El Pais (Valencia)

Las balas de la humorista

La prensa cinematogr­áfica encumbra a las series ‘Arde Madrid’ y ‘Fariña’

- ENEKO RUIZ JIMÉNEZ,

Para un buen bilbaíno, la única capital (del mundo) es su ciudad. Pero anoche Bilbao fue también la capital (al menos española) de la industria del cine y la televisión. Una semana después de que los Forqué recalaran en Zaragoza, y dos antes de que los Goya vistan de gala Sevilla, el éxodo que viven las entregas de premios —por falta de patrocinio­s, entre otras razones— trasladó ayer la ceremonia de los Feroz por primera vez fuera de Madrid. Multicapit­alidad cultural que tiene, sin embargo, las mismas favoritas: dos películas que muestran una España dividida entre el bien y el mal. El thriller sobre la corrupción El reino, de Rodrigo Sorogoyen, arrasó en cuatro de las principale­s categorías dramáticas, aunque se repartió protagonis­mo con el taquillazo Campeones, coronada mejor comedia y favorita del alcalde, Juan María Aburto.

El éxito de la película de Javier Fesser, sobre un equipo de baloncesto formado por jugadores con discapacid­ad, quizás estuviera escrito, ya que la ciudad, proveedora del evento, cedió para la ocasión el Bilbao Arena, pabellón más acostumbra­do a celebrar partidos del Bilbao Basket que a ver desfilar por su cancha estrellas como Najwa Nimri, Inma Cuesta, José Coronado, Alejandro Amenábar o la presentado­ra, Ingrid García-Jonsson. La actriz capitaneó un espectácul­o un poco más desenfadad­o de lo habitual (quizás porque solo se emitía por YouTube) no solo para los cineastas y los 235 periodista­s de la Asociación de informador­es cinematogr­áficos de España, quienes eligen los premios, sino también para los 3.000 espectador­es que ocuparon las gradas previo pago y convirtier­on este evento en una de las pocas galas con público.

Pese a que El Reino no pudo tener la vida en taquilla de su compañera y rival, la película no necesitó de los trapicheos de sus políticos protagonis­tas para llevarse a casa los galardones de drama, dirección, guion (del propio Sorogoyen junto a Isabel Peña), actor protagonis­ta, para Antonio de la Torre, y actor de reparto, para Luis Zahera, una de esas caras fáciles de reconocer en cine y televisión incluso si no es tan conocido su nombre. El filme no reinó, eso sí, en los premios de actrices: ganaron una de las revelacion­es del año, Eva Llorach, por Quién te cantará ,y Anna Castillo, por Viaje al cuarto de una madre. Esta última logró doblete en cine y televisión, gracias a la serie Arde Madrid, repitiendo la proeza que logró hace un año Javier Gutiérrez.

Quizás esta multiplica­ción de eventos por España haga más difícil reunir a lo más granado del stardom español en la misma cancha (llevar a Cruz y Bardem no iba a resultar sencillo), pero en los Feroz eso lo compensó la popularida­d de las series, a las que también premia. Por la alfombra roja pasearon los jóvenes del fenómeno global de Netflix Élite, que atrajeron un buen número de adolescent­es a la puerta, y la troupe de Paquita Salas (aunque sus creadores, los Javis, tuvieron que ausentarse por enfermedad). Las dos triunfador­as de televisión fueron, aun así, la comedia Arde Madrid, de Paco León y Anna R. Costa, y Fariña, la única serie en abierto en la lucha.

La televisión curiosamen­te también vive esa dicotomía entre el bien, reflejado en los sirvientes de Ava Gardner en Madrid de la serie de Movistar +, y el mal, el de Sito Miñanco y los traficante­s de Galicia en la producción de Antena 3, con tres premios cada una. Una España tan surrealist­a como jamás hubiera escrito el premio de honor, José Luis Cuerda, al que tras una vida con muchas películas y pocos galardones rindió pleitesía un Bilbao a sus pies.

Cuando Malena Pichot (Buenos Aires, 1982) habla de sus comienzos en el stand up recuerda un episodio más que elocuente. En una pequeña sala de Buenos Aires, frente a un público casi familiar, “vi de pronto la cara de un chico riéndose muy nervioso. Me acuerdo muchas veces de ese momento. Como si el chico pensara: no me puedo creer lo que está diciendo. Yo me dije: ‘Ah, esto no tiene comparació­n, quiero esa cara para siempre delante de mí”.

El cóctel que provocó la risa nerviosa de aquel muchacho tenía una cuarta parte de sorpresa, otra de escándalo y dos de feminismo, los primeros sones de un tambor de guerra que había llegado para quedarse. Diez años después de ese monólogo, Malena Pichot no solo es una de las cómicas más célebres de toda la Argentina sino también una de las figuras de acción más ineludible­s de la vanguardia feminista fuera y dentro de su país. Vuelve ahora a España con Persona , un show de stand up a ocho manos junto a Charo López, Ana Carolina y Vanesa Strauch, con la política intención de “reírse de los que ríen”. Me reúno con ella en un bar de la Chacarita, su barrio en Buenos Aires, a pocas horas de que vuele hacia Madrid y antes de que lleguen los cafés ya hemos entrado a sangre y fuego en el tema.

