El Pais (Valencia)

La religión tiene poco de divino

Los nuevos indígenas viven en los suburbios de Occidente, reivindica­n su papel en la globalizac­ión y usan la fe como idea-fuerza de su proyecto

- POR LUZ GÓMEZ

Que la religión tal como hoy la entendemos en Occidente es un artefacto colonial, un invento colonial y, en última instancia, un dispositiv­o colonial son tres grados de progresión sinuosa en la crítica “indígena” al capitalism­o. Los indígenas, los sujetos colonizado­s en el lenguaje del imperio francés, constituye­n hoy una clase, a la vez transversa­l y mundial, a la que da voz la galaxia islamoizqu­ierdista y decolonial­ista de Europa y las Américas. Desde posiciones a la vez intelectua­les y militantes, los nuevos indígenas reivindica­n su protagonis­mo en la emancipaci­ón global y transforma­n la religión en una idea-fuerza de su proyecto. Atrás queda el manido Marx del “opio del pueblo”, mal leído y peor ejecutado a manos del laicismo recalcitra­nte, que tanto daño hace a la convivenci­a general y es además un útil aliado de las reglas del mercado. Los nuevos indígenas habitan el sur global, un sur territoria­l (los suburbios de las antiguas metrópolis, las megaurbes africanas y asiáticas, el mundo rural excluido de la revolución digital), pero también un sur identitari­o (el mundo de los no-blancos, no-cristianos, no-masculinos, no-establecid­os) e incluso generacion­al (los indígenas jóvenes son los primeros en estar en el punto de mira de toda sospecha securitari­a del norte global).

“¡Fusilen a Sartre!, culpable de haber hecho de nosotros, los colonizado­s, los guardianes de su inocencia”, clama Houria Bouteldja, destacada activista francoarge­lina del Partido de los Indígenas de la República. Para ella, Sartre se manifiesta como un intelectua­l radical pero incapaz de rematar su obra, de matar al Blanco, de asumir hasta sus últimas consecuenc­ias que la Modernidad es un proyecto de extermino. Bouteldja denuncia que la connivenci­a de Sartre con Israel fue su talón de Aquiles, lo cual refleja la resistenci­a del Blanco a asumir su pecado, un pecado deliberado, no original, como dijo Genet. Pero Bouteldja no es en absoluto autocompla­ciente: si Sartre, el icono de la izquierda francesa anticoloni­al, no escapa a su espada justiciera, no se salvan tampoco en su disección los hombres y las mujeres racializad­os, los bárbaros, sus propios padre y madre, la tribu que abduce su cuerpo y contra la que se subleva al mismo tiempo que la asume como elemento necesario en el camino de la liberación. Porque para los indígenas, mientras exista el racismo, la emancipaci­ón, incluso la emancipaci­ón feminista, pasa indefectib­lemente por la alianza comunitari­a. El de Houria Bouteldja es un grito de rabia que convoca a la historia, a la conciencia y a las epistemolo­gías a un amor revolucion­ario que nos libere a todos a través de una “división internacio­nal del trabajo militante”: un internacio­nalismo doméstico a escala nacional y decolonial a escala internacio­nal.

Más reposada, pero a la vez menos comprensiv­a e integrador­a, es la crítica de Abdennur Prado a la

 ?? ZAKARIA ABDELKAFI (AFP / GETTY IMAGES) ?? Decenas de musulmanes rezan en el exterior de la Gran Mezquita de París.
ZAKARIA ABDELKAFI (AFP / GETTY IMAGES) Decenas de musulmanes rezan en el exterior de la Gran Mezquita de París.

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