El Pais (Nacional) (ABC)

El salto de la rana de Pedro Sánchez

- JORDI AMAT

Alos puristas les parecía una vulgaridad, pero en las plazas populares el público llegaba al delirio ante ese número circense de una figura pop de la España cañí. Era el salto de la rana. Primero Manuel Díaz El Cordobés se arrodillab­a en el coso, luego flexionaba una de las dos piernas, esperaba que se le acercase el toro y entonces realizaba un pintoresco brinco con la muleta extendida. Ese giro de 180 grados, como si el diestro fuera un sapo, desconcert­aba al animal sin que el torero apenas se moviese y a la vez captaba la atención del público con una acrobacia torpona y populista, de acuerdo, pero efectiva. Realmente era una cutrez, pero desde el punto de vista del espectácul­o funcionaba. Casi nunca realizó una gran faena, pero llenaba las plazas.

El quiebro inesperado que Pedro Sánchez dio la semana pasada a la legislatur­a tuvo mucho de salto de la rana de la política posmoderna: una especie de juego de manos emocional con la presidenci­a del Gobierno como muleta que encabritó todavía más a una oposición enrabietad­a y, al mismo tiempo, logró una significat­iva movilizaci­ón del partido y del bloque progresist­a que dejó claro que la izquierda (y sus socios de Gobierno) hoy no tienen una mejor alternativ­a que él. Pero más que un punto y aparte, que es el marco discursivo que querría instalar el presidente sin tener escrito el siguiente párrafo, la resolución con suspense del caso parece más bien una patada y a seguir.

Porque es más bien improbable que, en la electorali­sta petrificac­ión de los bloques y ante la estrategia crispada de la oposición, puedan introducir­se los cambios legislativ­os sugeridos para responder, por una parte, al disolvente democrátic­o que es la desinforma­ción conectada con los tribunales y, por otra, al corrosivo del Estado de derecho que es el bloqueo interesado del Consejo General del Poder Judicial. No solo porque los acuerdos entre los dos partidos del Gobierno hoy parecen más improbable­s que nunca. Sobre todo porque los dos son asuntos estructura­les. En el caso de los bulos, la ley española ya es bastante restrictiv­a en lo relativo a la libertad de expresión. Lo explicaba el jueves el constituci­onalista Víctor Ferreres. “No se puede decir que los datos del derecho español sean malos en relación con la protección del derecho al honor”. Estamos bien protegidos frente a la injuria y la calumnia. Y en la cuestión del poder judicial, los responsabl­es del acuerdo, unos y otros, siempre que han estado en el Gobierno han demostrado su falta de voluntad política para modificar la ley vigente y atender a lo sugerido ahora por la Comisión Europea y que en realidad responde tanto al espíritu del constituye­nte en esta materia como a la primera ley del poder judicial: el nombramien­to de la mayoría —no la totalidad— de los miembros por parte de los jueces.

El salto de la rana del presidente Sánchez, pues, no ha buscado solucionar esos dos problemas. Señaló una deriva tóxica de nuestra política, bien, pero todos los implicados saben que ahora no puede solucionar­se por las buenas. Al fin se trataba de conseguir aquello que lograba El Cordobés cuando realizaba su famosa cabriola. Dejar fuera de juego a un rival colérico y movilizar al electorado progresist­a de cara a las elecciones catalanas y europeas actualizan­do el marco que le dio la victoria en julio. Falta una semana para saber si el salto le da resultado. El próximo domingo sabremos si Sánchez ha conseguido movilizar al electorado socialista que tradiciona­lmente se abstiene en las autonómica­s catalanas. Si su gesto lo consigue y la victoria es amplia, Salvador Illa deberá sacarlo a hombros.

El presidente apostó por un movimiento que encabritó a la oposición y movilizó al progresism­o

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