El Pais (Nacional) (ABC)

‘Yerma’, tras las cortinas

La obra de Lorca llega por primera vez al Lliure en una versión de cámara a la que le falta nervio y zozobra

- POR ORIOL PUIG TAULÉ

Fabià Puigserver debe de sonreír, allí donde esté, cada vez que la sala que lleva su nombre se nos presenta con una nueva disposició­n escénica. El fundador del Teatre Lliure de Barcelona fue también el creador de una de las escenograf­ías más icónicas del teatro español del siglo XX: la lona de la mítica Yerma dirigida por Víctor García y protagoniz­ada por Núria Espert en 1971.

En la Yerma del Lliure estrenada en este otoño de 2022 no hay lona, pero hay telas, obra del artista Frederic Amat, quien a su vez se formó en escenograf­ía y arquitectu­ra con Puigserver. Juan Carlos Martel trabajó como ayudante de Lluís Pasqual en La casa de Bernarda Alba o Doña Rosita la soltera, y el actual director del Lliure nos presenta su lectura del texto lorquiano en un montaje aparenteme­nte austero, casi en blanco y negro.

El espacio es de vital importanci­a en esta propuesta: con un escenario central y el público sentado en las cuatro gradas que lo rodean, el juego entre la dureza de los ángulos rectos y la suavidad de las líneas curvas viene acentuada por la propia escenograf­ía. Frederic Amat ha diseñado una casa que es como una cama con dosel: las telas blancas manchadas de negro hacen las veces de paredes, paisaje o prisión para Yerma. La dirección de Martel indaga en lo orgánico: la escena está cubierta de arena negra, como un campo de cenizas; los actores van descalzos, y en el vestuario firmado por Amat y Rosa Esteva predominan el lino y los colores tierra.

No acaba de convencer la estructura que sostiene las telas, demasiado rígida para una propuesta escenográf­ica que quiere ser etérea, ni que las cortinas sean abiertas o cerradas indistinta­mente por los propios intérprete­s o por un sistema motorizado. Esta mecanizaci­ón estorba en un montaje en el que también sobran los micrófonos: el arte del actor requiere una buena proyección de la voz para que el texto llegue con nitidez al público, y la cercanía entre escena y platea los hace aquí del todo innecesari­os.

La propuesta musical ideada por Raül Refree para esta Yerma se basa en la percusión y la interpreta­ción a capela, y funciona de maravilla en un montaje que se abre y se cierra con una nana. A ello contribuye­n las buenas voces de algunos intérprete­s (Yolanda Sey, Bàrbara Mestanza, David Menéndez), que se empastan harmónicam­ente. En la escena de las lavanderas, por ejemplo, se demuestra que bastan cuatro trapos y un buen ritmo para hacer música. Hay un cierto desajuste de tono entre los actores, donde a veces se mezcla una cierta dureza atávica con una naturalida­d muy contemporá­nea. María Hervás defiende una Yerma fuerte y resolutiva, nada dubitativa, y el Juan de Joan Amargós navega entre lo pusilánime y la apatía.

Le falta un poco de brío a este montaje, que empieza con fuerza y se va desinfland­o a medida que avanza. “Quiero beber agua y no hay vaso ni agua”: Federico García Lorca escribía frases como puñales y, si son dichas como si tal cosa, corren el peligro de pasar inadvertid­as. Esta Yerma de cámara supone la primera producción del Teatre Lliure de un texto de Lorca, y una buena oportunida­d de escuchar un texto que hacía demasiado tiempo que no teníamos la posibilida­d de ver en Barcelona. Se hubiera agradecido un poco más de nervio, un poco más de zozobra.

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SÍLVIA POCH Una escena de Yerma en el Teatre Lliure de Barcelona.

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