Y así fue cómo contactaron conmigo». La negociación no llevó mucho tiempo. Cuando le preguntaron qué quería cobrar por cada sesión, Martí hizo un rápido cálculo mental de lo que ganaba en un día y pidió el doble, convencido de que le iban a regatear. No solo le dijeron que sí a la primera sino que al final de la filmación le pagaron una cantidad extra.
Enric Martí fue uno de los varios centenares de manresanos que participaron en un rodaje que durante tres semanas de marzo de 1961 alteró por completo la vida de la ciudad. «Berlanga quería seleccionar a 70 u 80 extras, pero al casting se presentaron 1.000 personas. ¡En una ciudad de 52.000 habitantes! Así que al final participó mucha más gente de la que estaba prevista en principio», explica el historiador local Francesc Comas, que en aquellos días tenía 9 años y vivía en una de las casas de la plaza de Sant Domènec que aparecen en la primera escena del filme. «A los meros figurantes, continúa, se les pagaban 75 pesetas por sesión de rodaje, una cantidad respetable que se doblaba en el caso de los figurantes con papel». La mayoría de estos eran actores de teatro locales que vieron cómo sus voces de inequívoco acento catalán eran sustituidas por otras en el estudio de doblaje.
Al fin y al cabo, la idea de los guionistas Luis García-Berlanga y Rafael Azcona (Plácido fue el primer largometraje urdido a pachas por este tándem imbatible) era que la acción transcurriera en una ciudad española de provincias con aspecto de capital pequeña, y tenían en la cabeza lugares como Burgos, Zamora y Vitoria. Sucedió que, al final, la productora de la película (la barcelonesa Jet Films, de Alfredo Matas) impuso que el rodaje de interiores se hiciera en Barcelona, por lo que se consideró que lo más práctico sería filmar los exteriores en alguna población cercana. Berlanga eligió la capital del Bages después de desestimar otras opciones y de descubrir en Manresa «una especie de Cuenca catalana, muy interesante para el cine, con un paisaje urbano muy rico», según declaró en 1961 a la revista Temas de Cine.
Durante el rodaje, la ciudad correspondió a esos parabienes poniendo todo tipo de facilidades. Pero cuando pudieron ver la película ya acabada, las fuerzas vivas de Manresa se sintieron traicionadas por el afiladísimo retrato que Berlanga hacía de la sociedad bienestante de la época y dieron la espalda a Plácido. «La película no se estrenó en el cine Catalunya, que era el más distinguido en aquellos días –relata Francesc Comas-, sino en el Kursaal, que era una sala de tercer orden. Y sin acto oficial de ningún tipo, porque en el Ayuntamiento habían pillado un cabreo descomunal y decían que Berlanga solo había retratado la Manresa negra».
Reconciliación
Seis décadas ha tardado la capital del Bages en reconciliarse plenamente con la obra maestra del cineasta valenciano. Eso sí, lo ha hecho a lo grande. A finales del pasado marzo, la ciudad acogió una semana de actividades de conmemoración del 60º aniversario del rodaje de Plácido en la que el motocarro de Enric Martí salió del garaje en la calle Gaudí y fue exhibido en el centro de Manresa, para desvelo del propietario.
Martí no ha querido nunca desprenderse del vehículo y ha rechazado las muchas y muy suculentas ofertas que le han llegado por él. Su apego tiene poco que ver con el cine y está ligado a la memoria sentimental de este trabajador humilde que no cambió el ISO azul por una furgoneta hasta mediados de la década de los 80. «Es como un miembro de la familia -dice-. Yo me moriré y el motocarro se quedará aquí, porque él ha sido mi vida». Y, abarcando con la mirada a su esposa Rosa Maria, añade: «Nuestra vida».
«Cassen no tenía ni idea de manejarlo y pedí que me dejaran conducir para que no le pasara nada»
No hubo acto oficial en el estreno en Manresa; los popes de la ciudad odiaron la película