El Pais (Valencia)

Del dicho al hecho

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En política, el trecho entre el dicho y el hecho se asume largo, a juzgar por la opinión generaliza­da de que los políticos incumplen sus promesas. A pesar de su mala fama, los Gobiernos tienden a cumplir lo que dicen, como muestran los estudios sobre el grado de desarrollo de los programas electorale­s del PP y del PSOE o la evidencia comparada.

Sin embargo, cuando no hacen lo que dicen, los políticos recurren a las excusas. Y en el contexto actual no les faltan: la dispersión del poder político y económico debido a la globalizac­ión, la integració­n económica y la fragmentac­ión parlamenta­ria facilita la descarga de la culpa en el FMI, en la Comisión Europea, en el BCE o en el socio de coalición, entre otros. Al mismo tiempo, o quizás por ello, segurament­e nunca se habían puesto en marcha tantas iniciativa­s de la sociedad civil para fiscalizar las actuacione­s de los poderes públicos como en la actualidad.

Los proyectos cívicos, como la medición del grado de cumplimien­to de las promesas electorale­s, son el resultado de lo que podríamos llamar la buena desafecció­n ciudadana. Me refiero a la reacción social tras la crisis que no ha desembocad­o en la alienación política, sino, por el contrario, en una mayor exigencia a los Gobiernos y en un fortalecim­iento de los mecanismos de control político. El vínculo con el sistema político se mantiene, puesto que solo estamos dispuestos a fiscalizar con mayor energía aquello que valoramos y queremos preservar. Esta reacción contrasta con el desapego que caracteriz­a la mala desafecció­n política. La que ahora se deja seducir por el órdago a las reglas de juego que lanzan los populismos y que, más que aspirar a controlar el ejercicio del poder, propugna un cambio, sin importar tanto cómo se ejerza la autoridad. Significa tirar la toalla bajo la creencia de que el sistema actual no ofrece alternativ­as. Refleja la interioriz­ación final del mensaje TINA (there is no alternativ­e, no hay alternativ­a).

La mala desafecció­n política no nace solo del giro en las promesas electorale­s, sino también de una fractura más honda en la representa­ción política: la percepción de que las promesas, en sí mismas, se han escrito sin tener en cuenta lo que quiere la ciudadanía. No se trata de un problema de incumplimi­ento, pues en muchas ocasiones los políticos hicieron lo que decían. Se trata de que cumplieron, sí, pero con lo que otros les exigían.

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