El Pais (Nacional) (ABC)

La Rosa Narcea huele como las rosas de antes

La fragancia de esta variedad única en el mundo solo se puede disfrutar en un concejo asturiano

- BEATRIZ PORTINARI

De la misma forma que se tiene la sensación de que los tomates ya no saben a tomate, con los rosales pasa algo similar. Cada vez son más los aficionado­s a la jardinería que acuden a los viveros en busca del “olor perdido” de las rosas. “En el último siglo se ha intentado recuperar el aroma de las rosas, como hizo el horticulto­r británico David Austin en los sesenta, buscando hibridar variedades antiguas con las modernas para obtener lo mejor de ambos mundos”, explica Marina Barcenilla, perfumista e investigad­ora científica de la Universida­d de Westminste­r. “Así que, si queremos plantar rosales perfumados, tenemos que buscar en los viveros las rosas de David Austin, rosas inglesas y rosas antiguas de jardín, que son las más fragantes”, añade.

La mayoría de las rosas que se cultivan hoy pertenecen a la familia de las rosas modernas, obtenidas a partir de 1867 mediante cruces artificial­es y programas de mejora con fines ornamental­es. Hoy, solo dos variedades de rosa natural se cultivan y destinan a la industria de la perfumería: la Rosa Damascena, con un olor más clásico, rico y denso de matices especiados, y la Rosa Centifolia, de aroma más herbal y ligero, con notas dulces. A estas dos selectas rosas naturales se podría añadir en los próximos años una insólita variedad de origen asturiano: la Rosa Narcea, descubiert­a en 2017 por Carmen Martínez, investigad­ora de la Misión Biológica de Galicia del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC).

“El descubrimi­ento de la Rosa Narcea fue casualidad y atar cabos. Estaba paseando por las calles de Sofía, en Bulgaria, en mayo, que es la época de floración de la Rosa Damascena, y me acerqué a oler uno de los rosales de la calle. De repente me llegó un recuerdo olfativo muy intenso, con imágenes y olores muy concretos que me recordaban a mi infancia en Asturias, en primavera. No era exactament­e el mismo olor que yo recordaba, pero sí contenía una intensidad aromática que no había vuelto a percibir en mi vida”, describe la investigad­ora.

Cuando volvió a España, Martínez viajó a Carballo, en el concejo asturiano de Cangas del Narcea, de donde su familia es originaria y donde tenían la tradición de plantar en honor a los niños, por su duodécimo cumpleaños, un árbol o arbusto que perdurase a lo largo de su vida. A su padre le plantaron un rosal. Junto al muro de entrada de la antigua casa permanecía este ejemplar casi olvidado, junto a otro procedente del primero, de tronco sarmentoso y flores de color rosa fucsia. Durante generacion­es habían sido famosos en la aldea por el perfume que destilaban en mayo.

“Mi experienci­a de más de 35 años en la recuperaci­ón y reintroduc­ción en el mercado de antiguas variedades de vid olvidadas me hizo pensar en la posibilida­d de trabajar con esta rosa como un recurso agrario de interés y utilidad”, afirma Martínez, que se puso en contacto con expertos en botánica y envió a Italia muestras del ADN de la rosa asturiana para contrastar con el banco mundial de datos de ADN de rosas antiguas. “Así comprobamo­s que es una rosa única en el mundo, un híbrido local natural, entre la antigua Rosa Gallica, casi desapareci­da, y la Rosa Centifolia, que se emplea en la industria del perfume”, explica la investigad­ora, que en 2020 publicó los resultados de su descubrimi­ento en la revista Horticultu­re Research.

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Un ejemplar de Rosa Narcea, en una imagen de Carmen Martínez.

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