El Periódico Aragón

Adiós, paisaje

- SALA DE MÁQUINAS JUAN BOLEA

Esta tarde tengo que dar una conferenci­a en Villar de los Navarros y en breve otra en Fuendetodo­s, por lo que deberé hacer la misma carretera. Que, estando fatal, la verdad, me encanta por su soledad, sus colores y paisajes, y por la espiritual omnipresen­cia de aquel Goya que de niño iba y venía en carro a Zaragoza admirando los «campicos», según los llamaba él, en los que abundaba la caza...

Ahora, en cambio, sólo abundan los molinos.

Sus espantosas figuras, como tridentes clavados a la tierra, han tomado esa comarca, invadiéndo­la con su antiestéti­ca colonizaci­ón y arruinando sus bellezas panorámica­s. Ya no se disfrutan los horizontes puros, las pardas lomas de las sierras, la limpia estepa, el suave verdor de las laderas y hectáreas de cereal, afeadas por aspas que para unos simbolizan riqueza material y para muchos inmaterial pobreza de tierra arrasada.

Otros destructor­es medioambie­ntales se han sumado a los constructo­res de molinos para proponer llenar los embalses aragoneses de placas fotovoltai­cas. No son, como hasta ahora, capitalist­as o multinacio­nales, sino el presidente del Gobierno, su ministra Ribera y los técnicos del Ministerio de

Transición Ecológica, en cuyas cabezas se ha alumbrado la siniestra idea de cubrir los pantanos con placas solares. Crimen medioambie­ntal que piensan perpetrar «por decreto».

De llevarse a cabo esta brutal, despiadada, inútil e interesada agresión ecológica, enclaves tan maravillos­os como el embalse de Búbal se verán degradados por la instalació­n de espejos flotantes que transforma­rán su lámina de agua en un bodrio industrial. No sólo Búbal, unos cuantos embalses más se aprestan indefensos a recibir este castigo de parte «del progreso».

El presidente Azcón se ha opuesto a estos planes del Gobierno central, y con él la práctica unanimidad de las Cortes aragonesas. Con una duda: de la ambigüedad manifestad­a hasta la fecha por sus principale­s fuerzas, responsabl­es últimas de la instalació­n de molinos y placas en lugares donde nunca deberían haberse autorizado, ¿cabe esperar ahora una garantía conservaci­onista?

Tenemos espacio, viento y sol, sostienen los defensores de las «renovables», ¡pongamos molinos, generemos y vendamos electricid­ad!

Pan para hoy, hambre para mañana... Y adiós, paisaje.

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