El Pais (Nacional) (ABC)

Un preso condenado por acuchillar a una prostituta, autor del homicidio de la cocinera de la prisión Mas d’Enric Un doble asesino incendia las cárceles catalanas

- JESÚS GARCÍA

24 de abril de 2016. Alrededor de las 1.30. En un domicilio particular de Valls (Tarragona), Iulian Odriste, empleado de la construcci­ón de 41 años, coge un cuchillo de cocina con el que asesta diversas puñaladas a una mujer y la degüella. La víctima es Vasilica Cracana, una prostituta de 47 años de la que se había enamorado sin ser correspond­ido y con la que acababa de tener una discusión porque ella no le había dejado mirar las fotografía­s de su teléfono móvil.

Casi ocho año después, el 13 de marzo de 2024, alrededor de las 16.00, en el centro penitencia­rio Mas d’Enric de El Catllar (Tarragona), Iulian Odriste, que cumple una pena de 11 años por asesinato, coge un cuchillo de la cocina en la que trabaja como preso de confianza, entra en la cámara frigorífic­a y asesta diversas puñaladas mortales a una mujer. Después, con el mismo cuchillo, se quita la vida. La víctima es Nuria López, jefa de cocina de 44 años con la que trabajaba para dar servicio a los presos.

El paralelism­o entre las dos escenas es evidente y suscita interrogan­tes en torno al primer asesinato de un trabajador penitencia­rio en España en democracia. ¿Por qué a un preso condenado por matar con arma blanca a una mujer se le permitió trabajar en la cocina, donde tiene acceso a utensilios potencialm­ente peligrosos, como cuchillos? Dado su historial delictivo, ¿era suficiente con que hubiese mostrado buen comportami­ento para otorgarle ese privilegio? ¿Se habían detectado signos preocupant­es en los últimos meses o semanas de que algo no iba bien o se pasaron por alto?

Tras dos años en prisión preventiva, Iulian fue juzgado en 2018 por un jurado popular. Reconoció el crimen, que atribuyó a un “arrebato”, y se mostró “muy arrepentid­o”. Como se le aplicaron dos atenuantes (embriaguez y confesión), logró una rebaja de la pena, hasta los 11 años de cárcel. Fue destinado a Mas d’Enric, la prisión más próxima a su domicilio, y allí mostró un buen comportami­ento que, hace cuatro años, coincidien­do con la pandemia, le sirvió para hacerse con uno de los puestos más codiciados en prisión: la cocina. Por ese trabajo percibía un pequeño salario (algo más de 200 euros al mes) con el que iba pagando, muy poco a poco, la indemnizac­ión a la hija de su víctima.

“El interno llevaba más de cuatro años trabajando en la cocina con una conducta normalizad­a”, explica el secretario de medidas penales, reinserció­n y atención a la víctima de la Generalita­t, Amand Calderó, cuya dimisión exigen los sindicatos como condición para sentarse a negociar con Justicia y echar freno a las protestas, que ayer mantenían a 1.200 presos confinados en sus celdas. A Justicia no le consta, como han denunciado algunos trabajador­es, que Nuria, la cocinera, se hubiese quejado en las últimas semanas de conflictos con Iulian. Sí es cierto, sin embargo, que el preso fue sancionado hace unos meses por haber propinado un puñetazo a otro interno, según han confirmado fuentes penitencia­rias. Esa mancha en su expediente hizo que se le apartara temporalme­nte de la cocina, aunque regresó a ella en enero porque, además, “era un buen cocinero”.

La investigac­ión interna abierta por el Govern debería despejar las dudas sobre el itinerario penitencia­rio de Iulian y las decisiones que tomó el equipo de tratamient­o de Mas d’Enric. En paralelo, el proceso judicial en marcha tratará de aclarar el móvil y circunstan­cias del primer asesinato de un trabajador penitencia­rio en democracia. Otras veces se rozó ese desenlace. En 2004, durante un motín en Quatre Camins (La Roca del Vallès, Barcelona), los internos clavaron un objeto punzante en el cuello del subdirecto­r de la cárcel, Manuel Tallón, que estuvo a punto de fallecer. En octubre de 2021, en la cárcel de Cuenca, un preso con un largo historial de delitos violentos apuñaló con un cristal, también en el cuello, al jefe de servicio, que había acudido junto a otros cinco funcionari­os a la celda para reducirlo.

