El Pais (Pais Vasco) (ABC)

Lamentacio­nes de un prepucio chileno

Rafael Gumucio arremete contra la masculinid­ad y sus mitos en su novela ‘El galán imperfecto’

- LAURA FERNÁNDEZ, Barcelona

El protagonis­ta de El galán imperfecto (Literatura Random House), la última novela del siempre irreverent­e, indiscreto y, en esta ocasión, más “abiertamen­te divertido” que nunca Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970) es Antonio, un tipo al que acaba de ocurrirle algo horrible.

En realidad, ese algo horrible no es tan horrible —por culpa de una fimosis van a tener que circuncida­rle—, pero está aterrado por la frase que le ha soltado el médico, un tal doctor Wagner, al contemplar lo que había hecho con sus genitales la pequeña infección que pretende acabar con ellos. “Tu cuerpo rechaza tu pene, compadre”, le ha dicho el tal doctor Wagner.

Lo que sigue es un delirio en forma de memorias dispersas —todo lo que hace Gumucio puede tildarse de una suerte de autoficció­n “exagerada”— en el que la masculinid­ad, Rafael Gumucio, ayer en Madrid. todas las masculinid­ades posibles, se topan con la incomodida­d del cuerpo y la tragedia de la falocracia.

“Todo esto parte de una anécdota real. Yo mismo me operé de fimosis y el doctor dijo exactament­e esa frase. Quiso hacerme entender que no tenía por qué operarme, que podíamos hacerle creer a mi cuerpo que mi pene no estaba allí abajo, sino en otro sitio. Y así, con una serie de cremas carísimas, le hicimos creer a mi cerebro que mi pene se había trasladado a mi codo, y fue el codo el que sufrió”, explica el escritor, quien, como el galán imperfecto de la historia, se sometió de todas formas a la operación.

“La única diferencia entre él y yo es que mi mujer lo sabía”, añade, y sonríe. Porque la novia de Antonio no tiene ni idea. La novia de Antonio está en Camboya de vacaciones. En realidad, se halla en mitad de un año sabático. Le llama de vez en cuando por Skype, le escribe cartas que luego no le manda... Se queja de todo lo que no le contó. “Me había propuesto escribir una novela de hombres, pero inevitable­mente las mujeres acabaron por devorarla”, confiesa el autor.

Además de Valentina, la novia, figura la madre de Antonio, que aún duerme con él, un tipo de 30 años, y que le llena de incertidum­bre. Convierte su vida en un infierno neurótico al asegurarle que es perfecto tal y como le hizo y que para qué demonios tendría que operarse.

“Creo que en la novela hay una reivindica­ción de la inocencia previa al sexo, porque la sola idea del sexo es una tragedia”, dice el escritor. “Uno nace con todo menos con los genitales formados. Es como que llegan tarde a la fiesta, y lo cambian todo, y también, claro, lo complican todo”, añade. Y se muestra crítico con “el heteropatr­iarcado”, que “puede que beneficie a algunos hombres, pero no a todos, está claro”. En especial, no a la clase de hombre que, como él, de niño prefirió el ballet al voleibol.

La idea del cuerpo como monstruo atormenta al escritor, quien creció leyendo a Proust y a Stendhal, a Philip Roth y a Saul Bellow, desde hace un par de libros. En el anterior, Milagro en Haití, relataba mordazment­e la convalecen­cia de una mujer —su madre, en realidad— tras una liposucció­n, y es que, hasta entonces, “había sido un escritor de cabeza, intelectua­l, nada físico”. “Ahora empiezo a entender a Donoso cuando hablaba de encerrarse y dejar que los demonios le mostrasen el camino. La literatura se me está volviendo algo físico”, confiesa.

Sigue habiendo miedo en sus novelas, pues del miedo nace todo, indica. “Es un miedo que parte de un exceso de placer; es decir, el único miedo que tienen mis personajes, y yo mismo, es a que eso que tanto les gusta —la vida— se acabe”.

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/ DAVID FOLGUEIRAS

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