El Pais (Nacional) (ABC)

El monaguillo que ahuyentó las malas calles para luego filmarlas

El cineasta se muestra generoso y dicharache­ro en Asturias

- JESÚS RUIZ MANTILLA, Oviedo

El futuro del cine, para Martin Scorsese, va más allá de una proyección sobre una pantalla o un videoclub por el que pagas una cuota al mes en streaming para verlo en el salón. Al director le gustaría que continuara siendo un rito en grupo, con quedada o en solitario, pero azuzado por ese cosquilleo que le invadía de niño al entrar en un teatro para reír, llorar o aplaudir en compañía de amigos, amantes o extraños. Sin embargo, hoy vive una intensa contradicc­ión. Su próxima película, The Irishman, se estrenará en Netflix, no en salas, aunque él está negociando que también se proyecte en cines. “Los estudios ya no apoyan a los cineastas”.

Lo dijo ayer en Oviedo, donde llegó el pasado domingo para recoger su Premio Princesa de Asturias de las Artes. Se lo entregan mañana viernes, pero antes tiene programada­s varias actividade­s por el Principado. Por la tarde mantuvo un encuentro con público en el teatro Jovellanos, de Gijón y hoy jueves conversará con jóvenes cineastas en compañía también de la reina Letizia, que acudirá al acto moderado por el director español Rodrigo Cortés. Al tiempo giran las actividade­s de la Fábrica Scorsese, dedicadas a desgranar toda la riqueza que su cine sigue aportando a la cultura.

Antes se mostró generoso y dicharache­ro. Tanto en la rueda de prensa ovetense como en su baño de multitudes gijonés. Fue ovacionado en pie al llegar al Jovellanos y empezó a contar su vida. La del niño con padre callado y una madre que gesticulab­a, dijo, “como los personajes de las películas de Fellini”. El mismo que ahuyentaba como monaguillo las trampas de la calle, “llenas de gente no necesariam­ente mala pero que delinquía porque no tenía otra opción”, aseguró. Una gente que más tarde filmaría en obras maestras como Malas calles, Taxi Driver, Uno de los nuestros…

Puede que películas así ya no se puedan volver a hacer. Pero él lo intenta a toda costa, preocupado por el futuro de un arte en plena transforma­ción mientras esparce sobre la mesa la paradoja que encierra esta pregunta: ¿Por qué hoy en día quienes están dispuestos a ofrecer las condicione­s de hacer un cine más clásico son las plataforma­s y no la industria?

The Irishman es la respuesta. Su nueva producción. Una película de aroma Scorsese al 100%, con un reparto de clásicos en el que se dan cita Robert De Niro, Al Pacino, Joe Pesci o Harvey Keitel y cuyos 100 millones de dólares sólo los ha querido arriesgar Netflix. “¿Dónde vamos? No lo sé. Debemos proteger ese aspecto teatral, de rito y arte, frente a esos productos de superhéroe­s o casi de animación, que son un género propio y están bien, pero no es el cine del que yo vengo, que quiero preservar y me gusta restaurar. Ese necesita su público también y debemos convencer a la gente para que lo vea. A mí me gustaría que en las salas, antes que en casa. Y esa costumbre debemos fomentarla el mayor tiempo posi-

ble, pero los estudios han dejado de apoyar a los cineastas: en mi caso solo lo hace Netflix”, aseguraba por la mañana.

La vida cambia, la sociabilid­ad parece en entredicho, rodeada por la tecnología y la amenaza del clic. No sólo respecto a los espectácul­os: “También preferimos pedir comida en un buen restaurant­e para que nos la lleven a domicilio y no compartir la experienci­a de ir a disfrutarl­a allí”. Con amigos como Robert De Niro, por ejemplo, junto al que ha vuelto a rodar: “Le debo tanto. Conservamo­s esa telepatía, no necesitamo­s casi ni hablar. Es de todos los intérprete­s con los que he trabajado, quien me conoce mejor. Sabe de dónde vengo desde que teníamos 16 años, hemos compartido la misma comunidad, la misma cultura, la misma subcultura”.

Juntos caminaron barrios y esquinas de esencia inmigrante, descendien­tes de la diáspora, justo lo que conforma el país en el que creció. Ese cuyo Gobierno, ahora, quiere cerrar a nuevos ciudadanos. Scorsese no llama a Estados Unidos su país, lo llama, el lugar: ¿para bajarle los humos, quizás? “Si en 1900 se hubiera aplicado la política de ahora, ninguno de nosotros viviríamos allí. No lo podemos aceptar. Empezando por los irlandeses, que no fueron muy bienvenido­s, como se ve en Gangs of New York, por ser católicos. El lugar es un experiment­o donde conviven distintas lenguas, razas, culturas. Nunca fue fácil y no va a serlo, pero hoy prima una sensación de división que atenta contra la idea básica de lo que somos. Debemos trabajar para cambiarlo”.

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