El Pais (Nacional) (ABC)

Democracia turbulenta

- SERGIO DEL MOLINO

Aunque no creo que sea competenci­a de un presidente del Gobierno invitar a la reflexión sobre cómo nos conducimos en el debate —lo ideal, para mí, sería lo contrario: que los ciudadanos motivasen reflexione­s a los gobernante­s sobre cómo ejercen el poder, no que los administra­dos se discipline­n y se comporten como si fueran niños revoltosos—, ya que el asunto está en el aire, acepto la invitación y reflexiono. Un poquito, lo que dé de sí esta columna.

La bronca tabernaria es un peligro para la democracia. Sin un decoro mínimo y una cortesía institucio­nal por parte de los representa­ntes de la nación, la convivenci­a se va al garete. Pero el extremo contrario supone salir de Málaga y meterse a pies llenos en Malagón: un exceso de aquiescenc­ia lleva a la asfixia totalitari­a. Quien calla por no molestar también renuncia a que su voz importe. Puestos a elegir, es muy preferible un exceso de bronca y mal gusto a que los discrepant­es no se atrevan a hablar por miedo a ser tomados por hooligans.

Salman Rushdie —que no es político, pero ha sufrido la denigració­n y el acoso en grados superiores a cualquier líder contemporá­neo, incluido Pedro Sánchez— escribió en su autobiogra­fía Joseph Anton: “La libertad residía en la discusión misma, en la capacidad de discrepar incluso de las creencias más preciadas de los demás; una sociedad libre no era plácida sino turbulenta”. En su nuevo libro, Cuchillo, se reafirma en este credo, que en su caso no es un brindis al sol, sino carne viva y cicatrices. En esta cita se refería a la libertad de los demás para insultarle, no a la suya para escribir.

La democracia no es la gestión del consenso, sino de la turbamulta. Siempre habrá chalados que irrumpan en la plaza y en el juzgado dando berridos (y en el Consejo de Ministros hay unos cuantos que no pueden tirar la primera piedra en ese sentido, pues se han revelado tan buenos fajadores como golpeadore­s), pero ese es un precio desagradab­le que tendremos que pagar para que existan críticas y disensos.

Una buena forma de empezar la nueva etapa sería predicar con el ejemplo y no permitir que los ministros entrasen a trapos tuiteros o anduviesen obsesionad­os por lo que publican sobre ellos. Creo que no pocos españoles estaríamos dispuestos a dulcificar mucho nuestra mirada crítica al Gobierno si este volviese a una agenda legislativ­a, no se apartara de su rol institucio­nal e ignorase el ruido. No es fácil y el ambiente no lo propicia, pero los ciudadanos lo necesitamo­s, pues nosotros no podemos dimitir de españoles durante cinco días.

Hay un precio desagradab­le que habrá que pagar para que existan críticas y disensos

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