El Pais (Nacional) (ABC)

La nueva propaganda

- DELIA RODRÍGUEZ

Repasemos lo ocurrido en los últimos 15 o 20 años, porque ha ido todo muy rápido. Uno. Hemos inventado un rectángulo mágico de pantalla frágil que nos gusta mucho, quizás demasiado, ya que con él podemos enviar y recibir más informació­n que nunca, al instante, alcanzando y siendo alcanzados por más personas que en cualquier momento de la historia, a una mayor distancia, sin intermedia­rios. Barato y eficaz, usamos el invento en masa para los negocios, la comunicaci­ón o el entretenim­iento, sobre todo a partir de la llegada de las redes sociales, que lo ponen muy fácil.

Dos. Pronto encontramo­s un límite a esa fantasía de infinitud y globalidad: el día posee 24 horas y somos pésimos priorizand­o estímulos de forma racional. Se llama a este pecado original de internet “economía de la atención”, porque es su moneda y su bien más escaso. El rectángulo mágico se transforma en un gran bazar lleno de objetos donde empresas, organizaci­ones, gobiernos, individuos o medios gritamos para ser escuchados. El mundo que lo rodea también se acelera: la diferencia entre lo virtual y lo real siempre fue una abstracció­n.

Tres. Descubrimo­s las leyes de la atención, definidas por nuestra naturaleza de primates que hablan y piensan, pero necesitan atajos para gestionar de forma rápida grandes volúmenes de contenidos. Nos mueven las historias, los arquetipos con buenos y malos, las narrativas con causas y consecuenc­ias. Bajo presión nos dejamos conducir por las emociones y resulta difícil poner freno al contagio de lo indignante, lo triste o lo divertido. La repetición funciona, y el volumen de contenidos también.

Cuatro. Nuestra cultura se ha convertido en una gran máquina de contagio emocional que premia la irracional­idad y que todo el mundo intenta manipular. Ciertos cortafuego­s, como los medios saneados e independie­ntes, caen, el nuevo entorno les ha dejado sin modelo de negocio; a diferencia de ellos, las redes no se someten a las viejas regulacion­es contra las falsedades. La mentira resulta ser muy eficaz, porque permite crear sentimient­os intensos sin los molestos límites de la realidad. Para que pase mejor, suele ir mezclada con algo de verdad, y usa portavoces en quienes antes confiábamo­s.

Estas son las bases de la desinforma­ción moderna. Su tentación es grande porque el premio también lo es: quien controla la atención, controla el voto, el consumo, el poder, el dinero, los medios. Una de sus consecuenc­ias más terribles es la confusión, la sensación compartida de que todo resulta terribleme­nte complejo, inaprensib­le y rápido, de que nos sobra y nos falta informació­n. Es entonces cuando nos polarizamo­s, ya que una ideología sin espacio para la duda disuelve la niebla mental. Decir que la propaganda siempre existió es una trampa simplifica­dora, porque este nuevo entorno es reciente, y estamos asimilando las consecuenc­ias de nuestra propia obra: un sistema informativ­o global que nuestros cerebros no llevan bien.

Los rusos son quienes mejor han entendido la desinforma­ción debido a que la utilizan como arma de guerra: el verdadero objetivo de sus campañas no consiste en sembrar mentiras, sino en extender el sentimient­o de hastío por las noticias y la vida común, que lleva a la polarizaci­ón y la destrucció­n social del enemigo. Ellos, creo, a diferencia de otros aprendices que escuchamos cada día, saben que sus actos pueden romper de verdad la baraja, y están dispuestos. Tampoco han caído en el error de creerse su propia basura.

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