La tauromaquia es tortura
Se pongan como se pongan los taurinos, nos hagamos las preguntas —espurias— que nos hagamos, el rey está desnudo. No hace falta ser especialmente razonable o sensible para ver el sufrimiento de los toros, basta con mirar su cuerpo chorreando sangre, su boca babeante, sus mugidos de dolor, su afán por huir del recinto donde lo han encerrado. ¿Puede salir el toro de ese encierro? ¿Ha podido no entrar? No. Es un sótano de torturas al aire libre. Un sótano moral a plena luz del día. Una cloaca, también, del Estado que lo permite. Corrupción social.
Si la tauromaquia es o no cultura resulta irrelevante. Muchas expresiones culturales del pasado son hoy inaceptables, principalmente aquellas que han comportado violencia contra alguien, incluso contra algo. Si esas prácticas han sido o no del gusto de destacados artistas, resulta irrelevante también. Destacados artistas han sido y son sujetos de comportamientos abusivos y costumbres violentas, y no por ello el abuso y la violencia han dejado de serlo. Al contrario, la sociedad los ha ido reprobando porque esos comportamientos han sido pensados de manera crítica, denostados, combatidos, cancelados, prohibidos. La cultura de la violación, por ejemplo. ¿Es menos violación si la ha perpetrado un artista? ¿Es menos violencia de género porque en la obra de grandes clásicos hay raptos de mujeres? O la cultura de la guerra. ¿Son menos sus horrores porque los haya plasmado un gran artista? Que el arte represente y deje constancia de la perversidad no convalida que, en sentido estricto, un padre se coma a su hijo o se sirva en bandeja la cabeza de nadie.
Que haya poetas o pintores que se han inspirado en la tortura no la desnaturaliza como tal. En todo caso, cuestiona la empatía, la moral de esos artistas. O los ancla en un tiempo que ya no es, no ha de ser, el nuestro, como nunca fue el de una nutrida y notable tradición antitaurina, a pesar de que ha sido silenciada por el relato oficial de los intereses taurinos.
En cualquier caso, tauromaquia sólo sería cultura para una parte de la ecuación, la parte humana. Precisamente, la que ejerce la violencia. ¿Es cultural para los toros —y caballos— que son las víctimas de esa violencia? ¿Es cultural para un animal ser torturado hasta la muerte? La retórica abochorna. Lo que importa no es si torturar a un ser sintiente es cultura o deja de serlo, importa que no es ético, que es un acto moralmente reprobable, atendiendo a sus víctimas: los toros acuchillados en la plaza, y antes, en las dehesas donde los marcan a fuego, en los tentaderos donde calculan su resistencia al dolor, en los camiones a los que son empujados, en los corrales y toriles donde les inoculan el pánico para que salgan a la arena despavoridos, bravos de terror; y sus hijos, los becerros, en cualquier capea, en cualquier pueblo, entregados a los humanos para su tortura como divertimento. La tauromaquia no es solo la corrida, son también los festejos populares donde se maltratan vaquillas, se quema la cara de los toros embolados, se rompe el cuello de toros ensogados, se ahogan los toros que se lanzan al mar. La misma caverna moral.
La cuestión última no es si tales hechos gustan o no a un puñado de intelectuales, aunque repugne a una inmensa mayoría social; si se trata de un negocio deficitario y subvencionado, que lo es; cuánto tiempo lleva ejerciéndose una práctica de extrema crueldad. Es de índole ética. Y, por tanto, política: preferimos una sociedad que no sea cruel con los otros animales, basada en el respeto a los derechos básicos de los individuos, humanos y no humanos. El principal es el derecho a la vida y a no ser torturado. Tan simple como eso.
Debemos construir nuestra cultura según principios éticos. Fomentar la no violencia. Defender a las víctimas, no a los torturadores. Dar ese ejemplo a la infancia. No tratar de convencer de que el sadismo es arte, no educar en la cultura de la dominación y el sometimiento, sino transmitir una cultura de paz, colaboración, empatía, respeto al diferente. Con su decisión, esencial, de no premiar el maltrato animal, el ministro Urtasun ha demostrado responsabilidad cultural y compromiso ético con la sociedad. Lo mismo debemos hacer firmando la ILP #NoEsMiCultura.