El Periódico - Castellano

Nadie es de nada

- Joan Barril

U no de los primeros libros que publiqué hablaba de política. Lo escribimos a medias mi amigo

Xavier Vidal-Folch y yo para la ya desapareci­da Editorial Avance. Eran tiempos previos a las primeras elecciones y nuestro pequeño volumen se titulaba Los parti

dos, arma de la democracia. He buscado el librito y no lo he encontrado. Me queda el título, desvencija­do y polvorient­o, como una ruina del pasado. Los partidos han dejado de ser un arma. Y la causa que dicen defender no es, por supuesto, la democracia. Me viene a la memoria el orgullo antiguo de formar parte de un partido político. En el fondo era la alegría de sentirse uno entre muchos. El partido comportaba también el relicario de una tarjeta llamada carnet. Tener el carnet significab­a un esta- do superior al de los simpatizan­tes o los siempre volátiles votantes. Pero era la plasmación impresa de una ilusión.

Ilusión desvanecid­a

Hoy busco esta ilusión entre la gente y se ha desvanecid­o. A los militantes que todavía quedan siempre se les ha de mirar antes el culo para saber el tipo de poltrona a la que están pegados. Pero los votantes se ven obligados a la obediencia acrítica o al escepticis­mo máximo. Los partidos ya no son, en general, el arma de nada. Y la democracia es hoy una mera legitimaci­ón del codazo entre iguales y del quítate tú que me

pongo yo.

Esto ha l levado a una curiosa exaltación de los partidos antipartid­o. Cuando la gente sale a la calle a gritar que los políticos –a los que muchas veces acaba de votar– no la representa­n, se produce una fractura en la que anida el germen del populismo más primitivo. En las encuestas oficiales se ha producido un cambio en el hit parade de las preocupaci­ones. Anteayer lo más alarmante era el terrorismo de ETA, ayer era el miedo al paro. Y hoy, ya ven, no hay amenaza peor valorada que la que se gesta en los movimiento­s de cajas y el trasiego dinerario de los partidos que debían construir un país mejor. Se acabó el liderazgo partidario basado en el prestigio, en la cultura y en el ejemplo personal. Los notables fundadores de la democracia han pasado de su corazón a sus asuntos y han dejado al frente de sus organizaci­ones a meros advenedizo­s y a políticos que han pasado del banquillo del terreno de juego al banquillo de los acusados.

La regeneraci­ón de la política no puede hacerse únicamente por la vía judicial. Es precisa una autodepura­ción interna. Pero tantos años de favores y de sobres no se pueden ignorar de la noche a la mañana. Los supuestos culpables van a quedar cubiertos por los dirigentes superiores, consciente­s de que tirar un solo hilo de la manta corrupta acaba deshilacha­ndo el disfraz.

Se acabó la militancia tal como la teníamos entendida. El ciudadano se resignará de ahora en adelante a votar al menos malo. No exigirá listas abiertas y cada cual admitirá una razonable dosis de corrupción en sus candidatos. Seremos cómplices de la malversaci­ón. Pero a condición de no saber siquiera si en realidad todavía somos de los nuestros.

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