Terror y sexo sobrenatural bajo la advocación de Lovecraft
Emilio Bueso lleva a la huerta los horrores del solitario de Providence en su nueva novela, ‘Naturaleza muerta’
Una joven urbanita y profesora (de la universdad de Madrid y no de la de Miskatonic) se marcha a vivir a una pequeña finca agrícola en el Levante español como forma de superar una ruptura sentimental y el malestar psicológico y la dependencia de los fármacos que arrastra. Se adapta bien a la nueva existencia en la alquería rodeada de acequias y marismas , cultivando su huerta y reinventándose, pese a que está junto a un pantano siniestro y la rodean unos vecinos a cuál más extraño (por no hablar de Mao, el gato psicopompo). Esa comunidad de regantes, que incluye lo que parece una secta ocultista, un brujo ruso en pos de un grimorio, un veterinario loco obsesionado con la explosión de Tunguska y un apicultor guapo, alberga oscuros secretos y pronto queda claro que lo peor que acecha a la chica, la narradora, no está dentro de ella (¿o sí?).
Este es el planteamiento de Naturaleza muerta, la nueva novela de Emilio Bueso (Castellón, 49 años), uno de los más sobresalientes, imaginativos e innovadores (y frikis) escritores del género fantástico en castellano, autor de obras como la espléndida Extraños eones (Valdemar, 2014), ambientada en la Ciudad de los Muertos cairota, y la trilogía compuesta por Transcrepuscular, Antisolar y Subsolar (Gigamesh, 2017, 2018 y 2020), con su alucinante geografía, sus libélulas y sus moluscos simbióticos. Con
Naturaleza muerta (Ediciones B, 2024), adictivo relato de suspense, terror y sexo sobrenatural bajo la gozosa influencia de H. P. Lovecraft, Bueso aspira a entrar en el mainstream literario y llegar a un público más amplio, sin renunciar a su estilo y a sus obsesiones características.
Naturaleza muerta es una novela entretenidísima y que arrastra: uno entra en el relato de la protagonista —esa Claudia Carbonell pertrechada con una escopeta, un ukelele y el sentimiento de que ya nada le puede ir peor en la vida—, y se siente partícipe de los extraños y aterradores sucesos que se van desencadenando a su alrededor. “He querido provocar una sensación envolvente y densa, y meter al lector en la historia a base de ritmo”, explica en la librería Gigamesh (dónde si no) Bueso, que cultiva un inquietante aire a personaje de sus historias y subraya: “En la literatura de terror, el ritmo es la clave”.
En la novela, mezcla de thriller y horror, se combinan elementos tan cotidianos y modernos como el teletrabajo, las búsquedas en la Wikipedia, Tinder, Alexa, la música de Sheryl Crow, Avril Lavigne o Garbage, Amazon, el tramadol, los porros o los drones, con una inquietante atmósfera lovecraftiana de terror cósmico: los manuscritos Pnakóticos y ese otro best seller de la necromancia en los relatos del solitario de Providence que es De Vermis Mysteriiis, los misterios del gusano, y su conocimiento prohibido y peligroso; los ídolos paganos, las entidades hiperadjetivadas, los colores estrambóticos, los rituales y cantos… ¡Y la mezcla funciona!
“Manejo mucha información distinta y me documento a fondo”, señala Bueso. “En eso soy muy de Truman Capote. Meto también referencias al folclore ruso, como la bruja Baba Yagá. Y mi conocimiento de las huertas de mi tierra. Soy hijo de agricultor y en la acequia de la familia cazaba ranas. Allí despertaron mis primeros miedos, con una vecina jorobada y un gato tuerto. Conozco ese mundo. Y además he hablado con gente que vive allí. Lo que cuento de la llegada de emigrantes del Este, con sus costumbres y creencias, es verdad. Con todo eso vas construyendo el puzle, soy como un interiorista que ve cómo pueden encajar muebles que son muy distintos”.
En Naturaleza muerta, “lo que he hecho es sacar a una mujer de su zona de confort y enfrentarla a un paisaje y una situación que se vuelven terroríficos; para mí, hacer literatura de terror es ir a donde hay emociones fuertes, llevar a la gente a sitios chungos”. Dice que le gustan los personajes como la heroína de su novela, “sin nada que perder, al límite”. Considera que no hay nada más liberador que sentir miedo, y que es útil y no sólo morboso. “El miedo es instinto de supervivencia y es necesario para mantenerte vivo. Muchas especies sobreviven sin sexo, pero ninguna sin miedo”.
La historia, que va coqueteando con lo sobrenatural, pero mantiene al tiempo un realismo que se expresa en un lenguaje premeditadamente coloquial y hasta por momentos chabacano, tiene una turbadora dimensión sexual, incluidas referencias freudianas a las anguilas y la visita nocturna de una criatura viscosa a la cama de la protagonista; “un sueño húmedo del humedal”, como dice ella. “Todos hemos tenido alguna vez un sueño erótico con algo que no es humano”, afirma al respecto, muy serio, Bueso. Al ver la cara de preocupación de su interlocutor, añade: “Es una fijación de mucha gente, y un subgénero del fantástico y la xenofilia, el monster fucking”.
Como en mucha de la producción de Bueso, en Naturaleza muerta destaca la influencia de Lovecraft, manifestada en ese terror cósmico que emana del pantano, aunque sea un pantano valenciano o castellonense (el autor no concreta el lugar exacto, no se le ocurra a alguien colocar allí un espantapájaros con cráneo de oveja). “La diferencia con otros maestros del horror es que él creía en lo que escribía. Parece que vea lo que está describiendo. Más que un escritor de terror es un escritor aterrorizado. No ha sido superado. Hay un antes y un después del terror lovecraftiano. Esa otredad, esa forma de abordar la locura y el caos, el principio de que no somos nada, como hormigas que cruzan la autopista, y que algo horrible, que acecha, nos borrará de la existencia. Esa forma de empequeñecernos… nadie lo ha hecho igual”.
Lovecraft, continúa Bueso mientras vapea, lo que añade un sonido inquietante digno de El horror de Dunwich, “es una constante en mis historias y no quiero escapar de su sombra; me siento heredero, pero no puedes jugar a ser Lovecraft, su misoginia y su racismo, de su época, hoy no se entenderían. Tienes que usar a Lovecraft para tus neuras propias. Yo quiero colocar lo lovecraftiano al nivel de hoy”. Poner de protagonista a una mujer no es nada lovecraftiano. “Se le puede reprochar a Lovecraft que sus personajes son un poco de cartón, recorren un solo carril, se someten a las fuerzas que se desatan. Mi heroína es proactiva, no está dispuesta a arrugarse.”
Hay otras influencias, como Bram Stoker y su La guarida del gusano blanco, o la serie Chapelwaite, basada en el relato Jerusalem’s Lot, de Stephen King, precuela de El misterio de Salem’s Lot. “He leído también mucho de Stephen King para llegar a donde estoy, aunque como he dicho, yo soy más de Lovecraft”. Lovecraft y la huerta. “La gente piensa que hago novelas de monstruos y fantasmas, sí, pero trabajar el miedo es más profundo que eso. Nada nos define como nuestros miedos”.
El teletrabajo y los porros se mezclan con grimorios de necromancia
“Todos hemos tenido sueños eróticos con algo que no es humano”, dice
“Nada nos define como nuestros miedos”, sostiene el escritor