Lambán utiliza a Mendoza
Lo de coger a alguien y usarlo para aporrear a un tercero es lo más desagradable de las declaraciones de Lambán contra la literatura catalana.
El presidente de la Comunidad Autónoma de Aragón, Javier Lambán, como todos los políticos, tiene derecho a posicionarse como le parezca y a elegir el camino que más le plazca para ascender, influir o encabezar un sector. Es cosa suya que se proponga disputar la plaza de púgil contra Catalunya por la izquierda, sin campeones incuestionables del peso de José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que dejaron este ring desamparado.
Javier Lambán desprecia la literatura catalana. Erich Auerbach tacha la española del Siglo de Oro de servil y acomodaticia con el poder. Si solo los eruditos como el sabio teutón pudieran opinar, no existiría Twitter. Hablar con conocimiento de causa es aconsejable y deseable, aunque de ningún modo una obligación. También es opcional favorecer o destruir la cortesía entre las vecinas Aragón y Catalunya, hermanadas además por siglos de historia compartida.
Lambán reduce a casi nada siete siglos y medio de literatura catalana. Si le resbala que de Ramon Llull (siglo XIII) a Carmen Laforet (segunda mitad del XX) solo haya aparecido en Catalunya un escritor en lengua castellana, solo uno, digno de pasar a los anales –Juan Boscán, el introductor del endecasílabo, el amigo del alma y editor de Garcilaso de la Vega– confirma que la ignorancia y desprecio son buenos compañeros. No ofende quien quiere.
Lo más censurable, insistamos, es ampararse en alguien que pasaba por allí y usarlo de garrote para atizar a terceros. Peor aún si se trata de Eduardo Mendoza, una de las personas más atentas y alérgicas al conflicto que conozco. ¿Que Lambán niegue la literatura catalana o la rusa? Me da igual. Ruego en cambio al lector que se ponga en el lugar de Mendoza e imagine la incomodidad de ser utilizado de forma tan desconsiderada y grosera.
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El presidente aragonés reduce a casi nada siglos de literatura catalana