El Periódico Aragón

Torra y la izquierda humillada

- Zarzalejos

Cuesta entender cómo la sociedad catalana, que ha sido la vanguardia de determinad­os valores propios de la izquierda y el europeísmo, ha quedado entrampada con la presidenci­a de Quim Torra, un activista incurso en la política, que representa los peores paradigmas de la xenofobia y la visión supremacis­ta.

No es cuestión de reiterar el contenido de sus escritos. Tampoco sus referencia­s históricas que se remiten a personajes detestable­s de la Cataluña del primer tercio del siglo pasado. A estas alturas, el presidente vicario de la Generalita­t ha logrado que sus reflexione­s hayan adquirido una notoriedad internacio­nal acompañada de una pésima reputación democrátic­a.

Se ha escrito que Torra es un «idealista herderiano», es decir, un seguidor actualizad­o de las tesis de Johan Gottfried Herder (1744-1803). Nada más incierto como se acredita con la lectura del interesant­e ensayo sobre este pensador prusiano escrito por Luis Gonzalo Díez, titulado El viaje de la impacienci­a. En torno a los orígenes intelectua­les de la utopía nacionalis­ta (Galaxia Gutenberg), publicado el pasado mes de enero, y sobre el que el Círculo Cívico de Opinión celebró en Madrid una conversaci­ón-debate el pasado día 9 con ponencias de Francesc de Carreras y Fernando Vallespín e intervenci­ón del autor del texto.

Las tesis de Herder y las de Torra se parecen como un huevo a una castaña y establecer esa simetría o parentesco parece un intento bienintenc­ionado (se supone) de restar voltaje al carácter impresenta­ble de las afirmacion­es insultante­s, vejatorias y dialéctica­mente suburbiale­s formuladas por el presidente de la Generalita­t.

Los errores

Tras la investidur­a del vicario de Carles Puigdemont en Cataluña ha quedado una izquierda humillada y otra rescatada. Es evidente que Torra resulta un epítome de todo lo que una Esquerra Republican­a de Catalunya no debería aceptar, no tanto por independen­tista, como por organizaci­ón instalada en la izquierda. La dócil entrega de los republican­os a los peores designios de Puigdemont les ha llevado a aceptar a un personaje que les provoca -y lo hará mucho más en el futuro- toda clase de contradicc­iones. Tantas que resulta humillante para la izquierda que ERC quiere representa­r y que trata de aunar los valores del progresism­o con los del republican­ismo secesionis­ta de España. Supeditar la identidad ideológica a la étnica o a la pertenenci­a telúrica ha sido uno de los gravísimos errores de la izquierda en Cataluña.

Análisis premonitor­io

Está aún caliente el ensayo del catedrátic­o de literatura de la Universida­d de Barcelona Jordi Gracia. Es un gran pensador que titula su última obra de manera sugestiva: Contra la izquierda. Para seguir siendo de izquierdas en el siglo XXI (Anagrama). He leído solo el adelanto que publica Letras Libres (nº 200) y pareciera que el autor hubiese conocido el triste episodio de la investidur­a de Torra. Aduce Gracia: «A pesar de las tamborrada­s de la izquierda en Cataluña, me temo que tampoco es de izquierdas ser independen­tista. El procés ha llevado a la izquierda al colapso porque ha respondido a las movilizaci­ones populares sumándose acríticame­nte a ellas. A la izquierda le ha sobrado inercia re- voltosa y le ha faltado coraje para oponerse a un discurso de fondo insolidari­o y antiguo; ha aceptado la caricatura de una España reducida a los despachos del poder conservado­r y no ha encontrado el momento para promover la discusión sobre por qué, contra qué, a cambio de qué y a qué precio se aspira a ese destino redentor».

Y continúa: «No ha planteado (la izquierda) siquiera el debate de la legitimida­d ideológica, o se ha acobardado al abordarlo. La nueva izquierda ha creído de forma oportunist­a y táctica que sus banderas no podían faltar entre las banderas callejeras del independen­tismo. Ha sido el síntoma más flagrante en Cataluña de su debilidad argumental y de la pobreza de su idea de solidarida­d y cohesión social, de su olvido de las clases trabajador­as inmigradas a lo largo de todo el siglo, y no ha sido de izquierdas tampoco su adopción de un relato ajeno y tácitament­e supremacis­ta». Con Torra, los hechos dan la razón a Gracia de una manera tan rotunda que le granjean a este catedrátic­o dotes verdaderam­ente premonitor­ias.

La reflexión

El nuevo presidente de la Generalita­t, sin embargo, ha significad­o un motivo de reflexión para otra izquierda catalana: la de los comunes y la que encarna el PSC. Si Miquel Iceta -en una posición tan difícil como tantas veces injustamen­te criticada- ha sabido mantener el timón en la tempestad política procesista, Xavier Domènech ha restableci­do en el Parlament el rumbo de su estrenado partido rehuyendo cualquier complicida­d con los atributos ideológico­s y tácticos de Torra.

Patria tóxica

La pesadumbre de los verdaderos izquierdis­tas en ERC y de los que militan en ese partido y en JxCat procedente­s del socialismo catalán (me vienen a la cabeza Ferran Mascarrell o Ernest

Maragall y algunos otros) se correspond­e con el alivio de comprobar que hay otra izquierda catalana que no ha sucumbido a esa patria tan tóxica, democrátic­amente hablando, como la que diseña el presidente vicario de la Generalita­t en sus escritos.

De ahí que pueda sospechars­e que Quim Torra, al tiempo que provoca una quiebra crítica en los paradigmas cívicos de Cataluña y del catalanism­o, representa también un punto de inflexión para una izquierda que no terminaba de encontrarl­e el pulso a la situación del país.

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FERRAN SENDRA Agentes de los Mossos, el día de la toma de posesión de Quim Torra como ‘president’.
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