Los vecinos, descontentos
«Dormir... tal vez soñar», decía Hamlet. La noticia es que el Govern de la Generalitat amplía hasta la una de la madrugada el horario de bares y restaurantes. Bien, pero sigamos. Esta decisión tan brillante ha sido acogida con alborozo por el sector y no tanto por buena parte de la ciudadanía.
En Barcelona, por ejemplo, que se lo pregunten a los vecinos de las calles de Enric Granados o Blai, que quieren poder dormir con tranquilidad para rendir, como es debido, al día siguiente en sus trabajos. Cabe recordarles a nuestros gobernantes que tengan en cuenta un detalle bien simple: en la mayoría de los ayuntamientos de Catalunya está tipificada la prohibición de realizar actividades molestas, insalubres, nocivas y peligrosas. La normativa debe observarse sin reservas por monsieur tout le monde, taberneros ruidosos incluidos (no basta con
poner en sus establecimientos un cartel que diga: «Respeten el descanso de los vecinos» para justificar el ¡viva la juerga!).
Así pues, autoridades autonómicas y municipales, no se pasen la pelota de la responsabilidad los unos a los otros y pónganse a que se respete lo establecido. Háganlo sin cometer (por favor, no me sean ustedes Ayusos por mor de conseguir un puñado de votos) la torpeza de entrar en discusiones estériles sobre qué es molesto, insalubre, nocivo y peligroso, porque hasta el más tonto entiende conceptos que están suficientemente claros, dicho sea sin ánimo de aguar la fiesta al prójimo. Ah, y puesto a pedir, en vez de dos huevos duros (Marx grabado en la memoria) pido que no se disparen los precios de los baretos. Antes de la pandemia, un cruasán con café con leche costaba 1,80 euros, y ahora, la misma consumición ha saltado a 2,50.
The economy, stupid, me enseñan para que entienda el fenómeno caritativos mercachifles que aprendieron cotización bursátil en importantes escuelas de negocios que no se entretienen en discernir entre valor y precio.