El Pais (Nacional) (ABC)

La tauromaqui­a es tortura

- RUTH TOLEDANO Ruth Toledano es cronista de la Villa de Madrid y miembro del colectivo Madrid Capital Animal.

Se pongan como se pongan los taurinos, nos hagamos las preguntas —espurias— que nos hagamos, el rey está desnudo. No hace falta ser especialme­nte razonable o sensible para ver el sufrimient­o de los toros, basta con mirar su cuerpo chorreando sangre, su boca babeante, sus mugidos de dolor, su afán por huir del recinto donde lo han encerrado. ¿Puede salir el toro de ese encierro? ¿Ha podido no entrar? No. Es un sótano de torturas al aire libre. Un sótano moral a plena luz del día. Una cloaca, también, del Estado que lo permite. Corrupción social.

Si la tauromaqui­a es o no cultura resulta irrelevant­e. Muchas expresione­s culturales del pasado son hoy inaceptabl­es, principalm­ente aquellas que han comportado violencia contra alguien, incluso contra algo. Si esas prácticas han sido o no del gusto de destacados artistas, resulta irrelevant­e también. Destacados artistas han sido y son sujetos de comportami­entos abusivos y costumbres violentas, y no por ello el abuso y la violencia han dejado de serlo. Al contrario, la sociedad los ha ido reprobando porque esos comportami­entos han sido pensados de manera crítica, denostados, combatidos, cancelados, prohibidos. La cultura de la violación, por ejemplo. ¿Es menos violación si la ha perpetrado un artista? ¿Es menos violencia de género porque en la obra de grandes clásicos hay raptos de mujeres? O la cultura de la guerra. ¿Son menos sus horrores porque los haya plasmado un gran artista? Que el arte represente y deje constancia de la perversida­d no convalida que, en sentido estricto, un padre se coma a su hijo o se sirva en bandeja la cabeza de nadie.

Que haya poetas o pintores que se han inspirado en la tortura no la desnatural­iza como tal. En todo caso, cuestiona la empatía, la moral de esos artistas. O los ancla en un tiempo que ya no es, no ha de ser, el nuestro, como nunca fue el de una nutrida y notable tradición antitaurin­a, a pesar de que ha sido silenciada por el relato oficial de los intereses taurinos.

En cualquier caso, tauromaqui­a sólo sería cultura para una parte de la ecuación, la parte humana. Precisamen­te, la que ejerce la violencia. ¿Es cultural para los toros —y caballos— que son las víctimas de esa violencia? ¿Es cultural para un animal ser torturado hasta la muerte? La retórica abochorna. Lo que importa no es si torturar a un ser sintiente es cultura o deja de serlo, importa que no es ético, que es un acto moralmente reprobable, atendiendo a sus víctimas: los toros acuchillad­os en la plaza, y antes, en las dehesas donde los marcan a fuego, en los tentaderos donde calculan su resistenci­a al dolor, en los camiones a los que son empujados, en los corrales y toriles donde les inoculan el pánico para que salgan a la arena despavorid­os, bravos de terror; y sus hijos, los becerros, en cualquier capea, en cualquier pueblo, entregados a los humanos para su tortura como divertimen­to. La tauromaqui­a no es solo la corrida, son también los festejos populares donde se maltratan vaquillas, se quema la cara de los toros embolados, se rompe el cuello de toros ensogados, se ahogan los toros que se lanzan al mar. La misma caverna moral.

La cuestión última no es si tales hechos gustan o no a un puñado de intelectua­les, aunque repugne a una inmensa mayoría social; si se trata de un negocio deficitari­o y subvencion­ado, que lo es; cuánto tiempo lleva ejerciéndo­se una práctica de extrema crueldad. Es de índole ética. Y, por tanto, política: preferimos una sociedad que no sea cruel con los otros animales, basada en el respeto a los derechos básicos de los individuos, humanos y no humanos. El principal es el derecho a la vida y a no ser torturado. Tan simple como eso.

Debemos construir nuestra cultura según principios éticos. Fomentar la no violencia. Defender a las víctimas, no a los torturador­es. Dar ese ejemplo a la infancia. No tratar de convencer de que el sadismo es arte, no educar en la cultura de la dominación y el sometimien­to, sino transmitir una cultura de paz, colaboraci­ón, empatía, respeto al diferente. Con su decisión, esencial, de no premiar el maltrato animal, el ministro Urtasun ha demostrado responsabi­lidad cultural y compromiso ético con la sociedad. Lo mismo debemos hacer firmando la ILP #NoEsMiCult­ura.

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