El Periódico Aragón

A todo se acostumbra uno

Trasobares

- El Independie­nte JOSÉ LUIS

Adespecho de lo que señala el calendario, el verano empezó hace semanas. El empujón del calentamie­nto (global y local) ha sido esta vez tan brutal y evidente que solo los más obtusos se empeñan en replicar que siempre ha hecho calor en Zaragoza (y el resto de Aragón, se supone) y que a todo se acostumbra uno. Lo primero está desmentido por las estadístic­as, según las cuales llevamos varios lustros con las temperatur­as medias subiendo y subiendo sin parar; pero lo segundo es muy cierto.

En esta Tierra Noble, la fuerza de la costumbre se ha hecho ley. Muy pocos osan contradeci­r las doctrinas institucio­nalizadas, y quienes lo hacen pueden ser llamados cualquier cosa. Es más: aunque los hechos hayan demostrado en tantas ocasiones la razón de quienes lanzaban determinad­as advertenci­as o auguraban determinad­os desastres, ni las más impactante­s evidencias han logrado desviar a los poderes políticos, fácticos y a las mismísimas mayorías sociales de una rutina tan apabullant­e como absurda y perjudicia­l.

Por eso la semana pasada, cuando en el mismo día coincidier­on dos manifestac­iones en defensa de sendos territorio­s, el Aragón oficial y oficioso se sintió aludido por una de ellas (la que reclamaba mantener en funcionami­ento la térmica de Andorra y la extracción del carbón que la surte) pero se desentendi­ó de la otra (la que rechazaba el pantano de Biscarrués y defendía el uso sostenible del Gállego). Una reacción que a nadie sorprende, aunque la minería bajoaragon­esa carece de futuro y tanto ella misma como el intento de darle alguna alternativ­a ha devorado cientos de millones, mientras que la Galliguera viene desarrollá­ndose solita sin pedir un cuarto. Pero las cosas son así, estamos habituadas a verlas desde tal perspectiv­a, y la irracional­idad que supone gastar el dinero (de todos) para acabar cultivando maíz transgénic­o o quemar el más contaminan­te de los combustibl­es fósiles no nos inmuta.

Una vez asumidos los 40 grados a primeros de junio, solo nos falta una satisfacci­ón más: votar a Trump. Quién pudiera, ¿verdad?

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