Dicen que hay tierras al Este
Aragón aguarda al resultado electoral en Cataluña, comunidad hermana y principal socio comercial, tras años de vaivenes políticos por el viraje independentista, la amnistía o guerras como los Juegos de Invierno
Cantó José Antonio Labordeta aquello de que Dicen que hay tierras al Este donde se trabaja y pagan y resumió en apenas unas sílabas la histórica relación entre Aragón y Cataluña, dos comunidades hermanas condenadas a entenderse por sus fortísimos vínculos comerciales con un negocio que suma 15.000 millones de euros y más exportaciones que a Francia o Alemania. A la gresca durante los últimos tiempos por cuestiones políticas e hidráulicas, el puente entre ambas comunidades que debe ser la política ha sufrido vaivenes propios de una montaña rusa, con acercamientos proactivos a veces que quedan dinamitados por cuestiones como el procés o el fallido proyecto de traer unos Juegos Olímpicos de Invierno a los Pirineos, que enfrentó al Gobierno de Lambán con el presidente de la Generalitat Pere Aragonés (ERC). Parecida vía ha escogido el popular Jorge Azcón, que quiere hacer de Aragón «la primera línea de batalla contra la amnistía». Y aún así, pese al ruido político, la simbiosis empresarial entre Aragón y Cataluña permanece impertérrita incluso en días como hoy en los que se decide el futuro político de la comunidad vecina con unas caldeadas elecciones en las que los catalanes votan continuidad independentista o un viraje hacia el socialismo.
Con atención observa el proceso electoral Aragón, tanto en el plano empresarial, cuyos representantes abogan por velar por unas «relaciones magníficas», como en el social. Hoy residen en Cataluña 85.000 aragoneses, un eco del medio millón de emigrados entre 1880 y 1980, alguno de ellos pensadores aragonesistas como Gaspar Torrente o Julio Calvo Alfaro, que nunca renegaron de su doble identidad e hicieron vida intelectual en el hoy olvidado Centro Aragonés de Barcelona, buena metáfora del enfriamiento de la conexión institucional. Y eso pese a que hay aragoneses al mando de algunas de las principales instituciones de la comunidad vecina, como la presidenta de la Diputación Provincial de Barcelona y alcaldesa de Sant Boi, María Lluïsa Moret, nacida en Barbastro y número dos de Salvador Illa en el Partido Socialista de Cataluña (PSC).
Según los datos facilitados por la Cámara de Comercio de Zaragoza, las empresas aragonesas venden productos a Cataluña por un importe de más de 5.000 millones de euros, mientras que en el caso de las ventas de Cataluña a Aragón, son el doble, cerca de 10.000 millones, más de lo que exportan a Alemania, uno de sus principales mercados exteriores. «La pulsión del tejido empresarial por seguir creciendo y ampliando mercados es más fuerte que los conflictos políticos que se puedan generar en entre las administraciones. En el gen de las empresas siempre está el ánimo de colaborar y mantener relaciones con proveedores y clientes, estén donde estén», explica el presidente de la Cámara de Comercio de Zaragoza, Jorge Villaroya.
El termómetro de La Franja
Coincide con esa tesis Gonzalo Portolés, miembro de la junta rectora de La Intersectorial, la asociación de empresarios del Bajo Cinca, cuya opinión es un buen termómetro sobre la combinación entre negocios y política. «Una cosa es la política y otra la vida diaria. Estamos conectados, tenemos una relación de necesidad y no hay ninguna frontera ni muro. Nuestros chicos estudian en Lérida, acudimos allí al hospital y nuestros proveedores y clientes son eminentemente catalanes y lo mismo les pasa a ellos», apunta Portolés. Tan bien les van las cosas por la Franja que llevan años pidiendo una ampliación de su suelo industrial, principalmente en la Plataforma Logística de Fraga, para satisfacer las demandas inversoras que llegan.
Lo cierto es que el avance industrial de Aragón en el último medio siglo ha nivelado una relación comercial «históricamente desequilibrada», como explica Carlos Serrano Lacarra,
historiador y coordinador del Rolde de Estudios Aragoneses. «Siempre ha habido una relación de complementariedad económica, pero Aragón siempre ha cumplido con el papel de vecino pobre que exportaba productos agrarios, recursos energéticos y mano de obra para el crecimiento industrial de Cataluña mientras importaba las manufacturas que se producían allí. Eso siempre dejó en el subconsciente colectivo un pensamiento sobre el catalán como ese vecino al que quieres emular pero al que tienes cierta reticencia de que al aragonés se le arrebata algo», señala el historiador, que recuerda como Franco ya creó un imaginario de Aragón «como un muro de la hispanidad» al ahondar en «ese baturrismo anticatalanista que instrumentalizaba a la Virgen del Pilar y el folclore y venía a decir que los auténticos españoles son los aragoneses».
Sea como fuere, donde sí se atisba cierto miedo es en el plano de las inversiones. «Pese a que tenemos unas relaciones magníficas con la consejería de Foment y el empresariado catalán, la inseguridad jurídica y la inestabilidad sí ponen en riesgo las inversiones porque ya se sabe: el dinero es temeroso», señala Jesús Arnau, director general de la CEOE Aragón, quien recuerda que fueron los empresarios los que tendieron uno de los últimos puentes con la cumbre empresarial de los territorios de la antigua Corona de Aragón en 2021.
Sin embargo, no son pocos los que echan en falta una referencia aragonesa en Cataluña a la que poder dirigirse, algo así como un comisionado para las empresas catalanas que quieren invertir en tierras aragonesas, una figura con la que ya cuentan otras comunidades como Andalucía. «Tenemos un montón de empresas que llaman a nuestra puerta preguntando, pero no existen esos puentes para que inviertan con agilidad. Se están perdiendo muchas oportunidades, por ejemplo en turismo, porque las relaciones políticas están estancadas», advierte Jesús Gascón, presidente de la Federación de Casas y Centros de Aragón en Cataluña.