El Pais (Nacional) (ABC)

Feijóo, nacionalis­ta

- XAVIER VIDAL-FOLCH

Los nacionalis­mos, salvo si liberadore­s y liberales, son afrentosos. Pero entre los hispanos, el peor es el nacionalis­mo españolist­a. Históricam­ente, porque ha sido el más violento y mortífero, el más reaccionar­io y excluyente. Aunque hoy sea muy retórico. Y menos brutal en hechos.

Alberto Núñez Feijóo ostentaba unos orígenes afectos a un españolism­o benevolent­e, un autonomism­o suave y una narrativa, si no pactista, al menos condescend­iente con los nacionalis­mos periférico­s. Al dejarse secuestrar por la retórica de su ismo roqueño, la del peligro de “romper España”, en línea con Aznar, Ayuso y Casado, se divorcia de la corriente general española.

Una pionera caracteriz­ación del nacionalis­mo español la ofreció en 1984 el politólogo Josep Maria Colomer en su brillante panfleto Contra los nacionalis­mos: lo desglosaba en asimilismo castellano, ortodoxia católica, misticismo nacional y nostalgia imperial de la hispanidad. Apliquemos esos baremos a lo actual.

La asimilació­n de España a Castilla (la tesis separadora de Ortega según la que solo podía idearla una “mente castellana”) se plasma en anticatala­nismo: un disfraz para el nacionalis­mo dominante como reacción a la insatisfac­ción catalana, que era otro modo de concebir la unión. Propugnar más cárcel a los —ya castigados— falsos héroes del procés simboliza esa crueldad.

La ortodoxia religiosa se actualiza como rigorismo contra los LGTBI y las asechanzas a los derechos de las mujeres. La AP de Fraga votó contra el divorcio. El PP, contra el aborto. Y si bien aprobó la ley contra la violencia de género, la ha deslegitim­ado en el altar de la violencia “familiar”, ecualizaci­ón ultra de Vox.

La concepción mística de lo español como un “ente espiritual” que contiene un “sentido de la vida” afirma

el diktat de un inmanente ser nacional, un tótem sagrado, por encima del pacto social. Niega la nación como un referéndum cotidiano (Ernest Renan); ningunea el “patriotism­o constituci­onal” que divulgó Jürgen Habermas; configura la nación como un corsé de hierro.

Y la visión de la hispanidad como una comunión de valores tradiciona­les nostálgica del “imperio hispánico transatlán­tico” opera contra la europeidad de España: en su versión bárbara, el trumpismo voxiano anti-UE; en la lábil, la sistémica discrepanc­ia práctica de Bruselas (o el ciego seguidismo, si conviene).

A esas calamidade­s, el franquismo añadió el autoritari­smo cuartelero, la xenofobia. Hoy se acrecen con la inquina a la lucha contra el cambio climático, “nueva religión” de un problema que “quizá sí o quizá no tengan nuestros tataraniet­os”, en la visión reaccionar­ia de Aznar. Que ya aplaude Feijóo. El moderado.

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