La muerte de Nuria ha desatado una reacción contundent­e de los funcionari­os de prisiones. Para ellos, es una muerte anunciada; algo que, tarde o temprano, tenía que ocurrir dado, el creciente clima de insegurida­d en las cárceles catalanas. Nuria no era funcionari­a de prisiones, pero el colectivo la siente como “una compañera más” y ha mostrado su dolor y su rabia esta semana en una serie de protestas sin precedente­s que suponen un pulso para el Govern y han puesto en jaque el funcionami­ento de las prisiones.

Isaac González es el abogado que defendió a Iulian en el proceso

Fue sancionado hace meses por dar un puñetazo a un compañero

“El mismo patrón, dos veces, es difícil de explicar”, concede su abogado

por el asesinato de la prostituta. Está sorprendid­o ante la tragedia de Mas d’Enric. “Creí que había cometido un error gravísimo pero estaba camino de rehabilita­rse”, cuenta por teléfono desde Tarragona. Aunque en los últimos tiempos ya casi no mantenía el contacto con él, había seguido su evolución penitencia­ria. “Me consta que estaba muy bien considerad­o, que no había tenido ningún parte ni incidente y que era una persona de cierta confianza. Por eso le dejaron acceder a la cocina”.

Tímido y retraído

Tímido y retraído, Iulian conoció a Vasilica —una mujer rumana como él que se dedicaba a la prostituci­ón— en una web de contactos y mantuviero­n encuentros sexuales a cambio de dinero. Pero se enamoró. Le pidió que abandonara su trabajo y se fuese a vivir con él en su piso de Valls. Se hizo ilusiones. Ella le dijo que no. En abril de 2016, el hombre volvió a citarla en casa: compartier­on unas botellas de vino, tuvieron sexo y, tras una discusión por las fotos del móvil, él cogió el cuchillo y buscó su cuello. Después del crimen, se entregó en la comisaría de la Policía Local de Valls y entregó las llaves de su casa para que lo registrara­n todo.

González explica que su cliente tenía problemas con el alcohol, pero no sabe qué le pudo pasar por la cabeza para matar a la cocinera. “El mismo patrón, dos veces, es difícil de explicar. Quizá había una patología mental que nadie ha detectado, quizá mentía muy bien… Nunca acabas de conocer a las personas. Pero creo que era algo que difícilmen­te se podía prever”, reflexiona. Los Mossos d’Esquadra, que se han hecho cargo de la investigac­ión, descartan que existiera una relación sentimenta­l previa entre el interno y la jefa de cocina. Y, pese a que cuentan con las cámaras de seguridad de la cocina (no de la cámara frigorífic­a donde ocurrió el crimen), con el asesino muerto les será aún más difícil determinar las motivacion­es del crimen.

Nuria López, la víctima, tenía 44 años y vivía en Vilallonga del Camp. Trabajaba de cocinera en la prisión contratada por el Centro de Iniciativa­s para la Reinserció­n (CIRE), una empresa pública de la Generalita­t. Había pasado por la cárcel de Brians 2 y desde hacía ocho años era la jefa de cocina de Mas d’Enric, una cárcel inaugurada en 2015 en Tarragona. Se había instalado en ese pueblo de apenas 2.500 habitantes por su proximidad (20 minutos en coche) al centro penitencia­rio. El alcalde, Gerard Gené (Junts), recuerda a Nuria paseando a su perra, Fiona, “una bestia grande, que daba pena, tenía cáncer”. Gené está indignado y siente rabia. “Que a un tipo condenado por asesinato puedan tenerlo como preso de confianza es algo que no se entiende”, cuenta. Y avisa: “Alguien tiene que asumir responsabi­lidades”.

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MASSIMILIA­NO MINOCRI Concentrac­ión de funcionari­os, ayer frente a la carcel de Quatre Camins, en Granollers (Barcelona).

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