La Marcha de las Mujeres exhibe su poder político
Un movimiento fragmentado en Nueva York
ciones. Richard Nixon lo utilizó en las conversaciones con los norvietnamitas y Trump con prácticamente cualquier país —aliado o rival— con el que ha tenido que discutir algo. Antes de tratar de abrir una negociación con el dictador norcoreano Kim Jong-un, lo amenazó con “fuego y furia”. A la reforma del tratado comercial Nafta se presentó con la advertencia de que quería romperlo de inmediato. Y en los últimos tiempos no ha dejado de advertir de que puede cerrar la frontera con México sine die, lo que sería una barbaridad económica para los propios estadounidenses.
“Mi estilo de negociar es bastante simple y directo. Apunto muy alto y entonces empujo y empujo hasta conseguir lo que busco”, escribía en su famoso manual de negocios de los ochenta. Así, aunque tiene que recular, siempre avanza desde su punto de partida: no ha roto el tratado comercial con México y Canadá, pero lo ha renegociado de forma ventajosa para EE UU. También ha ido cumpliendo, pese a las peligrosas derivadas, buena parte de sus promesas electorales en política exterior: ha roto el acuerdo nuclear con Irán, ha trasladado la Embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén y ha comenzado el repliegue militar en Siria contra el consejo de sus militares.
Con Trump, EE UU abandona el papel de líder global. Su política exterior no se organiza en base a un plan, sino en torno a una idea: America first, América primero. O sola. Trata a viejos aliados como si fueran enemigos, ya sea la OTAN o la Unión Europea —“Es tan mala como China, pero más pequeña”, dijo este verano— y expresa simpatías por líderes autoritarios como Xi Jinping o Vladímir Putin, mientras su Administración, como si viviesen en una realidad paralela, los sanciona con dureza.
En su ofensiva, sin embargo, ha tenido que frenar su idea de imponer nuevos aranceles a la exportación de coches europeos. Y con China las conversaciones se hallan estancadas.
El presidente francés, Emmanuel Macron, dio a entender el pasado verano, en medio de aquella crispada cumbre del G-7 en Canadá, que, al final, la solución con la difícil presidencia de Trump no era sino esperar a que acabara. “Usted dice que al presidente Trump no le importa [el aislamiento]”, dijo a un periodista. “Quizá”, añadió, “pero nadie es eterno”.
Hay quien dice, sin embargo, que el mundo no volverá al lugar donde estaba cuando Trump se marche. A la victoria del magnate neoyorquino le han seguido las de otros líderes de corte trumpiano, nacionalistas, populistas, que también se suben al rechazo al multilateralismo. En septiembre ante la Asamblea General de Naciones Unidas, proclamó: “Rechazamos la ideología de la globalización y abrazamos la doctrina del patriotismo”. La llamada Marcha de las Mujeres salió ayer por tercera vez en cientos de ciudades de Estados Unidos con mucho que celebrar, pero con una asistencia debilitada —como se ha comprobado en Washington, Nueva York y Los Ángeles— y mostrando divisiones ideológicas. El movimiento que empezó en las redes sociales y que se hizo real en las calles con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, exhibe el poder político que ha logrado alcanzar.
Las elecciones legislativas de noviembre, que han llevado a un número récord de mujeres al centro del poder en Washington, han servido como prueba de que el movimiento, independientemente de sus problemas, representa corrientes profundas de este país que ya no se pueden parar.
En Washington, la plaza de la Libertad estaba abarrotada de gente ayer por la mañana. El cierre parcial del Gobierno obligó a cambiar la ruta de la manifestación, que no pudo llegar hasta el
Capitolio y se tuvo que conformar con dar vueltas a la redonda.
La oposición a Trump es el hilo conductor de todos los grupos que componen este movimiento. Se vieron pancartas del mandatario republicano con su homólogo ruso, Vladímir Putin. Trump como títere, como perro, como una presa cazada. Otros alzaban la imagen del fiscal especial Robert Mueller, a cargo de la investigación de la trama rusa, con la leyenda Llegan las acusaciones, con el estilo de letra de Las fisuras en el movimiento de las mujeres fueron evidentes en Nueva York, donde compitieron dos marchas. La oficial arrancó en una avenida junto a Central Park, organizada por la organización Women’s March Alliance. La alternativa se desarrolló a junto a los tribunales de migración. Hubo incluso un tercer evento de mujeres discapacitadas en la estación Grand Central, convocado por el grupo activista Rise and Resist. Ante esta confusión, el alcalde neoyorquino, Bill de Blasio, acudió a las dos primeras protestas. la serie Juego de Tronos. Entre todos esos carteles colmados de carga política, aparecía un rostro familiar con los ojos cerrados, el traje azul y la mano alzada: Christine Blasey Ford, la mujer que acusó al juez Brett Kavanaugh de abuso sexual. “No podrán callarnos, doctora Ford”.
El movimiento de las mujeres se ha visto en el último año dividido por cuestiones ideológicas, especialmente acusaciones de antisemitismo que acabaron con un escisión. En Washington, decenas de personas se dirigían hacia la Plaza de la Libertad con carteles que decían: “La marcha de las mujeres judías”. Su participación era todo un símbolo.
Tamika Mallory, copresidenta de este movimiento, ha apoyado públicamente al predicador Louis Farrakhan, una voz de la izquierda radical cuyos discursos contienen un antisemitismo indisimulado, aunque aclarando que no comparte algunas declaraciones. “Sin duda hay muchas cosas con las que diferimos, pero decidimos unirnos hoy. Tenemos muchas cosas que trabajar y el antisemitismo es una de ellas, pero no podemos hacerlo si no estamos juntas”, explicaba Jennifer, de 54 años, que participaba en el grupo judío.
Avances logrados
Desde hace dos meses existe una conexión nueva entre las mujeres que salieron a la calle y el centro del poder. Una demócrata, Nancy Pelosi, es la nueva presidenta de la Cámara de Representantes y en pocas semanas se ha erigido como némesis de Trump. Los demócratas lograron una victoria sin precedentes desde los años setenta en las legislativas, en parte gracias al tirón de candidatas mujeres, jóvenes y de minorías. Quizá la mayor estrella mediática de ese movimiento sea la congresista neoyorkina Alexandria Ocasio-Cortez, que participó en una de las dos marchas que compitieron en Nueva York.
“El año pasado llevamos el poder a las urnas. Este necesitamos asegurarnos de que ese poder lo transformamos en políticas. No vamos a dejar que nadie nos quite nuestros derechos”, dijo Ocasio-Cortez, sino que “los vamos a expandir”. “No vamos a permanecer en silencio cuando se trata de los derechos de las mujeres pobres, trabajadoras, de clase media, de todas las mujeres de Estados Unidos y del mundo”.
Pese a las diferencias entre sus líderes, los participantes que se echaron a la calle desafiando el frío quisieron celebrar el avance logrado en las pasadas legislativas. “Es el trabajo de una masa de mujeres lo que está cambiando el país”, comentaba Danielle. Si espera que los organizadores aparquen sus diferencias y establezcan unos valores comunes claros. “El movimiento no debería estar dividido”. Una mujer llamada Alicia no esperaba que estos movimientos surgidos de forma viral sean perfectos, pero sí confía en que pese a las críticas siga avanzando. Le retumban en la cabeza, dice, las risas de Donald Trump hablando de cómo agarró a una mujer por sus genitales. “Ahora somos nosotras las que hemos agarrado el poder”.