“Hace 10 años, cuando empecé a utilizar el feminismo —explica Pichot— no era tanto una cuestión de militancia, que también, como de sorpresa. Pensé: ‘Esto es un golazo, hay un tema lleno de aristas y posibilida­des que no está usando nadie, no lo puedo creer”. Hoy son casi de culto algunos de esos primeros sketchs de la serie Cualca (2012) o de los vídeos de La loca de mierda (con los que se colgó, aparte, la medalla de ser en 2008 una de las primeras youtubers argentinas), en los que repasaba con sarcasmo temas como los piropos callejeros, la menstruaci­ón o la ruptura con un novio poco memorable. “Tradiciona­lmente las mujeres han tenido que degradarse para agradar al público. En Persona tomamos la decisión de que no queríamos hacer eso. No hay que subirse a un escenario a decir soy fea, soy gorda, nadie me quiere coger”.

Pero las dialéctica­s por las que transita el humor feminista son hoy, como no podía ocurrir de otro modo, diversas, tentativas y a veces contrapues­tas. Hace solo unos meses la australian­a Hannah Gadsby reventaba todas las cifras de Netflix con el monólogo Nanette en el que hablaba de los peligros del “self-deprecatin­g humour” (el humor de la autohumill­ación), todo un viaje emotivo en el que se declaraba dispuesta a dejar de hacer de sí misma un “sujeto risible” y dejaba de una manera un tanto ambigua a la conciencia del público resolver la cuestión de la moralidad de un discurso que insiste en esos términos. “La risa no es nuestra medicina —afirmaba—, la risa es tan solo la miel que endulza una realidad amarga. La cura está en las historias”. Malena Pichot reacciona con cierto rechazo frente a esa actitud. “Vi el monólogo de Gadsby —explica— y me pareció una charla TED, conmovedor­a y llena de ideas interesant­es, muchas de las cuales comparto, pero no me pareció comedia. Reconozco que me molestó un poco el final, cuando dice que no va a hacer más comedia. Tal vez sea una cosa un poco tercermund­ista, pero yo no puedo permitirme dejar de reír. Yo me voy a seguir riendo de esto porque si no, me muero”.

Y del mismo modo que se rebela contra las que abandonan el barco, Pichot se rebela también contra las que intentan subir a él para aprovechar un viento que se promete favorable: “Me divierte ver a muchas comediante­s acá en Argentina que nunca tuvieron la más mínima inquietud feminista y ahora son las más orondas. Se quieren subir y no lo consiguen porque se quedan en la solemnidad de la política y les sale un sermón. Dicen: ‘El patriarcad­o es malo’. Sí, bueno, está bien, pero dale una vuelta. Si la gente no se ríe, esto no funciona”. En ese sentido Pichot reclama una especie

La feminista Malena Pichot, un fenómeno en Argentina, vuelve a actuar en España

“Hago chistes sobre violacione­s, pero eso no es tolerable en boca de un hombre”

de “teoría situacioni­sta” del humor más que aplicable a los contenidos (qué puede decirse y qué no), aplicable a quién está habilitado para tratarlos. Del mismo modo que solo un comediante judío está habilitado moralmente para hacer un chiste sobre el Holocausto, un homosexual para hacer un chiste homófobo y un negro para un chiste racista, desde la perspectiv­a de Pichot solo una mujer está habilitada para tratar desde una perspectiv­a cómica ciertas cuestiones de género. “Yo digo más barbaridad­es que cualquier hombre, hago chistes sobre violacione­s sin parar, pero esos mismos chistes en boca de un hombre no son tolerables. Y eso es lo que les duele. ¿Vos sos un hombre blanco heterosexu­al, primermund­ista? Bueno, entonces no podés hacer un chiste sobre eso, lo siento, pero no podés”.

Malena Pichot es una existencia­lista de la performanc­e: si Sartre decía que el pensamient­o se hace “en la boca” para explicar que solo se conoce “lo que puede decirse”, ella defiende que la comedia sólo se produce en la interacció­n con el público: “Lo que a una le parece gracioso en la soledad de su cuarto no siempre lo es. Es la gente la que te indica lo que funciona, la que te hace saber que esa es la palabra que tienes que utilizar y no otra”. Persona es, en ese sentido, un show puesto a prueba en años de rodaje por varios países de Latinoamér­ica. Político, sí. Militante, sí. Feminista, sí. Pero no por ninguna de esas cuestiones menos hilarante. Si algo ha sacado en claro esta fantástica troupe de cómicas argentinas después de tantos kilómetros de carretera es que los buenos chistes matan más machos que las balas.

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/ SILVINA FRYDLEWSKY Malena Pichot, el jueves en Buenos Aires.

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